Vándalos
Aquello que caracteriza a los nuevos vándalos es la fobia o el odio. No son activistas, sino violentos sin causa
Disturbios en diversas ciudades de la Unión Europea. Destrozos del mobiliario urbano, quema de contenedores, rotura de cristales, asalto y saqueo de comercios, agresiones a las fuerzas de seguridad. Vandalismo urbano.
¿Culpables? Que si la extrema derecha, que si la extrema izquierda, que si los que protestan contra unas medidas sanitarias que no serían sino medidas de control social, que si algunos iracundos damnificados de la política contra la Covid-19.
Probablemente, sea cierto. Lo mejor de cada casa. Pero, hay algo más que determina lo ocurrido: la exaltación de la violencia por parte de determinados colectivos o individualidades.
La reaparición del vandalismo
En nuestra sociedad, como si de un rizoma se tratara, el vandalismo reaparece periódicamente. Durante los últimos años: las protestas de los antiglobalizadores, el renacimiento del anarquismo, los escraches de los denominados nuevos movimientos sociales, el piquetismo sindical o el secesionismo convencido de que la calle es suya. A ello, cabe añadir el nada despreciable número de quienes –nihilismo– se toman el vandalismo como juego o diversión.
La pandemia de la Covid-19 ha propiciado el rebrote de dicho vandalismo urbano. El coronavirus brinda una nueva oportunidad a un vandalismo –una variante de la barbarie– que, como muy bien ha señalado Hans Magnus Enzensberger en Perspectivas de guerra civil (1994), es la expresión de una suerte de guerra civil molecular que ha estallado en las metrópolis de las sociedades desarrolladas.
Un vandalismo que no distingue el bien del mal y que tiene que ver –señala el autor– con el ansia de notoriedad.
Cinco cuestiones que responder
1. ¿El vandalismo tiene ideología o propuestas? En algunos casos, son un barniz; en otros, un disfraz. Y a quien insista en el tema, le respondo que aquello que caracteriza a los nuevos vándalos es la fobia o el odio. No son activistas, sino violentos sin causa. No existen vándalos buenos y malos. Vándalos, simplemente.
2. Ante el vandalismo, ¿se puede dialogar, o apelar a la pedagogía, o a la buena voluntad, o al entendimiento? Como poder, sí se puede. Pero, nada está garantizado si tenemos en cuenta que, en una democracia, el diálogo remite, en última instancia, a normas y obligaciones que cumplir en el marco de la legalidad vigente. Ítem más: ¿se puede dialogar con quién atemoriza? O lo que es lo mismo, no se puede dialogar ni negociar con quien no quiere hacerlo.
3. ¿Alguien cree que el incívico –eso es un vándalo– cambiará su conducta por obra y gracia del buen hablar y hacer del político o el mediador, o de un anuncio radiofónico o televisivo, o de un cartel publicitario instalado en la vía pública, o de una manifestación de ciudadanos efectivamente cívicos? ¿Por qué el incívico de turno, así como el vándalo de oficio, han de cambiar su modo de actuación cuando saben que, a lo sumo, les van a regañar e invitar a comportarse mejor?
«La acción dice la verdad de la intención»
4. Frente al vandalismo, ¿no habría que apearse del “buenismo” y hacer frente –a eso le llaman represión– al incivismo con normas y sanciones más efectivas?
5. ¿Cuánto durará todavía ese “buenismo” rousseauniano –generalmente de la izquierda y del llamado progresismo– que cree en la bondad intrínseca de la especie humana?
Un par de tópicos progresistas por desenmascarar
1. Todas las ideas son lícitas y todas las opiniones son respetables. No es cierto. No todas las ideas son lícitas. No todas las opiniones son respetables. Por decirlo de forma resumida: no es lícito, ni respetable, promover el saqueo o el estrago. Eso es, el vandalismo.
2. El vandalismo obedece a la desesperación de los jóvenes o los perdedores sociales. No es cierto que el vandalismo encuentre su razón de ser –¿quizá su justificación?– en la desesperación y la falta de alternativas. Ahí tienen ustedes el Estado del bienestar con todas sus virtudes y, también –¿por qué negarlo?–, con todas sus insuficiencias.
Al respecto, el progresismo tiene un problema: no entiende que en un régimen democrático la culpa de la violencia es del violento y que el orden es un bien en sí que debemos preservar. Y no entiende que ese orden –indispensable para asegurar y garantizar la libertad, la seguridad, la democracia, el Estado de derecho– solo puede preservarse con una política “contrabuenista” o, si quieren, preventiva.
Finalmente, el doctor Freud toma la palabra
El vandalismo no es una respuesta a la opresión social o nacional. El vandalismo no es una revuelta juvenil –o menos juvenil– propiciada por el sistema capitalista.
Se trata de una violencia autista, sin contenido, que se agota en sí misma y refleja la tendencia destructiva y autodestructiva del ser humano. El impulso primario de un ser humano dominado por la desintegración (Más allá del principio del placer, 1921) que coexiste con un impulso secundario que busca el reconocimiento bajo la forma de agtresión desructiva (El malestar de la cultura, 1930).
Se lo traduzco: como en su día dijera André Gluksmann, “la acción dice la verdad de la intención”.