Una política subordinada a los conflictos
No se trata de movilizar a la ciudadanía contra el gobierno, sino de generar el efecto óptico, por medio de las palabras, de que la situación es insostenible e irrespirable
La tensión política en España no solo es producto de la crispación que provoca la defensa airada de las convicciones políticas, sino una forma de hacer política en nuestro país. El presidente Emiliano García- Page, de Castilla – La Mancha, alertaba a España que ser iba a vivir horas graves como consecuencia de la reforma del delito de sedición y malversación.
Horas graves al quedar España en manos de los independentistas, al acordar reformas que rompen las reglas de la democracia y al no respetar la separación de poderes… Un sinfín de descalificaciones y alertas más destinadas a señalar que el poder en España debe cambiar de manos, de la izquierda a la derecha, que a señalar un problema real.
Los que apelan que España tiene un problema con los jueces deberían recordar que estos no son nuevos y se arrastran legislatura tras legislatura. Algo parecido podemos decir de la escalada de descalificaciones y grandes palabras para alertar de que todo se hunde.
La estrategia de fondo que ahora podemos constatar es que las reformas y nuevas leyes impulsadas por el ejecutivo, que incomodan y dificultan el trabajo del poder judicial, es una excelente forma de señalar que estamos ante una batalla entre el poder ejecutivo y el judicial.
Lo que observamos es que en España la política se planifica alrededor y para dar continuidad al conflicto, no para solucionarlo
Sin embargo, la mayoría de personas sabemos que la próxima semana es la última para incendiar a la opinión pública española antes de iniciar las fiestas de Navidad. En estas fechas, España, aunque solo sea por unos días, se salvará de su propia autodestrucción y los partidos políticos que ahora ven el momento de salvar a España, centrarán su atención en otras cosas.
La espiral de reproches, advertencias, denuncias, críticas, descalificaciones y acusaciones no responden a la voluntad de detener el avance de una involución política que afectaría a la separación de poderes sino a la clásica lucha por el poder político.
No se trata de movilizar a la ciudadanía contra el gobierno, sino de generar el efecto óptico, por medio de las palabras, de que la situación es insostenible e irrespirable. Lo que observamos es que en España la política se planifica alrededor y para dar continuidad al conflicto, no para solucionarlo.
Tras la pandemia, todo vuelve a la normalidad; recordemos que los grandes problemas que afrontaba España en el 2018 eran el fin del consenso territorial, la crisis económica y las desigualdades sociales, los efectos de la moción de censura que llevó a Pedro Sánchez al gobierno y que la puntuación que daban los ciudadanos para valorar la calidad democrática era un 5,8.