¡Vaya bodrio de campaña!

Se acabó lo que se daba. La campaña electoral más insólita de los últimos tiempos llega a su fin. Iba a decir gracias a Dios, porque también ha sido una de las campañas más aburridas en lo que llevamos de democracia. Ya saben ustedes que servidor no cree que esté cambiando nada respecto al modelo iniciado en los años de la Transición. Se lo conté en mi columna anterior y a ella les remito.

Por lo tanto, está claro que no estamos ante ninguna segunda transición como pretenden los partidos emergentes. Lo que sí hay es una crisis de los partidos clásicos, atenazados casi todos por algún caso de corrupción, y su falta de conexión con los votantes. UCD, PSOE y PP se vieron obligados a gobernar, cuando no obtuvieron mayoría absoluta, en coalición externa con los nacionalistas.

¿Cuántas veces no se habló, por ejemplo, de que Miquel Roca i Junyent podía ser ministro? ¡Muchísimas! Le ofrecieron el puesto tanto la derecha como la izquierda. Josep Antoni Duran i Lleida también tuvo alguna opción que dejó pasar por las mismas razones que el prócer de CDC: ésta no era la estrategia del nacionalismo catalán de la era Pujol.   

UCD no buscó la alianza con AP, ni el PSOE se abrazó al PCE o a IU. Puede que sólo el PP no tuviese más opción que aliarse con PNV y CiU por el mero hecho de no disponer de otra alternativa. El PP tiene en su seno a la extrema derecha y, por lo tanto, a diferencia de otros lugares de Europa, en España no existe un FN, por ejemplo. Tampoco ha existido un partido liberal, aunque fuera en la versión más conservadora, hasta hoy, que C’s se dispone a llenar este vacío.

Los aliados de populares y socialistas fueron los nacionalistas vascos y catalanes, aunque en este último caso el giro soberanista de CDC provocó la doble ruptura en la que estamos inmersos: la disolución de CiU (el instrumento del nacionalismo autonomista) y la desconexión del soberanismo catalán (que ideológicamente es muy variado) respecto de España.

Lo que va a cambiar, de eso no cabe ninguna duda, es que a partir de ahora conservadores y socialistas podrán elegir entre nuevos actores. Podemos y C’s aspiran a tomar el relevo por encima de los nacionalistas y competir sin ningún rubor para ser decisivos en la formación del nuevo gobierno. C’s por puro nacionalismo, aunque el partido de Albert Rivera se presente como un partido liberal. Podemos porque su concepción populista de la «revolución» pasa por aproximarse al poder como sea.

En esta campaña ha quedado demostrado que lo de menos es el programa que se defiende. Aquello de «programa, programa, programa» que defendía Julio Anguita está pasado de moda, tanto como el bigote de Manuel Campo Vidal.

La campaña en Cataluña también ha sido un fiasco. Los partidos han tenido muchas dificultades para llenar los mítines, lo que es normal después del estrés que ha provocado la digestión de los resultados electorales del 27S.

La división entre los soberanistas es un balón de oxígeno para sus adversarios, incluyendo a En Comú Podem, coalición que por otra parte repite el modelo del PSC que durante años consistió en ser el granero del PSOE para que éste gobernase en Madrid. Mucha gente deseaba que se repitiera la coalición ganadora del 27S, pero ERC se negó en redondo porque el 20D espera superar a Democràcia i Llibertat (DiL) por primera vez, que es el sueño húmedo de los republicanos desde los tiempos de Carod-Rovira cuando los nacionalistas aún no eran soberanistas y se denominaban CiU.

En fin, que el próximo domingo saldremos de dudas y volverá el calvario provocado por la CUP corregido y aumentado. Vayan tomando asiento, porque según lo que pase en estas elecciones el espectáculo será lamentable.