Wallapop o el descontrol de la estafa
Así intentaron robarme un móvil y un ordenador al ponerlos a la venta en esa app
Toda relación que se tercie debe basarse en la atracción, el amor y la admiración. Pero si, con todos esos ingredientes, falta la confianza, la historia puede irse al garete rápidamente.
Mi relación con Wallapop comenzó con una fuerte atracción en 2016, unos tres años después del nacimiento de la app, ya por aquel entonces popularísima, donde vender lo que ya no querías y comprar alguna ganga.
Tras un traslado de piso con el consiguiente inventario de objetos (en buen estado), colgué en esta red tres bolsos y dos pares de zapatos que ya no usaba, para probar. La experiencia fue muy correcta. Lo vendí todo por 150€.
Pero como en algunas relaciones amorosas ligeras, lo mío con Wallapop se fue diluyendo con los meses y ya no volví a entrar por falta de tiempo para hacer fotos/ chatear con compradores/quedar con ellos.
«Subí varias fotos del móvil y la descripción. A los cinco minutos tenía ya cuatro mensajes de usuarios que parecían muy interesados en comprármelo»
En 2018 volví a acordarme de aquel interesante sitio, mezcla de tienda de segunda mano, red social y geolocalización. Fue cuando me regalaron un móvil nuevo y quise vender el antiguo. Subí varias fotos del aparato, un iPhone 7 Plus en perfecto estado, y la descripción. A los cinco minutos tenía ya cuatro mensajes de usuarios que parecían muy interesados en comprármelo.
Todos me invitaban a pasarnos a WhatsApp «para hablar más fácilmente», lo cual no acabé de entender, porque Wallapop ya tiene chat propio. Pero accedí a facilitarle mi número a la candidata que me dio más buena espina, quizá por su foto de perfil. Tardó segundos en enviarme un mensaje explicándome cómo haríamos la operación, le urgía tener el smartphone. Ahí pensé que lo nuestro (Wallapop y yo) iba en serio. Pero entonces, algo empezó a estropearse.
La mujer, con un nombre que me sonó a africano (todos los posibles compradores tenían nombres latinoamericanos o africanos), me dijo que el móvil era para su primo, que vivía en Londres, y que yo tenía que enviarlo allí. Ella corría con los gastos del envío sin problema. Me pidió mi número de cuenta. Al día siguiente recibí por email una notificación de ingreso.
Al leer el contenido, vi que algo no cuadraba. Primero, la ortografía y gramática eran tremebundas, aunque podía ser por las diferencias idiomáticas, de acuerdo. Pero segundo, al abrir el remitente, con nombre de entidad bancaria, era una cuenta de gmail que nada tenía que ver con un banco. Y tercero: me decían que el ingreso ya se había efectuado en mi cuenta pero estaba bloqueado hasta que yo enviara el teléfono a Londres.
El modus operandi de los estafadores suele seguir la misma pauta: prisa por comprar y por hablar por WhatsApp, correo bancario falso y solicitud del producto antes de recibir el ingreso
Obviamente, no solo no lo envié, sino que respondí a la compradora que aquello era una estafa. Al momento, su usuario en Wallapop había desaparecido.
Por curiosidad periodística, respondí al resto de interesados en mi smartphone y la respuesta siguió el mismo patrón: «Dáme tu WhatsApp, te hago el ingreso ya y lo recibirás cuando envíes el móvil». Al reportarlos y notificar a Wallapop, solo obtuve una respuesta prefabricada del tipo «Estudiaremos la incidencia. Gracias por su opinión». Nunca más se supo. Hemos terminado, Wallapop.
Pero en el fondo soy una romántica y solo me acuerdo de lo bueno de las relaciones. Hará menos de un año quise vender el portátil. Entonces pensé que quizás Wallapop ya habría mejorado sus mecanismos de control de la estafa.
Cinco minutos tardé en recibir seis mensajes de compradores interesados. De nuevo, todos con la misma prisa por efectuar la transacción, por pasarnos a WhatsApp y por hacerme un ingreso que nunca llegaría, mientras mi ordenador volaba, inocente, a cualquier parte del mundo. Perdí la confianza. No soy yo, eres tú, Wallapop.