¡Váyase señor President!

El líder de Convergència i Unió (CiU) ha fracasado. Pese a sus múltiples suplicatorios, los catalanes no han secundado sus peticiones en unas elecciones plebiscitarias de la forma que Artur Mas había solicitado. Ni los medios públicos y privados amamantados que han cantado de forma coral las excelencias del camino hacia la independencia han conseguido conformar una opinión pública proclive de forma mayoritaria a las tesis de CiU. Fracaso con mayúsculas.

“Cada fracaso le enseña al hombre algo que necesitaba aprender”, dijo Charles Dickens. Pero a Mas, que ha fracasado varias veces en política, que tuvo tiempo para reflexionar durante su larga travesía del desierto, esas enseñanzas no le llegaron. Su campaña presidencialista, su mesiánico liderazgo del pueblo catalán, han sido bien efímeros.

Mas decidió abandonar la centralidad política catalana en la creencia de que había sido llamado a trascender en la historia. Lo hacía con la justificación de que una parte minoritaria pero ruidosa de la sociedad catalana se lo pedía. Se equivocó en el diagnóstico. Y fuera de su espacio político natural, aquél que le ha permitido a CiU arbitrar y modular la política catalana durante muchos años, Mas ha cosechado un estrepitoso fracaso, un resultado que no le hace acreedor del liderazgo ni de la orientación de una formación política que había destacado por virtudes diferentes del extremismo identitario al que su actual dirigente la ha orientado. Mucho tendrán que trabajar los futuros líderes de la federación nacionalista para recomponer los puentes de diálogo con Madrid que Mas ha dinamitado con su inconsciencia política.

Si a eso se le suma una gestión de la Generalitat digna de los peores políticos europeos, las promesas de un Gobierno de los mejores que ahora provocan hilaridad, una sospecha permanente sobre las actividades poco higiénicas de su partido en lo relativo a la financiación y una ley electoral que le facilita sus resultados en el Parlament pero que resulta injusta con la propia ciudadanía catalana, Mas tiene un futuro político en entredicho. Catalunya no se merece un presidente con ese currículum de fracasos y escasez de perspectiva. Catalunya no se merece que Mas, en la noche electoral, no asumiera ninguna responsabilidad personal en la nueva situación política del país.

A Mas, que se autoproclamó el líder de un gobierno business friendly, le haría bien conocer lo que decía Henry Ford, un empresario de verdad: “El fracaso es una oportunidad para empezar otra vez con más inteligencia”. En efecto, pero en el caso de Mas sería más provechoso que sea fuera de la política.