8M: en marcha hacia la igualdad
La lucha por la igualdad entre mujeres y hombres todavía tiene un largo camino por recorrer al que la sociedad debe sumarse para seguir avanzando
No siempre las sociedades reaccionan de modo previsible. Este 8 de marzo ha sido un auténtico aldabonazo que ha pillado desprevenidos a los partidos de izquierda. Nadie confía en la derecha para estos menesteres, pero ni Sànchez ni Iglesias han comparecido con una oferta sustancial. ¿Flor de primavera o nuevo paradigma? Depende del alcance electoral de la marea feminista.
Lo conseguido por el feminismo es poco más de un tercio del recorrido hacia la meta de la plena igualdad. Desde que en algunos países de tradición protestante las sufragistas peleaban por el derecho al voto hasta que en los más avanzados se instauró el sufragio universal igualitario pasó más de medio siglo de sufrimiento, cárcel para muchas y no pocas muertes.
No consiguieron resultados satisfactorios y generalizados hasta después de la Primera Guerra Mundial, entre 1918 y 1920, cuando la mayor parte de Europa siguió el ejemplo de los pioneros (por este orden, Nueva Zelanda, Australia, Finlandia y Noruega).
En los comienzos, las feministas moderadas sostenían que, logrado el derecho a votar y ser votadas, el resto se daría por añadidura. Llevaban razón las radicales que pretendían cambios en trabajo, familia y sexualidad.
Queda por resolver la distribución de la carga del trabajo doméstico, pero eso es cuestión de educación
En cuanto al trabajo, seguimos con menos oportunidades –incluso entre las que están mejor preparadas que los hombres—, menor salario cuando no sobreexplotación laboral, riesgo de despido por maternidad, abusos machistas, etc. ¿Cuándo legislaremos como Islandia?
Mucho más se ha avanzado en la igualdad ante la ley en las cuestiones familiares. Queda por resolver la distribución de la carga del trabajo doméstico, pero eso es cuestión de educación, no de leyes. La lacra de la violencia de género parece no tener fin. Y no lo tendrá mientras las mujeres no accedan al poder en las cúpulas judiciales.
Precisamente ahí es donde más terrible es la foto. En el Supremo, ni una mujer. Si el CGPD, que pinta poco, se acerca a la paridad es porque sus miembros son elegidos por el Congreso y el Senado, pero en el TC, que pinta mucho, sólo hay dos mujeres entre doce magistrados.
La carga genética de efectos negativos se combate desde la sociedad y con leyes
Los políticos han hecho sus deberes a medias, pero los jueces están a cero. Como se autogobiernan, su machismo cierra el paso a las mujeres, a pesar de ser mayoría en la profesión. 50% menos de competidores para acceder a las cúpulas que son auténticos clanes cerrados de machos alfa.
De ahí pasamos a la sanidad, la enseñanza, de manera especial la universitaria, o el mismísimo periodismo. ¿Por qué tantas mujeres en puestos de trabajo y tan pocas en los de dirección? No es por falta de mujeres predispuestas a ocupar puestos de responsabilidad.Es por exceso de tesón luchador masculino para ascender a toda costa. Es machismo genético.
Como toda la carga genética de efectos negativos, hay que combatirla desde la cultura, desde las mentalidades, desde la sociedad, y con leyes. Con muchas leyes, disposiciones y códigos de buenas prácticas que incluyan la paridad en todos los puestos directivos.
Los últimos tramos de la lucha por la igualdad no van a costar menos que los primeros
En los años veinte, Gaziel escribió un artículo en “El Sol”, el mejor diario que jamás se ha publicado en España, en el que comparaba la capacidad transformadora del feminismo con la del cristianismo. Aguda visión. Inmersos en la conquista de la igualdad entre géneros, tal vez no percibamos la magnitud del cambio, pero éste es sin duda uno de los mayores retos emprendidos por la humanidad. Los últimos tramos no van a costar menos que los primeros.
Los mismos sindicatos que han apoyado la huelga del 8-M no han contado nunca con una mujer al frente. El trabajo es de todas y todos los que se apunten. Cuantos más hombres respalden las reivindicaciones pendientes, o sea estén dispuestos a perder privilegios y oportunidades, mejor. A ver si así compensan la cantidad de mujeres con poder que son de derechas, las que no se definen como antifeministas porque su antifeminismo va en el lote de las desigualdades que pretenden incrementar.