Valls decora el escaparate

Ahí estaba Manuel Valls, enérgico y apresurado, para ser el nuevo primer ministro de Francia cuando el electorado castigase a François Hollande en las elecciones municipales. Ahora es Hollande quien tiene un respiro para aprovecharse del talento político de Valls o verle desgastarse como futuro candidato presidencial.

Preguntarse por la sustancia real del cambio en el Hotel Matignon sería tan apresurado como excesivo. Por ahora, se trata de un ejercicio de escapatarismo, de los que tanto abundan recientemente en la política europea. Por ejemplo, Italia.

Lo más llamativo es el regreso de Segolène Royal y lo más alarmante, tanto para Europa como para la economía francesa, es que el intervencionista y proteccionista Arnaud Monteburg esté a cargo del ministerio económico. Ha criticado con frecuencia la Europa con exigencias de austeridad. Pero las finanzas están en manos de Michel Sapin, a quien los analistas ven capaz de moderación presupuestaria.

En cualquier caso, los países europeos que van saliéndose de la crisis son los que –con pesar y inquietud– aceptaron los baremos de austeridad. ¿Quién no prefería haber prescindido de esos rigores socialmente dolorosos? Al mismo tiempo, ¿quién no sabe que ese era el debido preámbulo a la recuperación?

 
Frente al declive, el escaparatismo. Es la política que para no buscarse problemas esquiva las soluciones

Cierto es que Valls tiene ese ímpetu del caballo de carreras al que se ve nervioso y a la vez capaz de ganar, en la línea de salida. La calma de Hollande, según han dictaminado las urnas, ya no convencía, era simple inacción y vacío. A saber si Valls le ayudará a remontar o le hundirá más. Es previsible que más de una vez salten chispas entre el Elíseo y Matignon.

Pero los males de Francia –sobre todo los económicos– no dependen del nervio de un primer ministro sino de la incapacidad general de ir más allá de los diagnósticos porque los remedios necesarios no serían del gusto del electorado. Te votan en contra porque no haces nada y si haces algo también.

Es por eso que un país rico y potente como Francia no alcanza nunca a decidirse por las reformas imprescindibles. Y los políticos no se atreven a llevar la contraria porque el calendario electoral es el que es. Nada va mucho más allá del paraíso de las promesas.

Hay entre los socialistas franceses más ideológicos quienes culpan a la política liberal de Hollande por el fracaso en las municipales. Otro le consideran un socialista arcaico que no se atrevió a ser socialdemócrata. En el fondo, el problema no es Hollande sino la izquierda francesa –atávica y sin flexibilidad– y, en buena parte, toda una clase política muy inmovilista.

Ahí están el crecimiento estancado, el paro y una rigidez general fruto del estatalismo. El periódico económico La tribune ha titulado: “Los franceses quieren relanzar la economía, pero no a sus expensas”. Y no hay reformas efectivas si no hay austeridad y rigor fiscal. Un 73% de los franceses no confían en la economía de su país. Pero no hay consenso social sobre las medidas que hace falta adoptar.

Frente al declive, el escaparatismo. Es la política que para no buscarse problemas prefiere esquivar las soluciones.