Vamos a darle una vuelta

“Piensen en todo lo ocurrido desde 2017 hasta aquí y pregúntense si de verdad quieren seguir así, si quieren seguir como siempre”

Sin entrar ahora en el fondo de la cuestión de quién preferimos que gane la segunda vuelta de las elecciones francesas, si Emmanuel Macron o Marine Le Pen -aunque creo que en mi caso, hay poco suspense para el lector…-, déjenme insistir en las bondades precisamente de esto, de que haya una segunda vuelta electoral.

Mucho se habla de lo bueno que sería eso aquí. Mucho se habla, pero nadie da el paso de cambiar la ley electoral. O, en el caso catalán, de simplemente hacer una. De atreverse a modificar ni mínimamente el status quo de los últimos cuarenta años.

Las ventajas de la segunda vuelta son evidentes para quien apuesta por un voto más meditado y racional, más consciente de las consecuencias de que de las urnas salga una cosa o la otra. Por supuesto no gusta nada a los más partidarios del santa Rita, Rita, Rita. O a los que tienen tan claro lo que quieren (ellos), que hasta votar les parece una insoportable pérdida de tiempo. Que acabarán pidiendo que con una encuesta ya baste.

GRAF4106. BARCELONA, 03/10/2021.- Varias personas muestran carteles en una manifestación convocada por la ANC para conmemorar el referéndum unilateral del 1-O, en vísperas de que el expresident Carles Puigdemont vuelva a Cerdeña para declarar ante el juez. EFE/Marta Pérez
Varias personas muestran carteles en una manifestación independentista. EFE/Marta Pérez

Hay un relato de Isaac Asimov, escrito antes de los años 70 (atención) que ya presagia esto. La Humanidad ha generado un superordenador, una especie de ciclópeo gigante de la inteligencia artificial, Multivac, que cada año que pasa perfecciona su capacidad de predecir los resultados electorales a partir de una muestra más y más exigua de votantes. Acaba afinando tanto, que al final ya le vale con una sola persona, con un solo voto, para extrapolar y sacarse del microchip los votos de todas las demás. De todas las demás personas ni siquiera de una comunidad autónoma o de un país. Del planeta entero.

Yo, como Macron, personalmente nunca he creído mucho en las encuestas (ni cuando me encanta lo que dicen), porque en tanto que periodista demasiado bien sé cómo las hacen. Y sobre todo, por qué y para qué. Nunca como ahora, una herramienta pensada para predecir se había usado en la práctica para reconducir. Para hacer creer a la gente que su voto vale más o menos según se alinea en el lado “bueno” o “malo” de la demoscopia.

¿Cuántas veces no se ha arrepentido usted de votar algo, o de no votarlo, o de simplemente de haberse quedado en casa? ¿Cuántas veces entregó su voto no a quien el cuerpo de verdad le pedía, luego las cosas tampoco salieron exactamente como le habían prometido los del “voto útil”, y se le quedo la cara que se le quedó? ¿Qué le parecería a usted, el día que vaya a votar, que a pie de urna hubiera gente vigilándole, y chillándole que está “muerto” si no vota lo que a ellos les gusta?

Spoiler: si tanta gente siente la necesidad de matarte, tan muerto no estarás. A lo mejor eres lo único que ahora mismo se interpone entre la gente, un mal gobierno y otro peor. En épocas de tribulación y de división política, la clave está en los acentos. En los matices. En alguien que conserve cierta capacidad de ver el bipartidismo (o el bipopulismo) desde fuera y ofrecer factores de corrección, vigilancia y alternativa. Alguien que por cumplir la sentencia del 25 por ciento de español no entienda hacer una ley que diga que ya no hay que cumplirla, o que todo vale a cambio de colocar a un puñado de amiguetes. Desde blanquear la corrupción de unos y de otros hasta hacer alcaldesa de Barcelona a Ada Colau.

Sinceramente creo que en Cataluña mucho abstencionista lo es por decepción y hasta por orgullo. Porque no es fácil admitir que nos han engañado. Tanto, que deshacer tanto engaño y tanto entuerto va a costar algo más de lo previsto. Ojalá hubiera bastado una sola vuelta para derrotar al procés. No pudo ser. Pregúntense por qué. Por qué no pudo ser entonces. Qué habría hecho entonces falta, qué había que cambiar de verdad. Qué hay que cambiar todavía para que no haya que esperar mucho. Para que no haya que esperar tanto.

Piensen en todo lo ocurrido desde 2017 hasta aquí y pregúntense si de verdad quieren seguir así, si quieren seguir como siempre. Si de verdad van a creerse que no había ni hay alternativa. Si de verdad quieren volver al redil de la desilusión perpetua sin mirar atrás. Denle, denle una vuelta…y hasta dos o tres. Si les dejan.