¡Vaya pitote en el PSOE!
La vicepresidenta del Gobierno en funciones —y va para largo, según parece—, Soraya Sáenz de Santamaría, insiste en que «a la soberanía nacional no se le pueden poner ni comas ni condiciones». No le falta razón. Eso mismo podría suscribirlo cualquier soberanista catalán, pues para los independentistas la nación catalana tiene derecho a la autodeterminación, precisamente, porque es una nación y no esa región del noreste español si uno mira un mapa con criterios políticos centralistas y especialmente madrileños.
El lenguaje siempre está teñido de intención. A ningún catalán se le ocurre pensar que Valencia es su «levante», ese mítico «levante feliz» promocionado —y extorsionado— por el poder de la Villa y Corte. La política va cargada también de ese simbolismo que constituye, según Joseph Nye, un verdadero soft power nacional.
Diga lo que diga la vicepresidenta en funciones, lo que está claro es que la cuestión del referendo y el derecho a decidir de los catalanes está poniendo en jaque a la política española. Lo estamos viendo día a día. El menosprecio inicial de los políticos españoles por lo que se estaba gestando en Cataluña se les está volviendo en contra. Calculan mal y cuentan como victorias espectaculares y definitivas lo que, en realidad, sólo son errores del adversario. Pongo un ejemplo. En los burladeros y palcos donde coincide el todo Madrid se cree que el desplome de CiU y la retirada —provocada por la CUP— de Artur Mas es la mayor victoria jamás obtenida por los defensores de la unidad de España.
El nacionalismo español andaba a la caza de ello desde aquellos tiempos en los que Luis María Ansón lanzó una sorprendente campaña en defensa de la inocencia de Pujol cuando en 1984 llegó a los tribunales el caso Banca Catalana, hasta el punto de nombrarle Español del Año. La justificación de ABC de aquél nombramiento ya delataba cuál eran las razones de fondo que perseguía la derecha española con el regalo al nacionalista catalán que todo el mundo odiaba: «Vencedor rotundo de las elecciones catalanas, Jordi Pujol ha demostrado en 1984 que los socialistas pueden perder las generales de 1986». ¡Lo importante era eso: cargarse al PSOE!
No obstante la deriva derechista que le han impuesto algunos dirigentes vinculados con los negocios, el PSOE siempre ha tenido ese espíritu republicano sensible a la libertad colectiva, lo que incluye el reconocimiento de las nacionalidades. Algo de Pi i Margall corre por sus venas, especialmente cuando sus dirigentes no beben sólo agua del río Guadalquivir. Y eso es lo que pasó en 1974 en Suresnes cuando el PSOE del interior tomó las riendas del partido en el XIII Congreso, lo que representó la destitución del anterior secretario general, el antiguo diputado de las Cortes republicanas y presidente de UGT en el exilio, Rodolfo Llopis, que acabó encabezando el denominado PSOE (histórico).
La composición de la nueva ejecutiva que surgió de aquel Congreso pone de manifiesto el pacto entre los jóvenes socialistas vascos y andaluces, sazonados con un pellizco del izquierdismo madrileño, que se puso al frente del partido fundado por Pablo Iglesias Posse en 1888: Isidoro (Felipe González), Juan (Nicolás Redondo), Goizalde (Enrique Múgica), Andrés (Alfonso Guerra), Ernesto (Guillermo Galeote), Hervás (Pablo Castellano), Paco (Francisco Bustelo), Celso (Eduardo López Albizu), Otilio (Agustín González), Txiki (José María Benegas) y Juan Iglesias.
Ese equilibrio es el que se acaba de romper con la crisis desatada por los malos resultados del PSOE en Galicia y el País Vasco, empeorado por la pérdida por parte de los «jeltzales» del PNV de un escaño, una vez contados los votos de los vizcaínos en el extranjero y analizados los recursos de los partidos, lo que impide al PSOE ser decisivo en la gobernación de los territorios del «norte» español al no poder sumar la mayoría absoluta frente a los 18 diputados de EH Bildu y los 11 de Elkarrekin-Podemos.
A Pedro Sánchez no le acompaña la suerte, porque estoy seguro de que esa circunstancia va a pasarle también factura en el próximo Comité Federal. Los seguidores de Susana Díaz ya visten como los cobradores del frac, aunque el disfraz les parezca a ustedes muy cutre.
Si prestamos atención a la distribución de apoyos entre las dos facciones socialistas en el mapa peninsular, enseguida se darán cuenta de que el PSOE de 1974 ya es más histórico que el que sostuvo en pie Llopis hasta las elecciones de junio de 1977, cuando no logró el acta de senador por la provincia de Alicante, al frente de la Alianza Socialista Democrática, y volvió a Francia, falleciendo en Albi, en el departamento del Tarn. En la ejecutiva de 1974 faltaban los catalanes, porque el PSOE en Cataluña siempre fue insignificante hasta que se unió con los izquierdistas marxistas del PSC-C (Joan Raventós) y los moderados socialdemócratas del PSC-R (Josep Pallach).
Hoy el PSC está con Pedro Sánchez, excepto Carme Chacón, exministra de Defensa, quien, al decir de Pere Navarro, «siempre ha tenido un proyecto político muy claro que se llama Carme Chacón». ¡Mejor resumido, imposible! El socialismo federalista de verdad, lo que incluye a vascos, navarros, gallegos, baleáricos y murcianos, sólo pueden apoyar a Sánchez si la alternativa es apoyar a los gerifaltes del regionalismo extremeño y especialmente andaluz.
Ahí debería estar también Ximo Puig, el líder de los socialistas valencianos, cuya oposición a Pedro Sánchez se fraguó cuando éste negó la posibilidad de que el presidente Puig pudiera plantear una «entesa» con Compromís y Podemos al Senado. Éste puede que haya sido el peor error cometido por Sánchez, puesto que le ha dejado sin el apoyo de una de las federaciones de más peso después de la andaluza. Ya tiene gracia que la denegación de una petición «federalista» haya empujado a Puig a integrarse en las filas de los socialistas «centralistas» proclives a pactar con el PP. A lo mejor es Puig quien después de esa finta también cae de bruces y se rompe el espinazo.
Lo dicho. La cuestión catalana que desde Madrid observaban con menosprecio hace un tiempo, está pasando hoy factura a los altivos políticos españoles.
España no tiene gobierno porque Ciudadanos le comió la oreja a los del IBEX 35 y les prometió que con ellos España se libraría de los perversos nacionalistas catalanes y vascos. ¡Craso error! Cuando las barbas de Pedro Sánchez ya están ardiendo, las de Rivera deberían ponerse en remojo. Mientras tanto, Mariano Rajoy se parte de risa porque sabe que será presidente del Gobierno con la «traición» de algunos diputados socialistas a los ideales de la izquierda o, en todo caso, algo más tarde con unas terceras elecciones que la darán la mayoría que no supo obtener por dos veces.