Unionistas o constitucionalistas
Lo mucho que importan etiquetas se constata cuando el secesionismo fuerza la denominación de unionistas para aplicar a quienes prefieren la vigencia legal de la Constitución de 1978 –tal cual o reformada por consenso- a la propuesta de ruptura de Catalunya con España. Fue un logro del independentismo: acotar terminológicamente a quienes para nada necesitaban ser etiquetados.
No es la primera vez que eso ocurre. De modo que, de un día para otro, los ciudadanos que no desean que Catalunya se independice pasaron a ser catalogados como unionistas.
La etiqueta unionista, además, tiene el añadido de una connotación negativa. El unionismo era la posición de quienes deseaban que los condados de Irlanda del norte –el Ulster- no dejasen de ser parte del Reino Unido. En la posición contraria, el republicanismo propugnaba que los seis condados del norte pasasen a formar parte de la República de Irlanda.
¿Cómo? En algunos casos por la política, en otros por la violencia, como fue el caso del IRA. Si simplificamos, era el enfrentamiento entre católicos y protestantes. También hubo grupos violentos en el unionismo, aunque no con la extensión brutal del terrorismo del IRA.
El nacionalismo radical es propenso a los abusos comparativos. Un día fueron las Repúblicas Bálticas, otro Quebec, también los Balcanes. Hoy es Escocia y es también la identificación inducida de quienes prefieren la autonomía a la independencia con el unionismo en Irlanda del norte.
Como en otras comparaciones de este tipo, el caso de Catalunya no tiene nada que ver con el conflicto, tan prolongado y sangriento, de Irlanda del norte. Allí cundió una de las confrontaciones más vejatorias de la Europa de nuestro tiempo, algo que llegó a ser tan violento porque tenía un poso de siglos y venía de una independencia del Sur que había provocado una guerra civil.
Con los años y tras un tiempo de violencia y destrucción, entre el unionismo moderado y la comunidad católica –con especial representación del laborismo- se trazaron puentes que hicieron posible reducir al máximo el conflicto norirlandés. Así se llegó al “statu quo” actual que, básicamente, consiste en un reparto de poder institucional.
La comparación con la Catalunya de hoy es un absurdo, para quien haya visto de cerca los efectos del enfrentamiento entre las comunidades católicas y la protestante, reflejo de la tensión entre republicanismo irlandés y unionismo pro-británico, pero no siempre catalogables de modo unívoco.
Dicho brevemente: los condados del Norte decidieron no seguir el proceso independentista del resto de Irlanda y continuar formando parte del Reino Unido. Apareció una frontera. La República de Irlanda logró su independencia y, después de una guerra civil, comenzó su camino como Estado.
Ni la vertebración de España, incluso con sus disfunciones históricas, ni la propia dinámica de Catalunya tiene que ver con aquel proceso, ni con el enfrentamiento de comunidades al modo de católicos y protestantes.
¿Para qué catalogar a quienes están en la constitucionalidad? Creer que hay inteligencia para el consenso en el espacio de la Constitución de 1978 no tiene nada que ver con el unionismo protestante. Pero, una vez más, con las etiquetas hemos topado