Vencedores y perdedores del debate previo a la investidura
Debo reconocer que me ha sorprendido Pedro Sánchez. El dirigente socialista ha jugado bien sus tiempos, sus gestos y sus apuestas. De estar prácticamente desahuciado, ha conseguido forjar un pacto con la formación de Albert Rivera y el martes presentará su candidatura a la presidencia del Gobierno en el Congreso de los Diputados. Lleva la iniciativa política y eso es una ventaja.
Creo que Sánchez sabe de sobra que apenas tiene posibilidades reales de obtener el premio final: La Moncloa. Pero, también, que en estos momentos ya se ha ganado, salvo sorpresas, su permanencia al frente del PSOE y en caso de que deban repetirse las elecciones él será de nuevo el candidato socialista. Hace un par o tres de semanas nada de eso estaba claro.
El martes subirá al estrado del Congreso de los Diputados a defender una propuesta de gobierno para España y su viabilidad. El resto de fuerzas deberá necesariamente remar a la contra. Si estamos como parece ante el pistoletazo de salida de otras elecciones, Sánchez dará el primero.
Enfrente, Rajoy me ha decepcionado y lo peor es que cada vez decepciona más a los suyos. Porque una cosa es manejar los tiempos con paciencia de monje capuchino y otra permanecer impasible, manteniendo el mismo y cansino mantra, cuando a tu lado te estalla Valencia, se te sube a las barbas Rita Barberá, te pega una nueva bofetada Esperanza Aguirre y tu aliado natural, C’s, se va con tu oponente.
He repetido ya unas cuantas veces que no le negaré yo los éxitos cosechados para este país por el líder conservador y su templanza de buen gobernante en momentos tan convulsos como los que hemos vivido. Pero una cosa es eso y otra confiar en que tu impasibilidad acabe conduciendo a tus enemigos políticos al error que les invalide.
Rajoy no es creíble hoy al frente de un programa contra la corrupción y ésa es una de las principales lacras que padece este país; carece de alternativa ante el desafío soberanista perpetrado por determinadas fuerzas catalanas, y ha mostrado una preocupante falta de cintura política. En estos momentos, las encuestas siguen castigando al PP que volvería a perder escaños a favor de sus rivales. No hay ningún indicio –quizás él sí tenga- de que unas nuevas elecciones le colocasen en mejor posición para ser reelegido.
Albert Rivera ha demostrado, en cambio, soltura y flexibilidad suficientes a la hora de enhebrar acuerdos y una determinación por el pacto que parece ser que el electorado le está reconociendo. En suma, un dominio de las tablas bastante insólito para un primerizo en la plaza de las Cortes.
Unas competencias que contrastan con la impericia exhibida por Pablo Iglesias y sus hombres, inconscientes de su verdadero poder y con una ambición desmedida para su historia, objetivos y recursos, más allá de su inconsistencia política. Parece que los sondeos evidencian el desgaste. Yo, en su lugar, no estaría tan predispuesto a ir a una repetición de elecciones.