Empezar un artículo diciendo que “el trabajo programable tiene tendencia a cero”, porque siempre depende de los costes humanos y el concepto “echar horas desaparece”, ya que no genera valor añadido, puede hacer que muchos lectores cambien de página de forma automática.
La verdad, ¡otro dogmático domador de economías cansa! Es más, un sesudo artículo sobre economía productiva es lo menos apetecible de leer. Les confieso que también de escribir. Vamos pues a buscarle una rápida traslación a la economía de Catalunya o España. Primero, definamos. ¿Qué es el trabajo programable? Simplemente, aquel que sabemos que se debe y puede hacer en un período de tiempo determinado.
No hace falta asistir a un máster de IESE, IE o Esade, sino simplemente sentarnos en un sofá y reflexionar para entender que ese tipo de trabajo tiende a cero, tanto por las aplicaciones de tecnología como por la presencia de mercados internacionales, en un mundo global, con costes más bajos. Algunos llamarían a ese tipo de trabajo “mercado de bajo valor añadido”.
Como referencia, es el trabajo que practican un innumerable grupo de multinacionales industriales, fábricas de coches, motos y televisores, entre otras. Pero no sólo eso, el trabajo programable también es el de un gran número de funcionarios y muchas empresas basadas en un modelo propio de las escuelas de negocios anticuadas donde todo está calculado al milímetro.
La crisis no ha hecho más que desenmascarar que es un modelo que no funciona. La lógica tradicional, basada en la matemática de unos y ceros, fracasa en un mundo global donde debemos aplicar la lógica difusa. Es decir, “en lo relativo a lo observado como posición diferencial”. Ya no existe el blanco el negro; el ying y el yang; incluso más claro, la derecha o la izquierda; el nacionalismo o el españolismo. Todos ellos son conceptos del siglo pasado, más propios de políticos y comunicadores que no han evolucionado, que no han viajado, que han sido violados por sus ideas y engañados por sus estúpidas realidades.
Programar la salida de la crisis bajo ese prisma sólo nos llevará ahondar en el problema. Es momento de lanzar propuestas no previsibles, no programables. Hay que dar saltos al vacío, pensar en lo que queremos tener y no en lo que tenemos y podemos perder. Soluciones imaginativas venidas de la reflexión pura, y olvidarnos del tan manido qué dirán. Sencillo, ¿no? Los políticos deben ser valientes y asumir ese rol de liderazgo con todas las consecuencias.
Hemos estado muchos años (algunos dirán que aún estamos) rodeados de políticos cobardes, pero no olvidemos que también consentidos por una sociedad cobarde. La política, no se engañen, no deja de ser un reflejo de la sociedad. No hay políticos corruptos hay sociedades corruptas o enfermas.
Cambiemos el chip lo antes posible. Hay que trazar un camino que debe llevarnos a potenciar todos los trabajos no programables (basados en un concepto amplio de I D), y a destruir cuanto antes el máximo de trabajo programable. Potenciemos entre los jóvenes los “solucionadores de problemas”, cual simple vídeo juego o play station (productividad), y no la gente que sólo quiere un horario. Supongo que alguno podría pensar que eso afectaría a los tres pilares de la sociedad actual: sanidad, educación y justicia, por cierto éste malintencionadamente olvidado en muchas ocasiones.
Todo lo contrario. La sanidad, la educación y sobre todo la justicia deben seguir siendo los pilares de la sociedad. Pero enfocados a una máxima flexibilidad. No es lógico ni coherente que un paciente tarde un año en operarse, un niño no hable inglés, o un delito tarde dos años en ser juzgado. Ninguno de los tres pilares son elementos rígidos, aunque a veces la actuación de unos y otros nos quiera dar esa impresión. No se puede pensar en ellos como un lugar donde “echar horas”, sino como un lugar de innovación y desarrollo de una sociedad mejor para todos. Con una sanidad que nos haga vivir más, una educación que nos haga ser más humanos, y una justicia que dé las mismas oportunidades a todos.
No quiero acabar sin remarcar el tema de la justicia. Es un pilar básico del sistema, al que en muchas ocasiones no se le da el valor que tiene. La justicia, a diferencia de los que muchos piensan, no es un sistema cerrado con todo manido (las leyes), sino un lugar abierto donde la interpretación de las leyes y su evolución deben buscar las mejores soluciones a los problemas. En un momento de crisis como el actual, vemos actuaciones valientes de jueces que entienden que hay que interpretar al milímetro cada actuación. No olvidemos que al final la justicia es un fiel reflejo de las normas de una sociedad, por lo que tampoco debe ser rígida.
Vamos al sofá y pensemos en clave futuro. Tras la crisis no habrá trabajo para todos, pero por eso mismo es importante posicionar a cada sociedad en su lugar. Mantener de forma cabezona trabajos programables, que sabemos tienen tendencia a extinguirse, sólo aportará problemas. Pidamos a los líderes que tomen decisiones para acelerar ese cambio, y sobre todo que las expliquen. El trabajo de por vida se acaba, echar horas, tener un horario, pensar en local se acaba.
Los políticos son un reflejo de la sociedad. Mi gran duda es si tenemos una sociedad madura, o realmente somos una panda de vagos, maleantes, mal aventurados, que solo nos miramos el ombligo cuando hace frío. Quizás toque dar un billete de Ryanair, por lo barato, para que tanto la gente como los políticos viajen un poco y vean la realidad del mundo. Valoraremos lo que tenemos y lo que podemos perder. Sin esa dosis de conocimiento, aquí vamos a seguir haciendo el capullo y nos hundiremos cada día que pase.