Valencia: PP Lab
El presidente valenciano presentó esta semana el PP como único baluarte para evitar la llegada del independentismo en Valencia. Y lo hacía el mismo día que se conocían nuevas imputaciones del Presidente de las Cortes valencianas. Los Cotino han tejido una red destinada a la prosperidad de su clan, especialmente del grupo Sedesa, especializado en obtener adjudicaciones públicas en la construcción, el inmobiliario las residencias de la tercera edad contribuyendo generosamente a la financiación ilegal del PP. Cotino también fue una de las piezas claves de la visita del Papa a Valencia, en 2006, donde se movieron millones de euros y sustanciosas comisiones. Y también protagonista en la tramoya del grave accidente de metro que aún colea.
Con unas Cortes que baten el récord de imputados políticos, el señor Fabra se dedica a agitar la bandera identitaria españolista frente a la supuestamente catalanista en todos los frentes: contra entidades culturales, contra la radiotelevisión propia y ajena, contra los padres y alumnos que reclaman el derecho a ser escolarizados en valenciano y los que Wert no les compensa con ningún cheque como pretende hacerlo en los poquísimos que en Catalunya lo quieren hacer en castellano.
El mismo día que Fabra levantaba el fantasma del independentismo, su homólogo del PP de Extremadura, Monago anunciaba la reducción en 50 millones de los impuestos de los extremeños, que se sumará a las medidas ya anunciadas por 36 millones. La supresión total del canon del agua en dos años y la eliminación del céntimo sanitario. La reforma del impuesto de la renta, que afectará al 90% de los contribuyentes, incluye una reducción del 15% de media para rentas inferiores a 24.000 euros y la devolución de más de 300 euros de media a cada contribuyente en cada ejercicio. Y ello gracias a que el superávit fiscal de Extremadura, procedente del déficit fiscal de Valencia, Baleares y Catalunya, se sitúa en torno al 20% del PIB extremeño. De hecho la ciudadanía valenciana encabeza la lista de la menor cantidad de PIB público por habitante de la península.
En los inicios de la transición cuando el malogrado Ernest Lluch transitaba por los caminos del marxismo heterodoxo, había teorizado sobre cómo los proyectos de hegemonía nacional y social español y los otros (principalmente vasco y catalán) entraban frontalmente en colisión en la «periferia» nacional. Periferia, no sólo geográfica. Tanto Navarra como Valencia, según Lluch, habían llegado globalmente más tarde a la industrialización que Catalunya y Euskadi; tenían todavía un peso de la campiña muy importante; y con la industrialización reciente, la de los años 60, experimentaban una transformación sociológica que necesariamente tendría consecuencias sociales y políticas. Gran análisis estructural que sólo una coyuntura adversa propiciada por maniobras de la casta centralista y sus delegados coloniales, y errores graves cometidos desde el mundo del progresismo local, parecía desmentir. Pero el león sólo estaba dormido.
La casta que controló la Transición percibió claramente un riesgo de descomposición del modelo neounitarista bajo capa autonómica que se diseñó en la Constitución. Por ello, activó rápidamente varios mecanismos de agitación populista anticatalana o antivasca. Incluido el apoyo a los grupos violentos que atemorizaron con violencia, hasta día de hoy, los intelectuales y artistas que se destacaban por su fidelidad a un proyecto de autoestima y de autogobierno de su comunidad. Abril Martorell y Alfonso Guerra tienen responsabilidades en la operación Valencia. Y asimismo la cobardía del mismo Ernest Lluch y Alfons Cucó que se vendieron barato la sigla del partido socialista valenciano confederado.
Al mismo tiempo, el catalanismo/valencianismo cometía varios errores tácticos que tuvieron nefastas consecuencias. La guerra de símbolos para la bandera, por el nombre del Reino de Valencia, dilapidó enormes energías que debieran haber puesto al servicio de desenmascarar la profunda opresión de clase que se ocultaba bajo la cubierta del «valencianismo bien entendido». Si a este error añadimos el gratuito menosprecio de algunos intelectuales a las expresiones más populares de la cultura tradicional valenciana, entenderemos cómo sobre este caos de batalla ideológica identitaria, el PSOE corrupto, primero, y el PP todavía más corrupto y dependiente, después, construyeron una hegemonía sustentada en mil formas de repartidora.
Pues bien, las maniobras tácticas aparentemente victoriosas de unos, y los errores perdedores de los otros, no han cambiado la dinámica estructural entre la tierra de los valencianos y España. El dependentismo en Catalunya defiende que sin las veleidades secesionistas y la confrontación permanente con Madrid los catalanes sacarían más ventajas. La realidad es toda la contraria. No nos exprimen por soberanistas, sino por catalanes. Y la prueba es Valencia y Baleares, con mayorías políticas y sociales, hasta ahora vinculadas al PP, partido promotor del unitarismo del Estado; y que en términos relativos están mucho más perjudicadas que los ciudadanos catalanes.
Este hecho estructural sangriento se ha ocultado durante varias décadas con el endeudamiento y la proclamación de la barra libre para la especulación inmobiliaria y la corrupción generalizada. Y a base de contaminar amplias capas de la población del virus de la picaresca. Pero el pinchazo de la burbuja deja cruda la realidad. En Valencia –como en Catalunya y Baleares– no existe la compensación del superávit fiscal y la generosidad de los subsidios públicos de lugares como Extremadura. Y con una Generalitat valenciana en quiebra técnica, que una vez más serviría de laboratorio a la casta para intervenir un gobierno autónomo, la revuelta se está extendiendo.
La imposición de la casta castellana y sus aliados oligarcas locales fue en Valencia casi tan precoz como Castilla. Las Germanías, revueltas de menestrales y labradores, perdedoras, la sangría de la expulsión de los moriscos y las brutales represiones –superiores a las del Principado que tiene a favor el factor frontera– posteriores al 1707 y al 1939, parece que deberían haber dejado, como buena parte de la Gran Castilla, un terreno baldío para las ideas de la democracia y el progreso. Pero creo que el hilo rojo de los hermanados, los miquelets y los republicanos, conservado por la identidad nacional no castellana, se ha vuelto a recuperar.