O vuelta a la normalidad o persistencia de la excepcionalidad
Las urnas dilucidarán hasta qué punto perdura la excepcionalidad y si la pretensión de muchos de alargarla se corresponde con la percepción del electorado
Ahora que ha conseguido anular el fantasma del sorpasso de Podemos e incluso zamparse un buen bocado electoral a costa de los morados, no hay duda de que Pedro Sánchez, rebelde entre los suyos, va a escorar hacia el centro.
Es lo que tiene la lógica política. En circunstancias normales, los partidos se mueven, como los camellos en el desierto, en busca de oasis donde saciar su ilimitada sed de votos. El oasis de la izquierda ya está medio reconquistado por el PSOE. Ahora toca sorber del centro.
Por eso el blanco preferente de los ataques de Sánchez y su equipo ha pasado a ser Ciudadanos, el partido que se encuentra inmediatamente a su derecha, la formación con la que, en circunstancias normales, se disputaría buena parte del voto de centro.
Al oscilar, faltos de amplio y sólido terreno propio, entre la izquierda moderada y la derecha moderada, los votantes de centro son los que conceden las victorias, en el pasado las mayorías absolutas.
Recuerden que en su segunda legislatura, el PP de José María Aznar se ganó una mayoría holgada porque, al aparecer como centrista, sumó todos los votos de derechas disponibles a los de centro que no le veían demasiado lejos ni le consideraban un peligro.
En cambio, cuando el mismo Aznar se creyó que los votos de centro eran de su propiedad y que los podía transportar consigo hacia unas posiciones de derechas cada vez más radicalizadas, su partido perdió el poder a favor del anodino José Luis Rodríguez Zapatero.
El invento de Ciudadanos fue una genialidad política urdida por mentes de la derecha
Desde entonces no hemos vuelto a vislumbrar mayorías absolutas. El bipartidismo no tardaría en saltar por los aires, substituido por un sistema de partidos bastante más complejo, primero con tres y luego con cuatro opciones.
Para comprender el final del bipartidismo en sus justos términos, debe tenerse muy en cuenta que empezó a romperse por la izquierda. El movimiento de los indignados del 15-M desacreditó a los socialistas como partido de izquierdas. De ahí el nacimiento y auge de Podemos.
Más tarde, a fin de conjurar una mayoría entre PSOE y Podemos, y ante la inquietud de buena parte del electorado ante los innumerables casos de corrupción del PP, Cs consiguió sentar plaza en la política española como partido renovador de centro, antinacionalista, es decir moderno, y con inquietudes sociales. El invento de C’s fue una genialidad política urdida por mentes de la derecha.
Lo que antecede correspondió a una situación de normalidad, dominada por los vaivenes de la alternancia y las inquietudes ocasionadas por el descrédito de los políticos y la creciente brecha social que castigaba, y sigue castigando, el poder adquisitivo de las clases medias, además de condenar las populares a la precariedad.
El desafió catalán del otoño del 2017 abrió sin duda una etapa de excepcionalidad, con multitud de alarmas encendidas. ¿Hasta qué punto perdura dicha etapa? ¿Hasta qué punto la pretensión de muchos de sacar provecho alargándola artificialmente responde a la realidad de la percepción del ciudadano medio? Las próximas elecciones generales lo van a dilucidar.
La normalidad se mide por el número de votos centristas, por el grado de retorno de la política a los vaivenes derecha-izquierda que la caracterizan. La excepcionalidad, por la distorsión ante un grave peligro, en este caso la posible independencia de Cataluña.
De momento, parece que el electorado se inclina por la vuelta a la normalidad
Si el tripartito de derechas consigue la mayoría absoluta, la respuesta a las preguntas anteriores será contundente: persiste la excepcionalidad.
Si por el contrario, Sánchez amplía su previsible ventaja hasta reducir el espacio electoral de las derechas, sea cual sea el reparto de los votos entre PP, Cs y Vox, los tres partidos que se lo disputan, la respuesta será asimismo diáfana: España está volviendo a la normalidad.
De momento, parece que el electorado se inclina por la vuelta a la normalidad. ¿Una prueba? Entre proclamar la independencia en el Parlament catalán, aunque fuera de mentirijillas, y resistirse, veremos hasta cuándo, a quitar los lazos amarillos de los edificios de la Generalitat, media un considerable trecho.
El empeño de normalizar la excepcionalidad es, se mire como se mire, un contrasentido. Normalmente, la excepcionalidad suele ser excepcional. Tomen nota.