Una dosis de humildad para Lagarde y el BCE
La inflación está fagocitando la capacidad adquisitiva de la mayoría de la población, mientras que aumenta la explosión de las grandes rentas del capital
Ahora que la inflación llena las portadas de los periódicos y abre telediarios, y que el mismísimo presidente de la Reserva Federal estadounidense reconoce errores, abjura herejías y hace propósitos de enmienda al respecto, me van a permitir una dosis moderada de yoyalodijismo.
Tras meses de constantes sorpresas desagradables y datos de inflación que nos retrotraen a los malos viejos tiempos de los años 70 y 80 del pasado siglo, los comunicadores económicos y políticos se van rindiendo progresivamente a la evidencia. Hace tiempo que la OCDE no se pronuncia sobre la situación, pero suponemos que ya no intentan, como hacían en septiembre, que la prioridad era “comunicar al público que el aumento de la inflación tenía muchas características temporales y es […] un ajuste de los precios a los niveles esperados tras caídas temporales durante la pandemia”. El problema lleva visos de ser más serio, y requerir intervenciones más fuertes que la mera comunicación política.
Como es habitual en los fenómenos macroeconómicos globales, el problema de la inflación se ha manifestado primero y con más virulencia en los EEUU, para después dar el salto al otro lado del atlántico pasados unos meses. Esta ronda de inflación está resultando particularmente impopular porque, a diferencia de la década de los 70, los sueldos de los trabajadores apenas han respondido al aumento generalizado de los precios, con lo que la inflación está fagocitando lenta pero implacablemente la capacidad adquisitiva de la mayoría de la población.
Ello contrasta con la explosión de las rentas del capital, hasta ahora las grandes beneficiarias del proceso inflacionista, que se ha traducido en aumentos espectaculares de las bolsas, y las fuertes subidas del precio de las viviendas, particularmente las de gama alta. Como suele ser habitual en estos casos, la euforia financiera está generando burbujas que dificultarán aún más la gestión del problema. Los continuos timos piramidales que se crean alrededor de las criptomonedas son quizás el ejemplo más obvio, aunque desde luego no el único.
Como era de prever, los esfuerzos por gestionar un problema robusto como la inflación con técnicas de comunicación política han fracasado estrepitosamente. La popularidad del presidente Biden se encuentra en mínimos, con niveles de apoyo en los sondeos similares a los de Trump en sus peores rachas. Los americanos indican ya que la inflación es su mayor preocupación económica. Las clases menos pudientes han sido las más duramente golpeadas por la pérdida de poder adquisitivo, y, a diferencia de los más adinerados, no disponen de inversiones financieras o inmobiliarias cuya revalorización amortigüe el golpe. Un estado de cosas que podría acelerar la transformación del partido demócrata en una coalición centrada en las clases profesionales.
Como decía en septiembre, este episodio inflacionista es la consecuencia lógica del desequilibrio entre las políticas monetarias y fiscales espectacularmente estimulativas de la demanda, y una oferta que aún no se ha recuperado. Conviene recordar que la situación actual en los EEUU, con tipos de interés varios puntos por debajo de la inflación, y déficits fiscales por encima del 15% del PIB con la tasa de paro cerca de mínimos es un cocktail explosivo nunca visto en los EEUU, a excepción de la segunda guerra mundial.
Dado el actual consenso bipartidista de facto que excluye categóricamente cualquier aumento de los impuestos, y para el que los enormes déficits fiscales son irrelevantes, cuando no un síntoma de plenitud económica, la única avenida abierta para reducir la demanda es el tensionamiento de la política monetaria. Tras muchos meses de limitarse a ofrecer rezos y plegarias, la Reserva Federal parece empezar a admitir a la realidad. Las declaraciones recientes de Jeremy Powell, en las que habla de “jubilar” la palabra “transitoria” en lo que a inflación se refiere, sugieren que la Fed aparcará pronto la impresora de dinero.
Al otro lado del Atlántico, el Banco Central Europeo actúa con el retraso habitual, incapaz de asumir el nuevo paradigma, y enfrascado en combatir guerras económicas del pasado. La presidenta Lagarde parece haber invertido una cantidad notable de capital político en la idea de que la inflación es exógena, una especie de plaga bíblica contra la que poco puede hacer, más allá de entonar cánticos rituales y referirse a los predicciones de sus economistas, que insisten que el problema es…”transitorio”. Si nos atenemos a la precisión que han demostrado dichos augures en el último par de décadas, no le vendría nada mal una dosis de humildad epistémica a la augusta institución.