Una especie de Alaska

En 1998 tuve la oportunidad de dirigir en Barcelona una lectura dramatizada de la obra “Una especie de Alaska” -que forma parte de la trilogía “Otros lugares”– del premio Nobel Harold Pinter, y recuerdo que me impactó profundamente; en su momento quizás no acabé de entender por qué me provocó ese impacto pero, desgraciadamente, con el paso del tiempo y con la evolución de la situación política y social en nuestra región se me ha hecho patente. (Versió en català de l’article de Pau Guix Una mena d’Alaska) 

Para escribir “Una especie de Alaska” (1982) Pinter se basó en aquello descrito en el libro “Despertares” (1973) del neurólogo británico Oliver Sacks, que describe los casos de los pocos pacientes de encefalitis letárgica que, a finales de los 60, gracias a la droga L-DOPA, “despiertan” -más o menos brevemente- de lo que describen como “una desesperanza helada similar a la serenidad”, “el ojo inmóvil de un vórtice”, “un abismo profundo del ser”, “un agujero insondable, negro y famélico” o “la nada”.

En la obra de Pinter, una mujer de mediana edad llamada Deborah, que ha sufrido un estado de coma durante treinta años a causa de una encefalitis letárgica -popularmente conocida como la enfermedad del sueño-, se despierta pero su mente sigue siendo la de una adolescente de dieciséis años, edad que tenía cuando contrajo dicha enfermedad. Su hermana Pauline y su cuñado, Hornby, que ha sido su médico a lo largo de esos 30 años, tratan de facilitarle el regreso a una realidad que ya no es la misma que cuando enfermó, debiendo omitir informaciones o realidades de un mundo que es bastante diferente y que no podrá llegar jamás a comprender.

Como también en Cataluña es bastante diferente el mundo que todos recordamos previamente a que gobernara el nacionalismo ya en democracia y Pujol El Andorrano pusiera en marcha su execrable plan “nacionalizador” y “recatalanitzador”. Y gracias a ese plan, mientras la sociedad catalana dormía -como Deborah- una helada letargia, Pujol aprovechó para construir su edificio de nacionalismo y comisiones. Pero, como ya nos adelantó Goya, el sueño de la razón produce monstruos… y corruptos… y totalismos…

Cataluña es bastante diferente al lugar que recordamos antes de que gobernara el nacionalismo

Como resultado de aquel plan, actualmente en nuestra comunidad autónoma, el nacionalseparatismo gobierna de manera totalitaria, prevaricadora y sediciosa, no obedece ni las leyes ni las sentencias que no convienen a su “prusés” y trata de imponer por el adoctrinamiento, la propaganda, el supremacismo etnocentrista, las subvenciones y las sanciones aquello que nunca ha conseguido ni conseguirá jamás por la vía democrática.

Hay que detener, sea como sea, esta ideología del odio que es el nacionalismo, que ha malogrado y dividido a la sociedad catalana y que, cuando finalmente parecía superada con nuestra moderna democracia, la banda del 4% la reavivó para tratar de esconder bajo el trapo estelado toda su corrupción y evitar sus consecuencias. Alfonso Guerra en su último artículo, “Querían más” en la revista Tiempo, en referencia a la clase política y al nacionalismo dice lo siguiente: “Si hemos de ser claros, justos y verdaderos debemos reconocer que todos somos, de alguna manera, responsables. Por una razón o por otra todos hemos permitido, por acción u omisión, que este monstruo siguiera creciendo […] Aún hay dirigentes políticos que suben a una tribuna para hablar del choque de trenes y se resisten a atribuir la responsabilidad a los corruptos nacionalistas con ansia de poder para garantizar sus marrullerías.”

Hay que recordar a todos aquellos dirigentes políticos “responsables” de la situación actual -como los ha definido Guerra- que los separatistas ahora mismo quieren, en su fase de golpe de estado de folletín (por entregas), darlo a través de la Mesa del Parlamento y su grupo parlamentario para evitar así las inhabilitaciones de miembros del Gobierno de la Generalitat. Sin embargo quienes sí se lo han recordado han sido las 15.000 personas convocadas por Sociedad Civil Catalana el pasado domingo 19 de marzo bajo el lema “¡Paremos el golpe!” Por cierto, el “Minister” Romeva ha afirmado al respecto que todos los que fuimos a esa manifestación ¡éramos falangistas! ¡Ahí es nada!

Hay que recordarle a Romeva que nos manifestamos a favor del imperio de la ley

¿De verdad queremos que se busque una “solución pactada” con esta gente que eufemísticamente llama a la sedición “el problema catalán”? Habría que recordarle al “Minister” Romeva que todos aquellos que nos manifestamos el día de San José no lo hicimos a favor ni de ningún partido ni de ninguna ideología concreta sino a favor del Estado de Derecho y el imperio de la ley, y en contra de los golpistas que, como él y el resto de sus “compañeros de viaje” en el Govern y en el Parlament, desprecian las leyes y dañan la calidad de nuestra democracia y la convivencia pacífica de todos los catalanes. ¿O debemos recordarle al “Minister” uno de los últimos episodios de “La Revolución de las Sonrisas”, protagonizado por sus socios parlamentarios de la CUP, los catabatasunos que se permiten amenazar impunemente a los catalanes libres de nacionalismo con “hostias que parirán terror” si su “prusés” no “triunfa”?

