Una política de lucha y gobierno
Recientemente hemos visto un debate entre los dirigentes de Podemos en torno a si la organización tenía que priorizar la lucha en la calle o en las instituciones. Muchos podíamos pensar que esta es una vieja discusión ya resuelta desde hace mucho tiempo.
Ya a partir del año 1945, Palmiro Togliatti siguiendo la tradición de Gramsci había teorizado sobre el papel del PCI como «Partido de Lucha y Gobierno», este concepto fue aplicado muchos años por los comunistas italianos. La concepción de «partido de lucha y gobierno» parte de una previa definición de un partido de masas lejos de la concepción de «partido de élites».
Togliatti define el nuevo papel de la clase obrera ante los problemas nacionales: «la clase obrera, tiene que abandonar la actitud de mera oposición y crítica del pasado, tiene que asumir hoy, junto con otros segmentos consecuentemente democráticos, una función en la lucha por la construcción del régimen democrático».
En definitiva el necesario partido tiene que ser de masas y estar inmerso capilarmente dentro del entorno social. No se trata de optar entre lucha y gobierno sino que el partido tiene que hacer de forma dialéctica ambas funciones y las luchas que se dan en la sociedad tienen que estar presentes en el trabajo institucional, y en la lucha social se tienen en cuenta las alternativas que se plantean a nivel institucional.
Es evidente que el PCI fue durante décadas el ejemplo de esta concepción, un partido de raíz obrera, pero con influencia en todas las capas sociales, con fuerte presencia en el movimiento sindical, pero también en las capas intelectuales y profesionales, en el mundo de la cultura, del cooperativismo, de los movimientos vecinales, presente y gobernante en pueblos, ciudades y regiones y con una fuerte presencia en el parlamento donde cogobernaba desde la oposición con propuestas fundamentadas y alternativas a las del gobierno.
Se trata de no esperar a ser mayoría de gobierno para aplicar las formas de transformación social sino de hacer un trabajo institucional ofreciendo soluciones para el conjunto de la sociedad, para plantear un avance hacia el objetivo fundamental, es decir la transformación de la sociedad. Y a la vez que se hace la tarea institucional no se abandona la lucha para la consolidación de las instituciones democráticas tanto las formales como las sociales y con los movimientos sindicales y asociativos, representando los intereses y reivindicaciones de la mayoría social, y con la lucha reafirmar su autonomía respecto al Estado, por muchos que sean el cargos institucionales que se ocupen.
En el ámbito del estado español también tuvimos un ejemplo de este tipo de partido nuevo de masas, de lucha y gobierno, fue el PSUC de los primeros años de la transición y hasta su ruptura. Un partido de amplio espectro, con una fuerte implantación en el mundo sindical, vecinal y asociativo, en el profesional y en el cultural, segunda fuerza política en las primeras elecciones detrás los socialistas que hicieron de Cataluña la región más roja de Europa.
Un partido serio de este tipo no se plantea una lucha que sea «un asalto a los cielos», sino como decía Raimon «una lucha sorda y constante». Y para hacerlo debe ser una fuerte organización inmersa en a la sociedad y en los movimientos sindicales, sociales y culturales, con una fuerte relación desde el respeto a la autonomía de las organizaciones sociales.
Un programa adaptado a las necesidades de transformación de la sociedad, lejos de las consignas o simples enunciados genéricos, con propuestas fundamentadas y con posibilidades de implementación. Hay que pedir propuestas políticas a partir de una concepción ideológica de progreso clara y profunda, que parta de la actualización de conceptos como el de clase social, de la centralidad de la defensa del trabajo digno y con derechos, de la ecología, de la justicia, del progreso social, de la igualdad de los diferentes, del reconocimiento de las diferencias de todo tipos, de la solidaridad dentro y fuera de las fronteras, y de la lucha contra las desigualdades. Una organización cohesionada, plural y participativa.
Hasta ahora vemos que las fuerzas del cambio aún están lejos de esta idea del «partido de lucha y gobierno» y todavía se plantean si son una cosa o la otra. Están lejos también de ser organizaciones estructuradas y todavía les falta tener clara su relación con los movimientos sociales que debe basarse en el respeto hacia su autonomía. Estamos todavía lejos de un partido que quiera representar las clases trabajadoras, plurales y diversas, en su centralidad y a la vez el conjunto de las clases populares.
De momento vemos un movimiento electoral de confluencias todavía no consolidadas, y el discurso de las cuales se ha sustentado fundamentalmente en atraer a las clases medias indignadas por la pérdida, debida a la crisis, de sus perspectivas de vida y de futuro.
Habrá que esperar una a ver si consiguen madurar en la línea de este partido de masas, de lucha y de gobierno que necesitamos y que tenga realmente voluntad mayoritaria. De momento no tenemos ninguna certeza, sólo la esperanza imprescindible ante la hegemonía de la derecha.