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Porque en Estados Unidos ya no hay rivales políticos, sino enemigos con diferencias que entienden insalvables

El expresidente Donald Trump fue declarado culpable de haber abusado sexualmente de la periodista Jean Caroll. Preguntado al respecto por la CNN, el antiguo mandatario aseguró que la noticia lo había hecho subir en las encuestas de cara a volverse a presentar para liderar el partido Republicano. Al margen de que no quedara claro a qué encuestas se refería, sus declaraciones parecen ratificar la fractura social e ideológica de los Estados Unidos, donde el odio al rival y la bunkerización han corroído las bases de la convivencia.

El país está en un momento de zozobra económica, en lucha contra la inflación, intentando dar esquinazo a una potencial crisis financiera y con una pérdida de poder adquisitivo del 6%. La segunda más grande de los estados de la OCDE.

En el trasfondo internacional, Estados Unidos concentra sus mayores esfuerzos en su rivalidad con China e intenta frenar sus ambiciones de convertirse en la nueva potencia cultural y comercial. En el frente ruso, si aparentemente la guerra en Ucrania habría unido las sensibilidades mayoritarias, las campañas de desinformación y la histórica dicotomía entre intervencionismo o aislacionismo no permiten terminar de sacar partido a uno de los pocos consensos existentes hoy en día.

Estados Unidos concentra sus mayores esfuerzos en su rivalidad con China

Socialmente, el país lleva años rompiéndose y buscando su nueva identidad. Con el ascensor social estancado y con la llegada de una inmigración vibrante en la que los hispanos representan ya un cuarto de la población, los Estados Unidos se miran al espejo y no se reconocen. Las políticas identitarias han eclosionado precisamente en el seno de una sociedad sin identidad.

Políticamente, la radicalización de discursos populistas y pretendidamente antielitistas ha fracturado ambos partidos. Por un lado, los republicanos se debaten entre trumpismo y post-trumpismo en una guerra que parecería haber arrasado con las posturas de conservadores más tradicionales. Por otro lado, el partido demócrata se ve tiroteado por sus extremos antisistemas, que coquetean con posturas como el antisemitismo, son contrarios a los valores fundacionales mismos de la nación y ofrecen más racismo para combatir el racismo. Si los primeros se avergüenzan del país que es hoy, los segundos lo hacen del país que fue.

Ante ese panorama, los partidos se movilizan en torno a sus propias bases y olvidan persuadir al contrario. Porque en Estados Unidos ya no hay rivales políticos, sino enemigos con diferencias que entienden insalvables. Y así, sin pasado definido y con un presente de confrontación, las masas independientes que deciden los resultados electorales, se encuentran adormecidas, temerosas o simplemente desencantadas.

El periodo de Trump aportó impunidad ante el escarnio y obscenidad en la mentira. Los demócratas presentaron a Biden como antídoto a la radicalización, pero el presidente no parece ser una potente figura detrás de la que unificar posturas. Dentro de su propio partido el discurso se radicaliza y el ciudadano medio se pregunta qué influencia tienen en Biden los representantes más extremos.

Pero la gran ruptura es, según Laurent Capelletti, profesor en el Conservatoire National des Arts et Métiers (Cnam), la ruptura con el conocimiento. El conocimiento respecto a la ciencia y a la continuidad de las Luces que estructuraron los EEUU. Este profesor explicaba cómo esa ruptura se siente en el plano de la producción científica y académica en la que en muchos temas se abordan desde la perspectiva de la opinión y no del conocimiento científico. Esa “celebración de la ignorancia” de la que hablaba Carl Sagan en El mundo y sus Demonios, al describir “el embrutecimiento de América” y su “lenta decadencia”.

Y es que las universidades son percibidas como uno de los grandes problemas del país. Tomados por una fuerte ideología en la que no se pueden aplicar criterios científicos, los campus influyen poderosamente en el resto de la sociedad. Se multiplican los estudios sobre la inclusión, el racismo, la diversidad, el género, etc. desde el prisma de la opinión y cualquier voluntad de debate se vive como una amenaza a la nueva fe.

Se multiplican los estudios sobre la inclusión, el racismo, la diversidad, el género, etc

Jóvenes adanistas encerrados en las echo chambers de sus redes sociales denuncian a voz en grito las desigualdades, pero están dispuestos a sacrificar el objetivo a cambio de mantener intacta su imagen, su ego virtuoso y su doctrina religiosa. Resulta paradigmático el caso de David Shor, joven gurú del análisis estadístico político y figura idolatrada por la izquierda estadounidense. Durante las manifestaciones que siguieron al asesinato de George Floyd, Shor tuiteó un estudio que afirmaba que las protestas violentas ayudaban a los republicanos, mientras que no las violentas ayudaban a los demócratas. Fue acosado en redes sociales hasta ser despedido de la empresa para la que trabajaba. Nadie quiere escuchar una voz discordante y Shor venía a recordar a las izquierdas radicales que estaban perdiendo el contacto con su base de votantes.

Por supuesto, el país es una democracia sólida y no es la primera vez que se ve fracturada, pero hoy en día se siente el agotamiento de las clases medias, tiroteadas entre un centro paralizado que sangra por la herida económica, una izquierda radical y totalitaria contraria a los propios valores fundacionales y una derecha populista mentirosa y obscena.

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