Por todo ello, cuando pienso en este “movimiento” nacional(ista) y en esa gente que, desde las instituciones, lo defiende y quiere que toda la sociedad catalana lo acepte de manera forzosa, no sólo pienso en que el “prusés” es el medio de vida de aquella clase política corrupta de las comisiones y la extorsión -como se ha visto en el juicio del caso Palau o del caso Pretoria-, no; también pienso en todos aquellos catalanes que han creído de buena fe en este incierto “viaje” pero que, sin darse cuenta, les han mentido y han sido engañados por sus representantes públicos -y supuestos “demócratas”- de manera continuada. El problema social con el que nos encontramos hoy en día en Cataluña, como decía Mark Twain, se resume en que es mucho más fácil engañar a alguien que hacerle ver que ha sido engañado.

Pero que tengan claro el nacionalseparatismo y sus cuadros -que viven de esta infecta canonjía- que algún día la sociedad catalana que han querido dominar y adormecer despertará de su letargo y se plantará -esta vez no de forma ridícula en macetas y por la secesión sino- por la concordia, el progreso, la convivencia, el entendimiento, la reconciliación, la unidad y por la pertenencia sin ambages a un mundo más amplio y solidario que aquel que nos quieren imponer, dentro de nuestro país, España, de Europa y, en definitiva, del mundo occidental y avanzado que garantiza la pervivencia de la paz, de la democracia y de los derechos sociales que tanto peligraron en la Europa del siglo pasado por culpa de los nacionalismos. Por este motivo -la Historia está para aprender de ella y no repetir los errores- que no duden todos aquellos que quieran gobernar Cataluña en el futuro que con el nacionalismo no se puede pactar, que hay que acabar con el nacionalismo antes de que el nacionalismo destruya la sociedad.

Nunca se acabará la vergonzosa fractura social que nos ha causado la lacra nacionalista

Mientras nadie lo detenga, el nacionalseparatismo continuará plantando semillas del odio; y cada día una nueva. Uno de los últimos ejemplos es el estudio “Observatorio del discurso del odio en los medios”, impulsado por el Grupo de Periodistas Ramon Barnils con el patrocinio del Ayuntamiento de Barcelona, ​​es decir, de los Comunes de la alcaldesa Colau, los podemitas catalanes de Pablo Iglesias y aquella formación fantasmagórica de nombre PSC. En cambio, otro Grupo de Periodistas presididos por el siempre comprometido Sergio Fidalgo, el Pi i Margall, ha denunciado en un comunicado de prensa que es lamentable que el estudio analice sólo los medios de comunicación del mismo espectro ideológico, el de la crítica al soberanismo y al secesionismo, olvidándose por completo de la mala praxis de otros medios públicos y privados -pero altamente subvencionados- cercanos a su ideología; también denuncia Pi i Margall que se han omitido casos que en Cataluña se sitúan dentro del discurso del odio como la quema de un ejemplar de la Constitución en un programa informativo de TV3 o la entrevista casi hagiográfica al terrorista Carlos Sastre condenado por asesinato en la misma Televisión.

Cuando pienso en mi tierra me viene a la memoria Günter Grass diciéndole a Ariel Dorfmann que “cuando algo es moralmente correcto hay que defenderlo sin preocuparse de las consecuencias políticas o personales que vayamos a pagar”. Y aquellos que se oponen al totalismo del nacionalseparatismo las pagan cada día. ¿Cuántos intelectuales, profesores, periodistas, artistas o padres de familia (como los de Balaguer) no las han pagado ya? El listado sería muy largo de hacer; lo que quiero, sin embargo, es afirmar con contundencia que su lucha contra este totalismo es moralmente correcta como lo era la de los mineros del carbón (prácticamente famélicos esclavos de su patrón) en la sobrecogedora novela “Germinal” de Émile Zola y que luchaban por sus derechos y su dignidad laboral y como personas.

Cuando pienso en mi tierra, pienso sobre todo en aquella magnífica reflexión de Octavio Paz que afirmaba que la libertad no necesita alas, lo que necesita es echar raíces; y mientras en Cataluña no gobiernen partidos que tengan claro que en el suelo putrefacto que dejará el edificio ruinoso del nacionalismo hay que levantar muros bien altos a su alrededor y construir un nuevo edificio en frente, en un solar de igualdad, respeto, solidaridad, justicia, librepensamiento y libertad lingüística, nunca se acabará la vergonzosa fractura social que nos ha causado la lacra de este nacionalismo.

Cuando pienso en mi tierra también pienso en todos aquellos catalanes que, si de repente despertaran de aquel lugar gélido, de aquella nada, de esa especie de Alaska donde el “seny”, la cordura, la ética, la legalidad y el bien común han permanecidos aletargados desde el primer Gobierno Pujol, se encontrarían en un mundo que -al igual que Deborah en la obra de Pinter- no reconocerían y donde todavía no ha podido echar raíces la libertad.