Viver i Pi-Sunyer: una toga endomingada

El seguidismo es dañino. Carles Viver i Pi-Sunyer le dice “sí, señor” al president Artur Mas por boca de Francesc Homs, siguiendo los tres una ecuación demasiado visible que resta eficacia a la línea soberanista. A los catalanes, más que la estética, nos puede el teatro.

El que lleva la batuta jurídica, Viver i Pi-Sunyer, presidente el Consell Assessor per a la Transició Nacional (CATAN), es una toga endomingada que ha convertido en marca, casi en acrónimo, el apellido de un ilustre antecesor, Carles Pi i Sunyer, ex alcalde, consejero, ingeniero y activista republicano.

Nacido en Terrassa en 1949, Carles Viver i Pi-Sunyer fue vicepresidente del TC, de donde emana su provechosa sombra profesional. Como máximo responsable del Instituto de Estudios Autonómicos asesoró la redacción de la propuesta del Estatut de 2006 y hasta del Pacto Fiscal. Y de ahí proviene el rechazo de sus contrarios (el PSC de Iceta y Montilla), que no le perdonan el cúmulo de errores presentados ante unas Cortes españoles dispuestas siempre a cercenar derechos. “El señor Viver i Pi-Suner no supo ver la trampa constitucional en la que nos estábamos metiendo”, ha verbalizado Montilla en más de una ocasión.

Viver fue cátedro de derecho en la UB, y desde 1990 lo es de la Pompeu Fabra, donde ejerció de Decano. Hasta hace bien poco, ha sido un buen marqués de Entrambasaguas: Cruz de Sant Jordi y Gran Cruz de Isabel la católica. Es numerario del Institut d’Estudis Catalans y hombre de orden. Respetado por buena parte de los juristas catalanes por su encono en contra de la doctrina constitucionalista de García Enterría, vaca sagrada de la organización territorial española.

Viver ha abierto la vía para blindar competencias frente a las leyes de base del Estado, como esgrimió en su tratado Bases competenciales (Ariel). Ha publicado en Revista Española de Derecho y escribió a dúo con Eliseo Aja en la conmemoración de los 25 años de la Constitución del 78. Pese a todo, Viver sabe a vicario. Debajo de su alzacuellos apunta aquella púrpura mitrada que escondían los viejos democristianos de vertiente tradicionalista. Su CATAN es blando. En él debería prevalecer el rigor y, sin embargo, el organismo actúa como una simple correa de transmisión.

El alto tribunal ha enviado la Consulta del 9 de noviembre al limbo de la legalidad etrusca. Un gesto muy hispano, que desata el turno de Pi-Sunyer, aunque este último resulta demasiado parsimonioso para alcanzar a los heroicos ponentes de la primera Llei de Contractes de Conreu (1934). 

Viver admira aquella ley que desembocó en un enfrentamiento entre el Gobierno español y la oposición catalana; y que desencadenó los fatales acontecimientos del 6 y el 7 de octubre de 1934. El Estado autoproclamado finalizó con la detención de todo el Govern de la Generalitat. Sus miembros, con Lluis Companys a la cabeza, fueron enviados al buque Uruguay, a excepción del consejero de Gobernación, Josep Dencàs, huido a Francia. Ocurrió en el cénit de Alejandro Lerroux, cuyos jóvenes bárbaros olvidaron por lo visto el holograma de Albert Ribera en algún rincón de la historia.

Francamente, nadie ve a Viver i Pi-Sunyer por la labor de sus antepasados. Para evitar el choque de trenes, el presidente del CATAN le ha dado a la cuestión un giro helvético: la justificación de los referéndums como modus operandi de Suiza, una las democracias más consolidadas de Europa.

Pero no ha caído en la cuenta de que los suizos  –¿fumar o no fumar? ¿pasar de 120 en la autobahn? ¿Salir del cole a las cinco?– sacan las urnas a la calle por puro vicio. Las alegaciones de Viver al TC se contienen en un documento de más de de 30 folios de cariz refrendista y cargado de razones dudosamente operativas en el caso catalán. Son notas desprovistas de la épica que reclama la ocasión. Especialmente ahora que la calle se calienta a la vista de un TC inasequible presidido por Francisco Pérez de los Cobos, cuyo partidismo pepero provoca vergüenza ajena.

La radicalidad democrática ampara el derecho a decidir, entendido como una interpretación libre de la autodeterminación. Pero el trayecto no es idea de Pi-Sunyer, sino de Savonarola –el consejero Homs–, el gran culo di ferro del salto cualitativo catalán.