Valls Taberner: la endogamia mestiza

La meritocracia ha derrotado a la aristocracia. Fueron los Valls Taberner quienes en 1843 fundaron la tienda Santa Eulalia del Paseig de Gràcia de Barcelona (el abuelo del actual propietario, Luis Sans, no entró como accionista en la empresa hasta 1870); y también ellos han convertido su casa familiar de Tres Torres en un hotelito de ciudad. Tienen sentido de la anticipación y pragmatismo, las dotes que al parecer adornan a Cristina Valls Taberner Muls, una empresaria (por aliteración), instalada en el madrileño barrio de Salamanca y anunciadora de su propia boda con Francisco Reynés, el consejero delegado de Abertis.

El matrimonio agrega valor. Las líneas sucesorias de los Valls Taberner conjugan con el patrocinio de la piedra (los Lacalle o los Muls); con la arquitectura y las finanzas (los Sagnier); con el motor y las carreras (los Pérez Sala) o con la industria (los Rosal). Y conjugan especialmente con la banca. Cristina, la hija de Javier Valls Taberner y sobrina de Luis Valls Taberner llevará siempre encima el estigma del Banco Popular, una máquina financiera casi perfecta, que pierde fuelle a marchas forzadas en la etapa de Ángel Ron, su actual presidente.

Presente cada año en la Bienal de Venecia y en Basilea, Cristina siente por lo que tiene en su propia casa: un Miró y un Arbós, procedentes de la galería barcelonesa de su amigo Alejandro de Sales. Las crónicas de sociedad anuncian a su alrededor un mundo de colores pastel, olor a peonías y tacto de cachemir. Junto a su madre (Christina Muls), ha regentado un negocio de sedas fauvistas y blanco satén, bajo la denominación de Chris and Chris, una firma que abrió tienda en Mestre Nicolau, pero tuvo que cerrarla un tiempo después a causa de la avara pobertà de los pudientes. Su fino olfato por el arte procede de los templos de Angkor Wat, de la isla de Fernando Noronha o de Praia Forte, pero se recopila en Sotheby’s y Christie’s, las casas de subastas de Londres, donde la joven Valls Taberner tiene su otra residencia y donde forja su incipiente colección privada. Ha anunciado que contraerá matrimonio en Crans Montana, una estación de esquí suiza a 1500 metros de altura, rompiendo así la proverbial discreción de su mundo. Vindica el eslabón perdido de una estirpe en la que las tradiciones nobiliarias se fundieron un día con los linajes industriales.

De la Catalunya Vieja quedan castillos y deliciosos conciertos (como los que organiza a menudo Carlos Montoliu, el último Barón de Albi). De la nación nueva, sobreviven la arqueología industrial del vapor (Bonaplata), algunas piezas irrepetibles como la Colonia Güell de Santa Coloma de Cervelló o los emblemas de Ultramar. Desde que la endogamia de la Revolución Industrial desapareció, su esquema se reproduce solo formalmente; mantiene los hilos pero ha perdido protagonismo. Ha sido barrida por profesionales que ocupan los puestos de mando en los cuarteles generales de las finanzas y la empresa. Reynés es uno de ellos. Cristina, por su parte, representa el tercer o cuarto hervor dinástico del ochocientos. La fusión de ambos expresa una paradoja catalana por excelencia: define el presente a partir del pasado; rescata apellidos en el desguace de los negocios caídos; muestra el músculo de la gestión; regenera el tejido de la mal llamada clase dirigente y fortalece el patrimonialismo familiar. Su resultado es un hortus conclusus, un espacio sometido al rigor de su propia sombra: la endogamia mestiza del siglo XXI.

La nobleza inmemorial remarca con orgullo su origen milenario. Los Albi, Despujols, Montcada, Riquer o Llupià, señores estos últimos del Laberinto de Horta (el rizoma, que sobrevive) conviven en la genealogía, –lo destaca el Nobiliario general de Catalunya, de Armand de Fluvià— junto a la categoría de los Ciudadanos Honrados, los títulos del novecientos (los Güell o los Godó, entre otros), nombrados por Alfonso XIII. Los Honrados, el segundo rango aristocrático, nunca imaginaron que Juan Carlos I acabaría como hoy, pinzado entre los jóvenes bárbaros del aznarismo y el republicanismo solaz de la izquierda.

Mientras encuentra un lugar bajo el sol, Cristina puede precipitar el muelle de una búsqueda identitaria que su abuelo, Fernando Valls Taberner (historiador y político de la Lliga Regionalista) situó en la Reserva Espiritual de Occidente. El primero y más genuino de los Valls Taberner compartió la Residencia de Estudiantes junto a figuras como Jorge Guillén y Bosch i Gimpera, pero reclamó una orientación didáctica, la del naciente Opus Dei, que nada tenía que ver con sus orígenes. Fue medievalista, bibliotecario del Archivo de la Corona de Aragón y autor de libros recalcitrantes como Reafirmación espiritual de España, una glosa antirrepublicana del 18 de julio. Destacó en la promoción del Instituto Superior de Investigaciones Científicas, la herramienta académica potenciada por el antiguo régimen para descartar las Academias científicas, que habían proliferado en la España laica.

Con todo, el más jugoso de la familia Valls Taberner fue Luis, el presidente vitalicio del Banco Popular, que sustituyó en el cargo a Felix Millet i Maristany (padre de taimado Millet del caso Palau). Conocido como impulsor de la Universidad de Navarra, Luis Valls Taberner defendió un “materialismo cristiano, alejado de toda intolerancia y fanatismo” en palabras de uno de sus pocos amigos, Enrique Miret Magdalena, experto teólogo conocido por sus columnas en la desaparecida revista Triunfo. La revelación de Miret no encaja con la descripción del banquero fallecido en 2006 escrita por su hermano Javier (el padre de Cristina) en un artículo publicado en La Vanguardia, hace apenas un año. El hermano se refiere a un banquero marcado por la prudencia, con un libro de cabecera en su mesita de noche, Oráculo manual y arte de prudencia de Baltasar Gracián, cuyas claves habrían evitado la crisis. El conservadurismo del Popular chocó en los años setentas con el expansionismo de bancos como el Atlántico (hoy en la órbita del Sabadell), Bankunión o el Industrial de Bilbao. El Atlántico concretamente fue adquirido por emprendedores catalanes (liderados por el entronque Molins-López Rodó) a los herederos de Claudio Güell y Churruca, conde de Ruiseñada, puntal de la nobleza borbónica.

En cada nuevo paso, una alianza de clases asume la gestión y protege las plusvalías en el ámbito familiar. Los Güell-López de la Transatlántica o los Serra-Chopitea del Banc de Barcelona crearon el mecanismo, hace un siglo y medio. Pero, detrás de los pioneros, los oleajes sucesivos han ido perdiendo vigor. Los linajes de hoy no son sanguíneos. Desandan la dinastía para abrazar el mestizaje.