Volver
'Volver' ha sido la película que ha conseguido, cuál psiquiatra aventajado, reconciliarme con muchos de mis demonios
Antes de que el otoño caliente que pronostican sea ya una realidad ineludible que debamos afrontar con todo el optimismo que podamos y que, inevitablemente, nos veamos sumergidos en la política de charanga y pandereta que caracteriza últimamente este país, habrá que reconocer que este mes de agosto no ha sido precisamente un bálsamo reparador.
Entre la ignominia institucional europea vivida en el tema de la acogida de las personas rescatadas por el Open Arms, la foto de la comida veraniega anual (que daría para más de un artículo) de Carles Puigdemont y su séquito, y la incertidumbre de lo que está por venir ante la falta de gobierno; hemos estado de nuevo “servidos” de despropósitos, postureos e irresponsabilidades dañinas.
Pero acaba agosto y empiezan los cursos, los certámenes, los congresos y, cómo no, la Mostra de Venecia. Un reducto de glamour, artistas, papel copuché y buena cinematografía que este año ha reconocido la trayectoria de Pedro Almodóvar otorgándole el León de Oro de Honor.
Según parece, en su discurso el cineasta se mostró agradecido pero a la vez reprochó a la Mostra que llegara tarde. Que debería haberle premiado ya en 1988 por Mujeres al borde de un ataque de nervios. Estoy absolutamente de acuerdo.
Recuerdo perfectamente como me arregló el día y la semana –incluso diría el año– cuando esa noche de un jueves cualquiera tuve la genial idea de ir al cine para toparme con el director manchego.
Recuerdo perfectamente como me arregló el día y la semana cuando esa noche de un jueves cualquiera tuve la genil idea de ir al cine
La cinta de Almodóvar con todo su histrionismo, modernidad apabullante, juego de prismas emocionales, atisbos de esperpento y anclajes en las realidades más cotidianas, supuso mi descubrimiento –algunos pensaran certeramente que fue tardío– del cineasta.
Desde ese jueves han habido muchísimas otras veladas geniales disfrutando de la montaña rusa emocional en la que conseguía, por más que yo me resistiera, engullirme el genial director.
Y entre el universo Almodóvariano, Volver ha sido sin duda la película que ha conseguido, cuál psiquiatra aventajado, reconciliarme con muchos de mis demonios.
Cualquiera que haya perdido a un ser querido reconocerá en esa película un deseo real, no confesado, de volver a abrazar a esa persona amada
Cualquiera que haya perdido a un ser querido reconocerá en esa película un deseo real, no confesado por la evidencia racional de la ausencia, de volver abrazar a esa persona amada. A los diez minutos de iniciarse la cinta me asaltó un llanto desconsolado que me supuso un ahorro evidente en la terapia clínica que ahora pienso que seguro debía necesitar.
Mi madre murió siendo yo una niña y durante muchísimos años soñé que ella volvía y nos confesaba que, muy a su pesar y debido a su trabajo como asesora de inversiones de los años setenta, había tenido que esconderse para protegernos. Debo revelarles que el efecto terapéutico de la aparición de Carmen Maura como madre “resucitada” (nunca muerta en realidad) fue brutal, mágico y sanador.
A pesar de que han habido otras películas del mismo director que me han gustado y sacudido, ninguna con en efecto tan saludable como Volver. En mi voluntad de hacerle llegar mi agradecimiento mandé a su productora una carta que quiero pensar, al no recibir respuesta, que el reputado director nunca leyó.
La evidencia de que una buena película es como un buen libro, se hace realidad cada vez que al iluminarse la sala y salir los títulos de crédito y tú sigues anclada en la butaca intentando desengancharte de la historia que te han contado.
Son unas décimas de segundo las que necesitas para poder empezar a asimilar todo lo que te ha llenado el espíritu. Es esa misma sensación que, leyendo un buen libro, te transporta y te remueve las entrañas haciéndote partícipe de una realidad, da igual si te es cercana o lejana, pero que te enriquece como individuo.
La evidencia de una buena película es como un buen libro
Esta sensación de disfrutar de lo que me cuentan y de cómo me lo cuentan me ha pasado en el cine algunas veces más. De manera emblemática escogería la magnifica trilogía que hizo Francis Ford Coppola de la novela de Mario Puzo, El Padrino, donde un perverso y tergiversado código ético rige las vidas de los protagonistas actuando y defendiendo el honor de la familia.
O Cinema Paradiso de Giuseppe Tornatore película en la que, sin poderte resistir, te enamoras del bueno de Alfredo mientras éste va enseñando el mundo a Toto en la cabina de ese cine de pueblo caduco y arcaico de una Italia rural. Donde lloras tú también de emoción junto a Toto, ahora ya Salvatore, el adulto director de cine célebre cuando visiona solo, en una sala el último regalo de su maestro y amigo: todos esos besos censurados que no pudo ver cuando era niño y que el viejo mentor ha ido recogiendo para él.
O esa elegancia soberbia que, en la magnifica Casablanca, usa Rick Blaine al responder a la pregunta de Ugarte de si le desprecia: “Si llegara a pensar en ti probablemente te despreciaría”.
Como en los libros, escoger y acertar en las películas es difícil. Cuando lo consigues te sientes bien y satisfecho ante ese obsequio que has recibido. El universo de Almodóvar es inmenso y agasajarnos con trocitos de él es un privilegio que hay que saber reconocer. Valga este artículo como mi pequeño homenaje al cineasta.