Visionarios
He tenido la ocasión de ver el documental ‘El Visionario’. En la producción se explica la figura de Martin Armstrong, un consultor financiero que diseñó en los años 80 un modelo informático de predicción basado en el número pi. Su fama lo catapultó como potencial asesor de banqueros. Un papel que nunca aceptó. A finales de los 90, el FBI entró en su casa para llevarse los ordenadores y acusarlo de estafa utilizando un sistema piramidal. Sus predicciones detectan unos ciclos implacables en el comportamiento de las finanzas y los climas económicos. ¿Por qué lo arrestaron? ¿Sólo por supuesta estafa? ¿O para evitar que revelara el verdadero esquema piramidal en el que se ha basado la deuda mundial? Las predicciones de Armstrong de hace años ya indican que en octubre de 2015 empezará una crisis de la deuda que sacudirá la economía mundial. Ríase de Niño Becerra. Y el orden del ataque a las monedas comenzará por el euro, para centrarse después en el yen y el dólar.
Tengo que confesarles que soy un poco escéptico en lo que se refiere a las aplicaciones informáticas para describir el devenir de la historia. Yo vengo de una escuela de historia social impregnada de marxismo en la que la infraestructura económica condicionaba las clases sociales y éstas a la política. También debo confesar que nunca fui un ortodoxo en nada. Y por ello creo haber llegado a la conclusión que la base marxista es aún ineludible para explicar los movimientos económicos y sociales, los cambios de sistema que en la historia ocupan ondas de medio radio. Pero, en cambio, es un instrumento bastante inútil cuando se trata de explicar las ondas de corto alcance, las coyunturas políticas, a menudo fruto del azar y del perfil psicológico de los dirigentes. Así como también en el otro extremo del espectro, en las ondas de largo alcance. Las que explican las naciones reales -no los estados-, las culturas, las religiones….Aquí usamos, más que ninguna otra, la disciplina de la Antropología; el sentimiento grupal, los ritos familiares, estacionales y las costumbres propias de la especie animal, los miedos, las euforias colectivas.
No sé si con su ordenador Armstrong ha detectado los períodos ciclotímicos -antropológicos- de las sociedades y de sus clases dominantes. Pero Armstrong parece demostrar que las burbujas eufóricas, a las que suceden crisis depresivas, tienen una cadencia relacionada con uno de los cocos del estudiante de geometría, el número 3,1416.
Pensando en Armstrong me acordé de Arnold Toynbee (1889-1975), historiador y diplomático que desarrolló la teoría de las civilizaciones y sus ciclos. Antirracista, cristiano militante, partidario de un Gobierno Universal y pacifista. Su teoría sobre el auge y la decadencia de las civilizaciones recalca como en su fase ascendente predominan las élites creativas a las que sigue la mayoría social. Y concluye que cualquier Estado de origen imperial tiene los días contados, por bien que sus élites crean en la inmortalidad. El mecanicismo de Toynbee fue criticado desde casi todas las escuelas historiográficas posteriores. Pero yo me quedo con una cosa muy elemental: todo lo que nace, muere; todo lo que comienza, acaba. Especialmente en los regímenes (onda muy corta) y los estados y los imperios (onda corta). Y en onda media las civilizaciones, incluyendo la europea.
Es una reflexión especialmente acertada cuando hoy percibimos la incapacidad de crear un poder político europeo, una política fiscal común, una política de seguridad, militar y migratoria. La perplejidad europea ante el drama humano de centenares de miles de refugiados bélicos, la bomba demográfica africana a la espera de atravesar el Mare Nostrum y la lentitud a la hora de abordar los retos climáticos y ambientales superan cualquier análisis fácil y izquierdoso sobre la crisis del capitalismo. Porque el comunismo real y el neocomunismo no ofrecen ninguna alternativa creíble.
En última instancia, ya cerca de casa, toca acordarse de otro visionario, Alexandre Deulofeu (1903-1978), autor de la matemática de la historia. Republicano y exiliado, su teoría también cíclica y previa a las de Armstrong y Toynbee afirmaba que las civilizaciones y los imperios pasan por unos ciclos equivalentes a los de los seres vivos. Que los imperios tienen una duración media de medio milenio. Y que mediante el conocimiento de los ciclos se pueden evitar las guerras, de manera que los procesos sean pacíficos en lugar de violentos.
El imperio español -lo que quedó-, según Deulofeu, se está a punto de acabar: empezó en 1479 y, según sus cálculos, la fecha de caducidad sería la de 2029. Por lo tanto, actualmente España se encuentra en la última fase de un ciclo inevitable: la desintegración.
No sé si este farmacéutico de Figueres estuvo presente en el encuentro de empresarios catalanes firmantes del Manifest del Far de apoyo al derecho a la autodeterminación. En cualquier caso, ha descolocado a la mayoría de la opinión publicada que, trabajando al servicio de la minoría empresarial unionista, la del Puente Aéreo, se dedica a magnificar la declaración de cualquier cavista o de un núcleo españolista de agit-prop y, en cambio, minimiza la opinión de los empresarios que son mayoría social en Cataluña: las pymes. Que como dejaron claro Abad y González están por la democracia, y no para asustar a los obreros. Como hicieron hace más de un siglo los de Fomento (1836) en una carta al diario El Vapor, alertando a los trabajadores del riesgo de la pérdida del mercado español si proclamaban el Estado catalán.
Ahora, sin embargo, la mayoría de empresarios sabe que Cataluña representa el 60% de su mercado, el extranjero, el 21%, mientras que España sólo se queda con el 19% del pastel. Pero si entramos al análisis de datos, de este 19% el 11,4% es comercio con la antigua Corona de Aragón y Euskalherría, mientras que sólo el 7,6% de todos los intercambios se realizan con la España castellana.
Los empresarios del Far saben que pagan la electricidad y la telefonía más caras de Europa. Y que las inversiones siempre olvidan el eje más productivo del Mediterráneo. Que las pensiones las pagan ellos y que los trabajadores están en riesgo porque el Estado ha vaciado la caja dónde Cataluña aporta el 29%. Y, finalmente, que de sus impuestos, en base a 100 euros -y sean independentistas o unionistas- sólo 5 euros van a la Generalitat. Y otros 95 euros se los queda el Estado. A estas mismas arcas van a parar 15 euros adicionales de aportación de la Unión Europea. Con un ingreso de 110 euros, el Estado devuelve 55 a Cataluña, 35 a las comunidades autónomas con superávit y 20 al Estado para acometer inversiones inútiles.
Injusticias como éstas son la base de la inestabilidad de un régimen y un Estado como el español. Y esto no lo soluciona Rajoy haciendo una ronda internacional con Cameron, Hollande y Merkel para conseguir internacionalizar lo que eran unas inocentes y normales elecciones autonómicas. ¿O no?