Visitando las colonias

El ministro José Manuel García Margallo le dijo a Oriol Junqueras, a modo de despedida después del debate que perdió por goleada, una de esas frases sentimentales que los españoles dirigen a los catalanes: «Que se os quiere mucho [a los catalanes], que esto es muy antiguo: no rompamos».

Ese romanticismo ministerial me recordó a lo que había dicho unos días antes Íñigo Errejón en un mitin en Nou Barris, en Barcelona (los de Podemos no se mueven de la capital catalana, ignorando el resto del país). El número dos del partido morado, que incluso habló en catalán, idioma que domina bastante bien, trasladó a público un mensaje sentimental parecido al del Ministro. Quiso destacar la fraternidad de los españoles hacia Cataluña y dijo, literalmente: «Os hemos admirado. Os estamos muy agradecidos. Nunca os dejaremos solos. ¡Nos tendréis siempre!«.

Mientras escuchaba el debate entre el Ministro y el líder republicano de Junts pel Sí, me vino a la cabeza otro discurso, del año 1966, del almirante Luis Carrero Blanco, cuando éste era Ministro Subsecretario de la Presidencia con Franco, dirigido a los saharauis, que desde 1958 se convirtieron en españoles por decreto. También era un discurso sentimental, lleno de amor hacia quienes eran, según el régimen, tan españoles como los ciudadanos de Cuenca. Decía Carrero Blanco en El Aaiún, la capital saharaui: «No tengáis temores sobre vuestro provenir. No hagáis ningún caso de lo que algunas veces dicen las radios extranjeras. Ninguna nación tiene el más mínimo derecho a revindicar la soberanía sobre esta tierra y, sobre todo, nadie tiene derecho a violentar vuestra voluntad. Si vuestra voluntad es continuar vuestra secular unión con España, España no os abandonará nunca. Abandonaros sería un crimen que España no cometerá jamás».

Sin embargo, esos españoles dejaron de serlo mediante la ley de 20 de noviembre de 1975, el mismo día que murió el dictador, y los efluvios patrióticos se escurrieron por el sumidero de la historia. Claro que los catalanes no son los saharauis, a pesar de que las minas de fosfatos, que fueron la última razón por la que el franquismo quiso retener el Sahara bajo el dominio español, también tenían su interés. La voluntad última de los saharauis era lo de menos porque ningún gobernante español estaba dispuesto a tomarla en consideración. El Sahara era una colonia y punto. Lo demás, ese amor patriótico que se evaporó cuando España abandonó el territorio, era un simple velo simbólico.

El amor de Errejón recurre a los tópicos más manidos de la izquierda española. «Os queremos», «os admiramos», «no nos dejéis solos ante la derechona española», etc., etc. Con ese sonsonete, el PSOE convirtió al PSC y a Cataluña en una granja donde cultivar los votos que deberían llevarles a la Moncloa. Lo importante era gobernar el Estado, la nación española, sin dar más satisfacción a los catalanes que ese falso amor fraterno. Podemos quiere repetir la jugada pero en plan basto y con menos tacto.

Fíjense en el tuit, con la fotografía manipulada, de Errejón sobre la estúpida guerra de banderas que se produjo en el balcón del Ayuntamiento de Barcelona en la mañana de la diada de la Mercè, patrona de la ciudad. La reduce a una guerra entre gánsteres corruptos y por eso sustituye la bandera española por la suiza y la independentista por la andorrana. ¡Que ciego está esté chico! Ni tan siquiera se da cuenta —o sí, porque lo suyo es mentir siempre— que quien lucha con los del PP que intentan desplegar la rojigualda es un concejal de su grupo, el argentino Gerardo Pisarello.

Que el ministro de Exteriores fuera el delegado de Mariano Rajoy para lidiar con Oriol Junqueras tiene su guasa. La aportación de Margallo al debate fue espectacular porque comparó Cataluña con Argelia al considerar a los catalanes que se sienten españoles como «pied noirs» (comparación que Iglesias no se atrevió a hacer cuando pidió el voto de los descendientes de andaluces y extremeños). Además aludió a que los hispanoamericanos perdieron su calidad de españoles en los procesos de independencia y amenazó, ya contra las cuerdas y sin otro argumento, diciendo que la Unión Europea no reconocería a una Cataluña independiente. ¡Uala, nen, peor, imposible!

Colonos, simplemente colonos. La antigüedad y la admiración como único argumento político es de lo más tierno. El movimiento se demuestra andando. Los españoles, de derechas o de izquierdas, llevan años declarándose amantes de Cataluña y de las canciones de Serrat y a la hora de la verdad, nada. La vida sigue igual. Va siendo hora de cambiar esas rutinas y poner por delante los intereses de los catalanes.