Vuelve Joaquín Costa a la España del XXI

Si existió un personaje curioso en la historia política española contemporánea es el aragonés Joaquín Costa. Entre iluminado, mesiánico y predictivo, el abogado y político creó una línea de pensamiento en su tiempo que guarda curiosas similitudes con la etapa actual.

Costa fue el impulsor del llamado regeneracionismo, una corriente política y de opinión que deseaba acabar con la corrupción emanada de las oligarquías dominantes y el caciquismo que presidía la vida pública del país a finales del siglo XIX y principios del XX. Tras las pérdidas de las colonias en 1898, todo el espectro político se vio conmovido y, casi como ahora, con una necesidad perentoria de cambio que aliviara la frustración colectiva que se había generalizado por aquella crisis.

Han pasado más de 100 años de aquello, pero la distancia conceptual no es tanta. Es verdad que Costa fue un político con tesis más plausibles en el mundo agrario que en el urbano, pero incluso así lo cierto es que vio cómo la decadente sociedad estaba cambiando fruto de la revolución industrial y teorizó que la política necesitaba servir a la ciudadanía de otra manera. Su gran lema (Escuela, despensa y doble llave al sepulcro del Cid) podría utilizarse de igual manera para afrontar la situación social de la actualidad.

La España que irá a varias elecciones democráticas durante 2015 exige también regeneración. No en vano los dos partidos (Podemos y C’s) que emergen como alternativas abanderan discursos regeneracionistas, diferentes en sus planteamientos, pero con ese común denominador. El PP y el PSOE son hoy la equivalencia a la alternancia que vivió Costa en su tiempo. Algunos los llaman los partidos del régimen. Está claro que esa denominación parte de aquellos deseosos de darle una patada al sistema actual, sabedores de que nadie estará en condiciones de gobernar sin asumir postulados de cambio.

Entre los nuevos regeneracionistas de hoy se producen dos formulaciones distintas. Podemos, por ejemplo, parece más dispuesto a cargarse el sistema si este es incapaz de dar respuesta a las nuevas necesidades sociales. En el caso de Ciudadanos sus líderes son partidarios más acérrimos de los cambios desde la propia sala de máquinas del régimen.

Ambas formulaciones están calando entre las preferencias de los electores, que parecen hastiados del resultado de corrupción, cierto caciquismo y relativa oligarquía (casta se le llama ahora) que la partitocracia de perfil más clásico ha dado en los años últimos de democracia.

La historia nunca se repite, pero lo cierto es que el bueno, culto y visionario de Joaquín Costa (el país está lleno de calles y colegios que llevan su nombre) acabó sus días enfurecido, lejos del sistema y comiendo longaniza en Graus. Su espíritu parece recuperado por los Pablo Iglesias o Albert Rivera. Ojalá sea con mejor suerte que la del sabio aragonés.