Una explosión imprevisible

La situación en Cataluña es imprevisible, con el Gobierno español y el Gobierno catalán enfrentados, y la determinación de Puigdemont de celebrar el 1-O

Desearía poder seguir suscribiendo aquella conocida frase de Antonio Gramsci, “contra el pesimismo de la inteligencia, el optimismo de la voluntad”. Pero se me hace cada vez más difícil compartirla, como mínimo en el momento actual de la tremenda crisis de Estado que vivimos y sufrimos en el conjunto de España, y de forma muy especial en Cataluña. Por mucha voluntad que le pongo, el pesimismo se impone ahora al optimismo. Y por desgracia lo hace, además, por goleada.

Incluso aquellos que desde los mismos inicios de este grave conflicto institucional, político y social habíamos alertado que se había iniciado una carrera de despropósitos e irresponsabilidades por parte de unos y otros, no hubiésemos podido imaginarnos que se llegaría al punto actual. Un punto en el que está en juego todo nuestro sistema de convivencia pacífica, ordenada, libre y democrática.

Estamos viviendo ahora, en vivo y en directo, algo así como una copia de una escena que hemos visto en infinidad de películas y series de acción: una bomba de gran potencia va a explotar en un plazo determinado si no es desactivada, mientras van pasando las horas, los minutos y los segundos ante nuestra preocupación, ante nuestra angustia y ansiedad. En algunas ocasiones se logra al fin desactivar la bomba, o al menos paralizar el mecanismo de relojería que debería activarla; en otras ocasiones finalmente la bomba acaba por explotar, entonces con unas consecuencias en cualquier caso trágicas.

Ahora todos sabemos que el referéndum no se podrá celebrar, porque la logística se ha desmantelado

Pues ahora estamos así. En toda España y sobre todo en Cataluña. Todos sabemos ya que el célebre referéndum de autodeterminación de Cataluña convocado para el próximo domingo día 1 de octubre no se podrá celebrar. No solo porque es ilegal ni porque su convocatoria misma contradecía todas y cada una de las normas más elementales para su homologación internacional, sino porque la policía judicial ha desmantelado casi toda su logística, con la incautación de millones de papeletas de votación, centenares de miles de carteles y todo tipo de publicidad electoral.

El tiempo transcurre imparable e implacable. Pasan los días, las horas, los minutos y los segundos, y nada ni nadie ha conseguido aún parar el mecanismo de relojería preparado para la activación de la bomba. Ningún artificiero ha logrado hacerlo. Se ignora quién y cómo puede desactivar esta bomba, cuya capacidad de destrucción es desconocida pero que sin duda puede causar un gran número de víctimas, directas e indirectas.

En una situación como esta, en la que una explosión puede hacer saltar por los aires todo nuestro Estado democrático de derecho, está claro que la responsabilidad corresponde a ambos bandos, aunque el Gobierno de España presidido por Mariano Rajoy, precisamente por su mucha mayor capacidad de poder, tiene mucha mayor responsabilidad en la resolución de este conflicto. Pero el Gobierno de la Generalitat que preside Carles Puigdemont tiene asimismo una parte importante de responsabilidad política. Desde hace demasiado tiempo unos y otros se han comportado, y por desgracia siguen comportándose, con una irresponsabilidad incomprensible.

No se trata de ser equidistante, pero con la aplicación de la ley no basta para resolver este conflicto

Esto no es en ningún caso equidistancia. Simplemente es intentar retratar la realidad de la situación tal cual es. Porque está muy claro que no se puede actuar contra la ley, pero no es menos evidente que la aplicación pura y simple de la ley no basta para resolver esta situación, para conseguir al menos evitar la cada vez más inminente explosión de la bomba.

Ya sé que ahora son muchos los que aseguran que será después del 1-O, sea lo que sea lo que aquel día se produzca en Cataluña, cuando se iniciará el necesario diálogo para desencallar este grave conflicto político. Sería mucho mejor dejar de jugar a la ruleta rusa y ponerse a trabajar desde ya para desactivar la bomba. Porque a cada momento que pasa nos aproximamos más a su explosión. Una explosión de verdad, no una simple traca propia de unos simples fuegos de artificio.

Tic, tac, tic, tac… No, por más voluntad que le pongo, ahora no puedo ser ni tan siquiera mínimamente optimista. La inteligencia me hace ser pesimista. Muy pesimista. Porque, además de aparentemente ya del todo inevitable, esta puede ser una explosión de consecuencias absolutamente imprevisibles.

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