Una ucronía a propósito del debate sobre el estado de la nación

Imaginemos, por un momento, que el martes el presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, hubiera subido el estrado del Congreso y tras realizar una descripción detallada de los principales indicadores actuales del país y su hoja de ruta priorizada y motivada para los siguientes meses, hubiera incluido en su discurso una referencia a aquellos aspectos de su política en los que los resultados no hubieran sido los deseados y, a su juicio, los errores cometidos con el firme propósito de escuchar propuestas y opiniones que ayudaran a su ejecutivo a superarlos.

Supongamos, también por un momento, que en su réplica el líder de la oposición, Alfredo Pérez Rubalcaba, hubiese reconocido sin ambages el esfuerzo llevado a cabo por su rival político, agradeciéndole sinceramente el que España hubiera conseguido superar las grandes amenazas que se cernían sobre su economía. Tras estas observaciones, el dirigente socialista le habría hecho ver los problemas que estaban atravesando sectores importantes de la población y los costes en términos de desigualdad que las políticas del Gobierno, exitosas en algunos campos, estaban teniendo para muchos conciudadanos.

Figurémonos asimismo que en los sucesivos turnos de intervenciones, réplicas y contrarréplicas, tanto de los dos citados como del resto de líderes políticos, se hubiera puesto de relieve en primer lugar los logros obtenidos desde el último debate, que no serían los mismos para todos, para pasar a continuación a mostrar las discrepancias ideológicas o puramente de gestión política sobre la economía, la construcción europea, la inmigración y la situación creada en las fronteras de Ceuta y Melilla, la pulsión independentista en Catalunya

Que tras acabar las jornadas de debate constructivo y positivo, los ciudadanos hubieran podido recibir una conclusión, una foto de la realidad sin prejuicios, mayoritaria sobre lo que ha avanzado y los riesgos que aún existen en el porvenir más inmediato. Y a partir de aquí, también las diferencias entre las distintas opciones políticas sobre hacia dónde ir, qué poner en el primer punto de nuestras prioridades y cómo abordarlas… pero siempre anteponiendo la realidad que, aunque depende del cristal con que se mire, no deja de ser algo concreto, a intereses puramente electorales.

Probablemente, si hubiera sido así, el CIS no habría recogido, como hizo en realidad, que el 88% de los ciudadanos encuestados en su sondeo no veía ningún beneficio en debates como el que se produjo. Desgraciadamente, el debate real, no el ucrónico de los primeros párrafos, fue tan interesante, tan útil, como las cifras del CIS reflejan con crueldad.

Y es que esa representación caduca de debate político está cada vez más alejada de las preocupaciones y necesidades de una mayoría de la población. Los líderes de los diferentes partidos recitan discursos previsibles, en muchos casos ininteligibles en sus objetivos para los ciudadanos que les pagan y a los que aseguran representar.

Discursos manoseados que apenas interesan ya a la categoría laboral de tertulianos que se ven obligados a interpretarlos en claves esotéricas, más que por lo que realmente se estaba diciendo: que si el objetivo era interno, de afianzamiento de los liderazgos cuestionados de Rajoy y Rubalcaba; que si había sido un debate en clave de elecciones europeas más que de otra cosa… Tal vez, pero en teoría lo que los españoles teníamos en la agenda era un debate sobre el estado de la nación.

Una pena. Quiero imaginar lo que sus señorías habrán pensado cuando hayan leído que, según la encuesta del CIS, un 88% de los ciudadanos a los que representan consideran que esos tres días de parlamentarismo no sirvieron para nada; la cara que habrán puesto los diputados populares al saber que un 73%no han recibido ningún mensaje de confianza tras ese debate.

Tal vez la misma que ponen cuando, ante una cita electoral, máximo acto de participación política, se dan abstenciones del 40% del censo. Quizás hagan como muchos aficionados al fútbol de este país después de la jornada del domingo: volver a trabajar con el mismo traje. No, el pasado debate sobre el estado de la nación tampoco fue el punto Jonbar de nuestra necesaria regeneración política.