¿Una única lengua oficial? Va a ser que no
Llevo bastantes años defendiendo lo mismo. La guerra entre lenguas siempre acaba mal. Pero es que, además, en Cataluña no existe ninguna guerra en este sentido. El conflicto lingüístico sólo existe en la mente calenturienta de algunos políticos y de los «santones» intelectuales habituales.
Entre la gente normal y corriente, entre lo que podríamos denominar el pueblo llano, ese conflicto no existe. Y la prueba está en que, a pesar de los incentivos económicos impuestos por los tribunales, son pocos los padres que utilizan a sus hijos como arma arrojadiza para sortear el sistema de inmersión lingüística imperante en Cataluña.
Si bien es verdad que no existe un conflicto entre el catalán y el español, es evidente que hay una clara descompensación, que raya la discriminación, entre la presencia del catalán y el español en la vida pública.
En la sociedad de la información y del ocio, las lenguas demográficamente pequeñas o con unos límites territoriales muy concretos son muy vulnerables, especialmente si son débiles políticamente. El sueco, pongamos por caso, es una lengua que hablan sólo los suecos pero nadie dice que esté en peligro de extinción. La existencia del Estado sueco le da fuerza y la protege incluso en territorios extranjeros limítrofes, donde viven núcleos de hablantes suecos, por ejemplo Finlandia.
La fuerza de una lengua se mide por su prestigio y por la consideración que los de fuera dan a esa lengua. La gran amenaza del catalán no es el español o, en general, el multilingüismo. La amenaza es la falta de rango.
Cuando los catalanoparlantes nos vemos obligados a firmar peticiones para conseguir que un videojuego esté también disponible en catalán, esa es la confirmación de que la discriminación existe. El último ejemplo es el videojuego FIFA 2017.
No puede ser y provoca rubor que a estas alturas uno se encuentre que en un restaurante te den una carta en tres o cuatro idiomas y que ninguno de ellos sea el catalán. Tener que estar todo el día reclamando el derecho a poder vivir en catalán hastía a cualquiera.
Son los políticos los que deben poner remedio a ese estado de cosas. Defiendo la independencia de Cataluña también para revertir esa situación y defender mi identidad y mi lengua. El Reino de España subraya en su idolatrada Constitución que la única lengua oficial es el español. La independencia resolverá la cuestión en un santiamén.
A diferencia de Suiza, que es un Estado multilingüe por ley, en España las otras lenguas peninsulares sólo son cooficiales en los territorios donde se hablan. Es el modelo bantú. Usted puede ser negro en su territorio pero no puede ser negro en el conjunto de España, que es monolingüe.
El Estado no le va a proteger, nos viene a decir. Volvemos así a la cuestión del rango. Digamos las cosas como son, en los juzgados de Cataluña se habla en español porque los jueces discriminan a los catalanes con el auspicio del Estado.
Catalunya tiene una lengua histórica, ligada a la catalanidad, pero la catalanidad hoy ya no se nutre sólo de la lengua. Los procesos históricos son dinámicos y no se puede dar marcha atrás.
Lo digo porque según los datos de la Encuesta de Usos Lingüísticos de la Población (EULP-2013), el 31% de los catalanes tienen como lengua materna el catalán, el 53% el español y otro 11% cualquiera de las 300 lenguas presentes en Cataluña. La identificación lingüística no define, pues, ni la catalanidad ni menos aún las posiciones políticas de las personas.
Y ahí están los ejemplos de Gabriel Rufián y Justo Molinero, aunque se peleen. Entiendo el reproche de Molinero a Rufián porque a mi también me pareció absurdo que mi amigo republicano insistiera en afirmar en plena campaña electoral de que él era hijo de la inmersión lingüística y en cambio lo dijese sin pronunciar ni una sola palabra en catalán.
Días antes, Albert Rivera había hecho otro tanto en el mismo escenario, el desayuno organizado por Nueva Economía Fórum, criticando, en cambio, la inmersión. Hay coincidencias que es mejor evitarlas.
Así pues, mi visión de la Cataluña Estado se engrandece cuando pienso que viviré en un país donde el catalán y el español van a convivir como lenguas cooficiales junto al aranés, el pequeño esqueje occitano en nuestro Pirineo atlántico.
Las tres deben ser lenguas oficiales en una República catalana que se precie de ser democrática, abierta, multilingüe, igualitaria y culta. Quienes nos acusan de fomentar una «ideología bilingüista» acomodada y conformista por pensar y soñar una República así, están fuera del tiempo.
La Cataluña mestiza está aquí y no tiene por qué justificarse. Y sin embargo les diré que si bien yo pertenezco a ese tipo de catalanes con ancestros que a lo mejor incluso me ligarían con los condes-reyes fundadores del Principado, mi hijo, cuya madre es de origen castellano y por lo tanto tiene una relación con el español muy diferente a la mía, es tan independentista como yo.
Los dos luchamos por esa Cataluña Estado en la que él y sus amigos puedan divertirse en catalán y en la que yo pueda escribir en español si me da la gana y ustedes puedan leerme en libertad.