¡Váyase, señor Puig, váyase!
El consejero de Empresa y Ocupación de la Generalitat de Cataluña, Felip Puig, es un político de larga experiencia. Es conocido que siempre mantuvo una excelente relación con la familia del ex presidente catalán Jordi Pujol y que, a sus capacidades propias, siempre se unió esa conexión para permitirle ejercer múltiples cargos de responsabilidad en el partido y en los gobiernos que su formación política tuvo la oportunidad de liderar.
El último de sus destinos es el menos apropiado a su talante político más radical. Puig debe ocuparse de darle a la empresa catalana la política y las herramientas para seguir avanzando. Es el responsable de que en Cataluña el empleo funcione mejor que en otras autonomías. Incluso, Puig sería el máximo inspirador de la política industrial, aunque eso se antoja harto difícil habida cuenta de su inexistencia.
En los últimos días, esta publicación ha dado cuenta de las quejas que el empresariado muestra por cómo se está gobernando esa consejería. Son algo menores que las expresadas cuando su antecesor en el cargo, el profesor de Esade Francesc Xavier Mena, tuvo el infortunio (él y los catalanes) de ser designado consejero por Artur Mas. Son, con todo, críticas intensas y preocupantes. Le acusan de escasa preocupación por la estructura empresarial del país y sólo le reconocen una formas mejores a las que utilizó Mena durante su corto y desgraciado mandato.
Este lunes, Puig ha demostrado que su larga experiencia acumulada en la política sirve de poco en términos constructivos. Ha degenerado peligrosamente. La culpa de lo que le atribuyen a él los empresarios, del escaso lustre del presupuesto que administra, la tiene España. Es el argumento que ha utilizado de nuevo para expiar sus responsabilidades. Madrid y el Estado español, dice, como símbolos de la escasa competitividad de las empresas catalanas.
Transitamos por tiempos en los que todo vale. Se utilizan algunas mentiras que a fuerza de repetirse se acaban transformando en verdades indiscutibles. Esa forma de gobernar es más propia de áreas políticas con menor vinculación a realidades tangibles como las que vive cada día el mundo de la empresa. Decir ahora que la falta de competitividad de la empresa catalana es responsabilidad de ese gran enemigo a combatir que está en el centro de la Península es de aprendiz de político, no de un consejero experto. Menos todavía cuando son los propios afectados quienes le están recordando que él falla como político en lo que tiene competencias y capacidades de actuación. Que defienda la consulta o el proceso soberanista me parece tramposo, pero legítimo. Que falsee la realidad utilizando las empresas es suficiente para pedirle que se vaya. Es bastante para reclamarle públicamente que deje un cargo para el cual su talla y personalidad política resulta insuficiente.