Volando al futuro. Hipótesis para el 2050

Aunque algunos durante los últimos meses sólo viven del pasado es tiempo de comenzar a mirar el futuro. Ya saben que ningún tiempo pasado fue mejor. Simplemente, porque los tiempos pasados, aunque algunos no lo entiendan, no se pueden cambiar. Los tiempos pasados son tiempos vividos, mientras los tiempos futuros podemos todavía trabajarlos y serán vivibles. Pero, para ello, debemos pensarlos y analizarlos sin complejos.

Cada época de la historia ha sido vivida como única. Después, hemos puestos hitos como la rueda, la imprenta, el motor, o Internet, pero al final esos cambios nunca han sucedido de un día para otro. Por mucho que la imprenta se inventara en un siglo y momento determinado, no se expandió hasta años más tarde. No hablemos ya de la rueda, o incluso de Internet. Aunque reduzcamos el tiempo de propagación al mínimo, nunca ha existido un hecho significativo en la humanidad que fuera comunicado de forma automática a todo el mundo. La tecnología hace tender esa propagación a cero, pero nunca será cero.

Bajo ese contexto de la diferencia de los hitos históricos a su propagación hemos articulado cinco hechos que marcarán la historia de la humanidad y, como no, repercutirán en la economía en los próximos años o decenios.

Como la historia misma, lo pasado ya ha pasado. El futuro deberíamos trabajarlo para posicionarnos mejor. Muchas veces la economía es más un reflejo de un anticipo que un saber hacer bien las cosas. En este caso, hemos centrado la última columna del año en cinco temas: Movilidad, Redes, Lenguaje, Localidad y Artesanía.

Sin lugar a dudas el gran cambio que algunos ya no veremos será la movilidad. A día de hoy es posible enviar un drone a cualquier parte del mundo gracias a unas coordenadas GPS. Debemos fijarnos en que esos artilugios no requieren de caminos o carreteras. Técnicamente, además, hace años es posible disponer de sensores que evitan choques con terceros y posicionan un objeto a una distancia definida.

No hace falta decir que también es factible que los drones tengan tamaños diversos con mayores o menores capacidades y, por qué no, comodidades. Tampoco hay que ser un fan de la tecnología para saber que a día de hoy es fácil enviar un objeto a unas coordenadas concretas.

No es difícil imaginar en breve un drone volando con pasajeros. Donde los viajeros pudieran dar las coordenadas de llegada y el equipo tuviera sensores para evitar cualquier accidente. Temas menores serían el aterrizaje e incluso la legislatura para poder circular por el cielo.

La propagación masiva  –esa es la clave– de estos artilugios haría desaparecer de golpe las redes de carreteras y todas las industrias asociadas. En los países del denominado tercer mundo, como ha ocurrido con el móvil que han pasado de Internet por cable a los datos sin transición como en Europa, accederían a la misma posición con la ventaja de un territorio menos golpeado.

Obviamente no sólo afectaría a la industria constructora, sino también a la inmobiliaria. Para qué necesito una casa si la puedo llevar encima. Ahora suena a fantasía pero ¿no era fantasía vernos y hablar en directo mientras caminamos por Nueva York por el móvil?

Cambiaría el turismo también. Un día en Paris, al siguiente en Roma y siempre en mi misma cama aérea. Aunque, sobre todo, afectaría a eso que hemos construido en occidente que se llama la seguridad ¿Dónde estarían los límites de una frontera? Una nueva dimensión tan compleja que retrasa su puesta en marcha. Lo único claro es que a día de hoy es una tecnología no sólo factible, sino muy posible e implica unos cambios sobre el territorio brutales.

Bajemos del drone a algo más visible los últimos años, es decir, las redes sociales. Hemos desnudado tanto nuestra realidad y la forma de exponernos que aunque parezca imposible aún podemos ir más al extremo. En breve, las Google Glass serán una realidad, pero aún podrían ser más otros mecanismos sociales.

Imaginemos un artilugio colocado en la oreja, la “oreja móvil” con una cámara que va mostrando nuestros movimientos todo el día. Conectados siempre y viendo al momento cada movimiento. Podríamos elegir cualquier lugar del mapa y ver qué hacen las personas, identificadas con un número o algo propio. Algo que hace años sería extraño y que, en el fondo, llevaría a conocer el límite del exhibicionismo. ¿Cuántos de ustedes no sucumbirían a mirar lo que hace a diario su otro yo?

