Un Seat 600 a 140 pesetas: transparencia y participación, prioridad en las empresas
Pocas veces he oído explicar con tanta claridad pedagógica, la dimensión y profundidad del cambio social, económico y cultural que ha modificado los comportamientos y costumbres individuales y colectivas y que ha transformado los servicios, los productos y las formas de producirlos, como cuando escuché a Joan Majo. Fue hace 12 años, con ocasión de su conferencia en la Escuela de Verano de CCOO de Catalunya.
Para explicarlo, el conferenciante utilizó el ejemplo de su experiencia profesional cuando creó su primera empresa de ordenadores en Barcelona. Nos contó que en los años 80 el precio de un bit para almacenar información era de un céntimo de dólar, mientras que en el año 2002, el coste aproximado era de una millonésima parte de dólar». Asimismo, «un ordenador IBM Mainframe, que costaba 10 millones de dólares en el año 1975, tenía la misma capacidad que su ordenador portátil de ahora, de menos de 2.000 dólares».
Para concluir, comparó la evolución de la informática con el sector del automóvil. Y dio con el siguiente ejemplo: «un Seat 600 cuyo precio en los años setenta era de 65.000 pesetas, en 2002 sería de 140 pesetas». Hoy, 12 años después, seguro que no alcanzaría centésimas o milésimas de pesetas.
Este cambio ha revolucionado la ecuación clásica de la economía sustentada sobre la materia prima, mano de obra, energía y capital. Todos ellos son recursos limitados y no compartibles, a los que se ha añadido un factor nuevo e inmaterial: el conocimiento y la información.
Se trata de un recurso, que al contrario de los anteriores, por ser ilimitado y compartible cambia el sentido de la propiedad y, con ello, el derecho al acceso universal que ha sido la base que ha impulsado la globalización de los mercados y el cambio económico, social y cultural. Es la base que ha representado la desaparición de las distancias y las fronteras para todo aquello que pueda viajar en forma de bits, gratuita e instantáneamente, como sucede con el dinero y la información, también de difícil control.
La pregunta que cabe plantearse es si no habrá sido nuestra lenta capacidad de comprender este cambio una de las razones principales que explican las dificultades que padecen algunas de nuestras organizaciones, instituciones y empresas.
No haber entendido, ni sabido o podido otorgar al conocimiento y a la información el valor que exige el cambio. No haber invertido y, por ello descuidado, la formación, que debería ser la principal prioridad social de las administraciones públicas, de las empresas y también de los trabajadores y las trabajadoras. Y no es precisamente un dato esperanzador que casi la mitad de las empresas españolas redujeran la inversión en formación durante el 2013, según la encuesta de Adecco Training.
La pregunta sigue siendo si algunos de nuestros problemas de hoy no son también el resultado del carácter y las formas de gestión individualistas –arrogantes, soberbias e incapaces de generar objetivos comunes entre sus miembros– que practican muchas de nuestras instituciones, organizaciones y empresas. Justo lo contrario de lo que exige este cambio que reclama nuevas formas de comunicación, capacidad de compartir información, formación permanente y participación, que hagan sentir a sus miembros que el centro de la organización, de la empresa y de la sociedad son las personas.
Porque ahí está también el cambio pendiente en la mayoría de nuestras empresas y organizaciones. Es un cambio tan radical como el «Seat 600 a 140 pesetas». Debería ser un cambio que incorpore nuevas formas de comunicación, de aprendizaje y formación permanente, y también de implicación, porque ya hemos comprobado que la tecnología, y más las Nuevas Tecnologías Información Comunicación (NTIC), pueden facilitar que las empresas sean más flexibles, pero siempre serán las personas a las que les corresponda cambiar las formas y valores.
Porque la Sociedad del Conocimiento en las empresas debería representar el triunfo de la inteligencia colectiva que precisa transparencia empresarial con la información y prácticas de gestión que garanticen la participación de los trabajadores y trabajadores y sus representantes sindicales en la toma de decisiones. Porque son la principal fuente de creación de valor y los más interesados en el futuro de sus empresas.
Y por todo esto podemos ver hoy que una parte del sindicalismo europeo está situando como su principal prioridad reforzar la transparencia de las empresas y ampliar los derechos de información, participación en la gestión y en los beneficios de la empresa, aprovechando toda negociación para situar como principal contrapartida a todo sacrificio la conquista de nuevos derechos sindicales en los centros de trabajo. Nuevos derechos de participación que la nueva realidad de muchas empresas exige y que los avances tecnológicos facilitan.
Joaquim González Muntadas es director de Ética de Organizaciones