¿Vale la pena volver a este país?

 

Como algunos lectores saben, durante este mes de mayo estoy unas semanas de viaje profesional por Asia y Oceanía. Ahora mismo escribo desde Tokyo, pero cuando lean esta columna estaré de camino a nuevos horizontes en Sidney, Manila, Jakarta, Kuala Lumpur o Hong Kong.

Por mucha tecnología, videoconferencias, o e-mails, no hay nada como encontrarse con alguien cara a cara para abrir nuevos mercados o consolidar los existentes. Internacionalizar no es sólo enviar publicidad, sino es también en muchos casos una forma de afrontar los mercados. Una sensación, un sentimiento de globalidad. Como hemos citado en otros artículos, la principal llave para salir al extranjero no son los idiomas, o el dinero, sino simplemente superar el miedo a que nos conozcan como somos.

Sobre los idiomas quien haya viajado a China o Japón, o en realidad cualquier país no anglosajón, sabrá que el inglés hablado es tan malo como el de nuestras generaciones. Es decir, lo que priva es el producto y la confianza en exportarla. Comunicarlo no es sólo un idioma como a veces algunos, que no ha salido de su país, creen. Sobre el dinero tampoco hay ningún misterio. El año pasado me costaba más barato una semana profesional en Beijing, incluyendo billete avión y en hotel de 5 estrellas que una semana en Paradores Nacionales en España. Como diría el anuncio “mismas fechas, diferente precio”.

Viendo la que cae, reconozco que este viaje es especial. Cuando empece a viajar, allá por finales de los 80 y/o principios de los 90, prácticamente desconectaba hasta la vuelta con la realidad del país. Recuerdo buscar un diario español los domingos por Panamá o Londres, enviar postales como conexión con la realidad o simplemente hacer una llamada mensual. Ahora de la mano de mi smartphone estoy plenamente conectado las 24 horas. No sólo a nivel personal sino también a nivel profesional y, como no, también a nivel informativo mediante e-mail, whatsapp, skype o twitter -otros vía facebook, que no es mi caso-.

Puedo seguir el día a día al segundo. Y, visto desde el lejano oriente, la situación de España S.A. –-ya saben, esa denominación acuñada para referirse al Concurso de Acreedores de España-– es auténticamente un desastre. Para confirmarlo sólo me faltó ver ayer en el vuelo Hong Kong-Tokyo en la portada del Financial Times y también en algún periódico local el tema de Bankia –-donde, por cierto, nadie es responsable, cuando en cualquier país serio alguien ya estaría en la cárcel–.

La verdad, al ver en lo que estamos convirtiendo nuestro país, dan pocas ganas de volver. E incluso más. Más de uno se plantea si tan sólo vale la pena vivir en él. Y ese es un problema grande, muy grande para un país –sea el que sea–. Si el capital humano empieza –y les aseguro que no son ni uno ni dos personas– a plantearse nuevos horizontes, tanto a nivel personal como profesional, y nos damos el lujo de perderlos, no solo acabaremos con el potencial de crecimiento sino que nos hundiremos todavía más en este fangal de difícil salida.

A estas alturas, deberíamos ser realistas y ya dar por perdida nuestra generación e incluso la siguiente. Aún más. Deberíamos plantearnos si querremos para nuestros hijos una sociedad como ésta. Les confieso, la verdad, que cuando me “pego más de 100 horas en aeropuertos y aviones en dos semanas” –como en esta ocasión–, ya no lo hago por levantar un país, ni incluso por mi, sino simplemente por dejar algo mejor a los que vienen.

Como decíamos hace semanas en el caso de Pep Guardiola –un privilegiado en este caso–, aquí hay mucha gente encerrada en una prisión con salida difícil. Alguien parece que ha tirado la llave, la fuga es complicada, y en algunos casos del todo imposible. Debemos ya dar por perdido el presente, y plantear soluciones para el futuro –ya de paso pedir responsabilidades a todos aquellos que nos han metido en esto, o se han aprovechado con sus pensiones o cargos vitalicios–.

Aunque luchar contra el pasado ni es coherente ni merece un gran esfuerzo, si lo es exigir responsabilidades. En una situación como la actual es lo mínimo que podemos hacer. A mi me choca –creo mejor decir me indigna– cuando el presidente Mariano Rajoy o el ministro Luis de Guindos claman contra el ex-presidente Zapatero o la ex-ministra Elena Salgado, o cuando el president Artur Mas hace lo mismo contra el ex-president Jose Montilla, y son incapaces de exigir y hasta depurar responsabilidades por sus actos –incluso penales si es necesario–. Es más, les mantienen sus pensiones y sus atributos como si esto fuera un juego de niños, en un acto de respeto “supuestamente institucional” que debería ser también condenable.

Es nauseabundo ver que personajes como los citados –-no merecen ni el titulo de ex– se pasean por el mundo a pesar de sus salvajadas, de hundir países y de sus mentiras. Si los supuestos líderes actuales son incapaces de actuar en esa línea de responsabilidad, quizás sí que no vale la pena ni plantearse volver a este país. Yo la verdad me avergüenza que mis hijos estén en un país lleno de cobardes. Y la cobardía no deja de ser un miedo. Algunos políticos se llenan la boca sobre la necesidad de exportar y, no olvidemos que, para exportar por el mundo –viajar– debemos huir del miedo. Un miedo intrínseco en nuestra clase política, incapaz de otra cosa que no sea atacar al débil. Y si nos gobiernan cobardes –como demuestran cumpliendo las medidas dictadas por otros-–, ¿que ejemplo estamos dando?.

Hace unos minutos cuando cerraba esta columna leía que el president Mas, a diferencia del desaparecido Rajoy, salía en público para comunicar el enésimo recorte. Algunos medios alababan tal valentía, cosa que no comparto. Por otro lado, lo de Rajoy directamente es lamentable. De verdad, no sé qué debe pasar para que salga ante todos los españoles –supongo que espera a que nos intervengan–.

A lo que íbamos. El president Mas debe entender que la gente podría aceptar recortes si actúa de forma implacable contra aquellos que nos han llevado a esta situación. Sea valiente de una vez. Si entre bambalinas culpa del desastre a José Montilla, hágalo a la cara, y pídale responsabilidades. Como president, exija si es necesario su investigación e incluso su procesamiento. Mueva a su cuerpo jurídico hasta el final.

Usted recuperaría la dignidad y vería que muchos ciudadanos recuperarían la confianza. Sino actúa en esa línea seguirá pareciendo que entre ustedes se esconden las vergüenzas. Y sus actos mientras tanto servirán sólo para hundir más la memoria de la gente, que crezca la indignación y, para que cada vez más sus ciudadanos –capital humano, recuerde–, se planteen no volver nunca jamás a este país.

Y que decirle al presidente Rajoy –-¡o a quien leches Gobierne ahí!–. Haga lo mismo con Zapatero y algunos de sus ex-ministros/as –-sin lugar a dudas, los peores y más indocumentados de la democracia, aunque alguno se dedique ahora a dar lecciones de economía en artículos que, por cierto, no fue capaz de dar en dos tardes, ni cuando fue Ministro–. Actos de dignidad que, sin duda, no lograrán que salgamos de la crisis pero al menos sí que harán que más de uno se ponga a levantar el país no por ellos sino por las futuras generaciones. Sin orgullo por lo que hacemos no somos nada ni nadie. No olviden que la política les coloca ahí, para actuar y que sean un orgullo para sus ciudadanos. No para que les haga sentir vergüenza ajena.