Recuerdo al principio de los tiempos cuando empezaron a verse móviles por la calle la extrañeza y murmullos que se oían cuando alguien explicaba su vida en el metro o en cualquier espacio cerrado a través del teléfono. Ahora es casi al contrario. Es bien difícil no escuchar una conversación ajena en un lugar público.

Todo este cambio debe gestionarse a través de datos. La carrera es ofrecer el máximo de capacidad para poder hacer circular tal volumen de información. No hace falta decir que no será obligatorio tener su “oreja móvil”, pero tampoco lo es estar en Facebook o Twitter y explicar su vida que, en general, no debería interesar a nadie.

Pero aún vamos a más. Quien se mueve mucho por el mundo sabe de la importancia de la comunicación y el lenguaje. Se hace extraño que, con todos los avances existentes, aún no exista un “mecanismo fiable” de traducción simultánea. Es decir, un aparato que podríamos integrar en la “oreja móvil” y que permitiera hablar en el idioma que queramos y nuestro interlocutor nos entendiera en el suyo. Eliminaríamos uno de los problemas de muchos viajeros y comerciantes –usamos término de la Edad Media– tal como los entendemos hoy. El territorio sería global y todos nos entenderíamos. ¿Para qué aprender una segunda lengua se preguntaría uno?

En unos años nos podremos mover donde queramos mediante un drone, ver lo que queramos en cualquier parte del mundo en tiempo real y hablar en cualquier idioma. ¿Será entonces tan importante la centralidad? La localización de las actividades perderá su razón de ser, a excepción de los temas de exhibición o eventos puntuales.

La centralidad de las ciudades no será el eje de cualquier discurso económico. En la industrialización y ya no decir en el fordismo era necesario una ingente cantidad de personas en lugares cercanos a los centros de producción. Con la flexibilidad absoluta de los próximos años tendrá poca importancia. Es más, lo que ganaremos en globalizar, lo perderemos en localizar. El contacto permitirá la desaparición de las “tribus” (entendidas como colectivos de individuos unidos por sentimientos e historia) y el advenimiento de una cultura cada vez más global. Nada nuevo en el horizonte.

Curiosamente, en la economía real veremos un aumento de lo que denominaríamos “artesanía”, es decir, aquellos objetos –manuales en muchos casos– exclusivos y con el valor añadido de ser únicos. Decíamos al principio que la historia se ha basado siempre en que hemos pensado que nuestro momento era único y, al final, lo único es el mayor valor de cada una de nuestras historias. Este proceso ya se da hace años.

Las grandes marcas distribuyen sus productos de forma uniforme por todo el mundo pero, cada vez más, el valor diferenciado lo dan los productos a medida y exclusivos. Es un mundo cerrado, pero sobre el que podrán actuar cada vez más personas.

Todo esto, no obstante, debe hacernos olvidar los discursos patrios tipo “formamos estudiantes y se tienen que ir al extranjero”, y chorradas de esa índole sentimental. Los tiempos de las naciones, e incluso de los estados, tienden a desaparecer.

No somos globales por accidente o para herir lo local, sino todo lo contrario. A más exposición a lo nuevo, más refuerzo de toda nuestra historia. Claro que podemos refugiarnos en una caverna y huir de la realidad, pero nadie paró la imprenta, nadie paró la industrialización y, por suerte, nadie para el progreso. Hay que mirar y analizar cómo encajar tantas personas en el modelo hacia el que vamos. El dinero como eje central de la economía no parece ajustarse, pero a día de hoy es el único modelo sostenible. Reflexionemos sobre ello.

Acaba el año, y empezamos uno nuevo. La vida, sin embargo, continúa. Aprovechen estos días para olvidarse de su día a día. E insisto, reflexionen sobre estos puntos. Anticiparnos a cualquiera de ellos será la mejor apuesta para el próximo año. Uno puede adaptarse a su siglo, vivirlo, o disfrutarlo, pero sin lugar a dudas lo más apasionante es transformarlo. Y para transformar una realidad no hacen falta millones, sino simplemente dejar volar la imaginación, ligar repercusiones y compartirlas. Es nuestro deseo para el futuro.