Censura y autocensura
Existen diferencias entre ambas figuras de lesión a la libertad de expresión, pero corresponde a todos evitar ser prisioneros de la política
Entre la censura y la autocensura hay una diferencia sutil que sirve para exculpar culpas pero que no nos redime del atentado a la libertad de expresión. De poco sirve que nadie asuma la responsabilidad de la retirada de la pieza de Santiago Sierra en Arco, quedando en el aire, siempre confuso, como una decisión prudente de la galerista.
La autocensura, bien sea por connivencia, por miedo, prevención o por la sutil recepción de mensajes convenientemente intermediados es el anticipo de una forma de pensamiento único. En la Alemania nazi, en la Italia fascista o en la España franquista la propaganda oficial y el silencio configuraron un discurso hegemónico. McCarthy en los EEUU de los años 50, por el contrario, censuró la obra de todos aquellos a los que se les suponía algún tipo de relación con el Partido Comunista hasta el punto de negarles la posibilidad de trabajar.
La censura, inaceptable en cualquier caso, permite el derecho a la crítica, moviliza opiniones y admite apelaciones a los juzgados y a la conciencia colectiva. Conste, pues, que la censura me parece inaceptable, pero le añado a la autocensura un daño todavía mayor a la democracia y a la libertad de expresión.
Algunos de los recientes casos de limitación de la libertad de expresión son de una especial gravedad
Creo que conviene fijar las diferencias entre ambas figuras de lesión a la libertad de expresión. La censura tendrá siempre un límite objetivo en aquellos casos tipificados en el código penal, la autocensura en cambio crea las condiciones para que la interpretación de estos límites sea difusa y en consecuencia subjetiva. En cualquier caso, algunos de los recientes casos de limitación de la libertad de expresión son de una especial gravedad porqué más allá de los contenidos se ataca directamente la cultura.
Si la censura es execrable como forma de control ideológico, lo es doblemente cuando ataca la creación artística en la medida que esta es intrínsecamente una forma de cuestionar, debatir reflexionar, provocar y sobre todo profundizar en las aristas de la realidad.
¿Sería culpable Warhol si hubiera colocado una imagen de Cristo en una lata de cerveza?
En los últimos años hemos asistido a demasiados casos de limitación de la libertad de expresión. Carteles de toros, obras en el MACBA, libros, canciones. Una simple e ingenua fotografía manipulando la cara de Cristo sin ninguna voluntad real ni aparente de cuestionar la religión o la Iglesia ha sido objeto de una sentencia condenatoria.
¿Que pasaría si Andy Warhol hubiera colocado cualquier imagen (por lo demás todas imaginadas) de Cristo en una lata de cerveza?. ¿Seria cómplice de apostasía civil (admítanme la paradoja) por exponerla en un Museo o peor aún comercializarla en formato poster?
Como no vamos a discutir si Junqueras, Cuixart o Forn son o no son presos políticos si en ultima instancia eso es lo que discuten los jueces en sus juzgados y de lo que hablan los Diputados en el Congreso. ¿Es que acaso a un artista se le niega el derecho a la opinión personal simplemente porque lo hace con sus propios mecanismos de expresión?
Los repetidos avisos a El Jueves ponen en riesgo las sociedades laicas de igual manera que el integrismo religioso
En los últimos años asistimos a una creciente proliferación de avisos sobre los límites de la libertad de expresión que en algunos casos ponen en peligro conquistas históricas. Las caricaturas de Charlie Hebdo que fueron objeto de un brutal atentado son una muestra de integrismo religioso que pone en riesgo nuestras sociedades laicas, exactamente igual que los repetidos avisos a El Jueves por sus sátiras monárquicas.
Todo ello nos recuerda la terrible bomba que destrozó el edificio de la revista El Papus y mató a una persona, cuando el sujeto de debate era el Ejercito. No creo que se trate de una involución programada, ni de una cruzada en toda regla para reducir los márgenes de libertad democrática que hemos conquistado. Hay algo más sutil e igualmente peligroso.
Por un lado la construcción de un nuevo orden moral que acompañe al ciclo de neoconservadurismo económico en el que parecemos instalados, por otro la falta de regulación deontológica de unos medios de comunicación excesivamente influenciados por las redes sociales.
De lo primero surge una línea de pensamiento que demoniza los éxitos del sesentayochismo; de lo segundo una combinación letal: extrema derecha, pasiones humanas y bajo nivel cultural.
Ser implacables a favor de la libertad de expresión es tarea de todos
Recuerdo a propósito de ello que la Generalitat otorga las subvenciones a medios de comunicación digital en relación directa al número de bajadas lo que indefectiblemente supone mezclar contenidos de interés real con otros de pura afinidad mediática.
En cualquier caso a todos nos corresponde ser implacables a favor de la libertad de expresión para evitar convertirnos, ahora si, en auténticos prisioneros de la política.