Vacaciones escolares con hambre
Más de medio millón de niños están teniendo problemas de alimentación tras el cierre de los centros escolares por vacaciones. Un auténtico y anónimo drama, según las ONGs que han hecho este cálculo y que recuerdan que un tercio de la infancia de España vive, según la última encuesta del INE, en riesgo de pobreza.
Traducido en frías cifras, supone que nada menos que tres millones de niños, 800.000 más que hace cinco años, están sufriendo como adultos los achaques implacables de los rigores económicos e hipotecando para siempre sus infancias.
La tragedia y la vergüenza, que tratan de paliar como pueden algunas comunidades, ayuntamientos e instituciones caritativas (como se deben seguir llamando), es mayor cuando quienes gobiernan no consideran que asegurar una comida diaria a un niño debe ser lo primero, antes que despilfarros administrativos cotidianos de los que sobran ejemplos.
Una organización tan seria como Unicef ha denunciado que, en España, la evolución a la baja en los ingresos medios de las familias con hijos, la exclusión del mercado laboral de los progenitores y los recortes en transferencias sociales provocan una alimentación desequilibrada, precaria e insuficiente. Muchos miles de niños desayunan poco, en caso de que lo hagan, y llevan a cabo su principal comida en el colegio y cenan «lo que se puede», en algunos casos bocadillos o fiambre.
En muchas familias –explica la organización de la ONU–, la carne o el pescado son sustituidos por alimentos más baratos, como la pasta, ante la falta de recursos económicos. Por todo ello, resulta una quimera la planificación adecuada del menú semanal en función de la edad de los hijos, su actividad física y mental, sus posibles enfermedades y las necesidades específicas que puedan presentar.
Más allá de la precaria alimentación de los más pequeños, las actividades extraescolares y de ocio son suprimidas como medida de ahorro, algo que dificulta en gran medida su pleno desarrollo físico, cultural e intelectual.
El caso es que para hacer frente al problema de una comida digna al día bastaría una ecuación muy simple, incluso sin necesidad de aumentar el presupuesto escolar. Si según las cuentas de trilero y ya ex ministro José Ignacio Wert, el Estado destina 58,3 euros al día por alumno, los 3,3 primeros deberían destinarse a dar de comer a quienes lo necesiten o lo deseen (ni de lejos llegaría a la mitad de todos los escolares) y los otros 55 euros a la educación.
Los expertos consideran que con esta medida sobrarían los táperes y tarteras, que llegaron con la crisis en el 2008 a los colegios, y los menores necesitados se situarían en pie de igualdad con reclusos y el amplio personal de la Administración que, con dietas o sin ellas, come a cuenta del erario público.
La Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria alerta de que la pobreza tendrá un efecto imborrable en la salud de los menores españoles. Sus expertos señalan que la exposición durante la infancia a una situación de privación y de desigualdades sociales se asocia a peores resultados en salud a corto, medio y largo plazo. «Cuanto más precoz es la exposición, más irreversibles y definitivos son los efectos negativos», advierten. Y después, menores son las opciones laboralmente.
Pese a estos datos, el Gobierno ha optado por la política de recortes sociales. Y la mantiene. España, que ha sido punta de lanza en inversión en materia de alta velocidad, autopistas y aeropuertos en la última década, contrasta con el descuido al que se ha sometido a las políticas destinadas a la infancia. Suponen tan solo un exiguo 1,4% del PIB, muy lejos del 2,2% de la media europea.
El resultado, según Unicef y la OCDE, es que la tasa de pobreza infantil española (36,3%) se sitúa en el puesto 39 sobre un total de 41 países miembros.
Sin demagogías ni generalidades, el problema es que los partidos políticos no están por priorizar estas inversiones, como pocas de futuro y de igualdad. «En Suecia, donde las ayudas son enormes, todos los niños son iguales porque tienen las mismas oportunidades», ha recordado Sara Ayllón, profesora de Economía Aplicada de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Esta especialista en economía de la pobreza considera que sería necesaria una cuantía de 2.500 euros al año por niño para situar la prevalencia de la pobreza infantil española por debajo de la media europea. No tiene desperdicio la perla-perogrullada de la diputada Arenales Serrano: «La pobreza infantil se produce porque los padres son pobres».
Muchos niños españoles no podrían sonreír, como lo hacíamos los de nuestra generación, con las aventuras de Carpanta, un entrañable personaje de tebeo cuya único objetivo era zampar algo y calmar su hambre. Carpanta es el reflejo de su situación.