Una generación sin reloj
Las jóvenes generaciones ya no llevan reloj porque consultan la hora en su móvil. El reloj tuvo un valor simbólico, un status de ritual de paso. Muchas veces el reloj al final pasaba de padres a hijos.
Ahora vamos a dormir después de mirar la pantalla del iPhone y al despertar la primera mirada también es para el iPhone, objeto y sujeto ya entre los más íntimos, capaz de alterar las formas de vida amorosa, los hábitos domésticos y los vínculos familiares. Especialmente los jóvenes, accedemos a Internet por el móvil.
Todavía no hemos asimilado lo que significa la impresora 3-D pero ya se entiende que será un modo increíble de introducir nuevas formas de invención y creatividad en las escuelas. Es el penúltimo experimento en un siglo de aceleración.
Hacemos clic a todas horas. Exigimos instantaneidad en todo. Del shock del futuro hemos pasado el shock del presente.
Acelera el poder de las ideas para transformar el mundo. Algunos futuristas nos dicen que en el siglo XXI podríamos conseguir más de mil veces la innovación experimentada en el siglo pasado.
Son los dominios de la Web 2.0, plataforma de plataformas, donde somos partícipes y no simples usuarios. Consultamos una enciclopedia infinita que se reescribe al segundo y que llega a nuestra pantalla con un clic. Es la enciclopedia hipertextual, desparramada por más de medio billón de páginas web. El problema es saber lo que buscamos.
Con el paso del mundo analógico al digital, remasterizamos en digital toda versión analógica. Cómo dicen los tecnólogos, la innovación no es aditiva, sino multiplicativa.
Y, a la vez, frente a la idea de que la mundialización hace tabla rasa de todo arraigo, lo más posible es que vivamos un reciclaje de las tradiciones, del mismo modo que cosmopolitismo e idiosincrasia quizás logren formulaciones de equilibrio. Por ejemplo, la glocalización.
El acceso a Internet por el teléfono móvil, en zonas de África y Asia, supera el parque de ordenadores y hace que el uso del móvil sea previo al del teléfono fijo. Es metamorfosis digital, del papel a la pantalla. Leemos una suerte de sintaxis hipertextual.
A pesar de todo, contamos una historia, sea factual o digital, una historia tuiteada en 140 caracteres, por YouTube, en tableta o de modo interactivo, en pantallas multiuso. ¿Aturde estar tan on line?
La década de la neurociencia representa un nuevo conocimiento. Y los robots se han puesto a caminar. Echan una mano en los quirófanos y al mismo tiempo pilotan aviones bombarderos. ¿En qué medida, pongamos por caso, los robots estarán en las aulas?
Leer, pensar, imaginar son acciones humanas que pueden cambiar. Hay donde escoger. ¿Papel o edición digital? Ya se verá. ¿Bibliotecas sin libros, aulas sin profesores?
En los Estados Unidos ya existe la primera biblioteca al cien por cien digital. Un toque de pantalla despliega el gran atlas del mundo. En la librería digital entrechocan el ayer, el hoy y el mañana del libro. ¿Una cultura post-literaria? ¿Una cultura post-libro? Leer, leeremos pero sin saber por ahora ni cómo, ni donde, ni qué.