Wert agría la reforma ‘boloñesa’

La universidades de todos los países que son algo en el mundo tienen un modelo de títulos universitarios con tres cursos de grado y dos de máster. Incluso antes de la declaración de Bolonia en 1999. Pero España, bajo la égida socialista de Zapatero, optó en el 2007 por un modelo (4 1) que sólo se aplica en países como Grecia, Chipre, Ucrania y Turquía.

Faltaba un ministro de la altanería y arrogancia de Wert para organizar un mayor embrollo, echar leña a la hoguera y propiciar el cisma. Su extraño decreto autonomista, tratándose del PP, deja a cada centro que elija el modelo que más le guste y desata una lluvia de interrogantes y de protestas estudiantiles que a la mínima ven correr el fantasma de la privatización y el aumento de precios.

El caos y la división, hasta con papeles cambiados, están servidos. Paradójicamente, unas 50 universidades con rectores progresistas y el apoyo de partidos de izquierda (PSOE, IU y Podemos, si se aclara) se apuntan al carro conservador de dejarlo todo como está hasta el curso 2017-2018. La treintena restante, –más conservadores, proclives a partidos como PP, CiU y con extraños compañeros de cama como ERC y PSC–, no está por poner trabas para impedir la movilidad entre países para estudiar y trabajar. Reciben con aplausos el «que nos dejen hacer» wertiano y se apuntarán al modelo mayoritario.

En el maremágnum de la universidad española algunos rectores andaluces ya han anunciado que no lo aplicarán nunca «hasta ver qué pasa» dentro de dos años. Otros, como los de la Pompeu i Fabra, Jaume Casals, y la Camilo José Cela, Eduardo Nolla, se han mostrado dispuestos a aplicar desde ya el sistema mayoritario en Europa. «Están en su derecho y lo harán porque la ley se lo permite. Lo alucinante es que en un país coexistan dos modelos que dificultarán la movilidad dentro de la misma carrera», ironiza un experto analista catalán. Parece claro que las privadas (32 en total) y, sobre todo las virtuales, se pondrán pronto de acuerdo en este modelo. O incluso puede venir una universidad extranjera e implantarlo directamente.

Hasta el franquista Villar Palasí estableció en 1970 una universidad cuasi boloñesa con la estructura de 3 2 para los ciclos de las antiguas licenciaturas. Pero se optó por el sistema de cuatro. El padre de la criatura fue Miguel Ángel Quintanilla, nombrado secretario de Estado por la ministra de Educación, Mercedes Cabrera Calvo-Sotelo, musa y fichaje estrella de Zapatero. El catedrático de lógica salmantino nunca ha dado una explicación clara. Consideró que aplicar el 3 2 era mudanza excesiva y se plegó a la oposición de un profesorado temeroso de despidos ante la exigencia de menos profesores generalistas y más especializados para los máster. Carles Solà, consejero de Universitats por ERC en el primer tripartido, y sus colegas del PSC no ocultaron su decepción.

Hoy, las razones de Wert, en su súbita fiebre autonomista, son más pintorescas y hasta demagógicas. El argumento de permitir el cambio para proporcionar un ahorro a las familias españolas no se lo cree ni Rajoy en su campaña. «Mañana se acaba el grado, que es más corto y menos costoso, y ¡a trabajar!», viene a decir. Parece claro que más dinero se ahorrará su departamento, que ha rebañado 1.500 millones de euros desde 2010.

La norma viene a cuartear más una universidad mediocre y decrépita, incapaz de alumbrar un Nobel en los últimos cien años, con miles de catedráticos mayores de 65 años, y másteres en inglés que se cuentan con los dedos de pocas manos. Cuando esa es la puerta, junto a la homologación académica, a la modernidad, al mundo y a la excelencia.