Un referéndum sobre los referéndums
El referéndum no es la mejor fórmula para dirimir los debates que la política no puede afrontar por la vía parlamentaria
Hoy voto salir de Europa y mañana vuelvo a votar para quedarme en ella como ha quedado constatado en el Reino Unido. Hoy voto para impulsar el desarme de la FARC en Colombia y, tras la votación, debo modificar el plan de desarme porque he perdido el referéndum.
Hoy voto para modificar la constitución en Italia y después Mario Renzi debe dimitir al perder el referéndum. Hoy convoco un referéndum ilegal en Cataluña y, un año después, para aprobar los presupuestos del gobierno español, solicito que la fiscalía haga un gesto para que los políticos presos por impulsar el referéndum puedan volver a sus casas hasta que se celebre el juicio.
El prestigio del referéndum descansa en el hecho de que es una fórmula para reafirmar el poder y debilitar a los ciudadanos
Hagamos un poco de memoria. El referéndum fue inventado en Francia en 1793 para la ratificación de la constitución jacobina que nunca se aplicó. Cada vez que Napoleón III quería consolidar su poder y acrecentarlo recurría a la fórmula de celebrar un referéndum.
De Gaulle se aficionó a los referéndums para reafirmar su supremacía política y Franco también se dedicó a ellos con entusiasmo. Avanzando en la historia, se podría afirmar que la figura del referéndum no sale muy bien parada. El prestigio del referéndum descansa en el hecho de que es una fórmula para reafirmar el poder y debilitar a los ciudadanos.
En los países donde más se utiliza el referéndum, como es el caso de Suiza, nunca se hace para convocar a los ciudadanos para dividir sus posiciones sino para decidir cuestiones que les unen. Las movilizaciones en Londres a favor de un nuevo referéndum para evitar los efectos negativos del brexit, que ellos mismos votaron a favor, muestra hasta qué punto los ciudadanos son volubles al halago.
Hay que evitar la moda de convertir el referéndum en el único método capaz de desatascar problemas políticos
Cuando se votó a favor del brexit se hizo sobre la base de convencer a los ciudadanos que separándose de Europa recuperarían su soberanía, evitarían la entrada de inmigrantes y conseguirían un saldo económico más beneficioso en su relación con Europa.
En Cataluña el espíritu de fondo del referéndum también descansaba en conseguir ganar más capacidad económica, más Europa y total soberanía, todo amenizado con el discurso de que España representa la ruina para Cataluña. Referéndum tras referéndum, se constata en todo el mundo que no es la mejor fórmula para dirimir los debates que la política no puede afrontar por la vía parlamentaria.
El papel del pueblo como actor político debería centrarse en reafirmar el valor de las democracias parlamentarias y crear antídotos ante la moda de convertir el referéndum en el único método capaz de desatascar problemas.
El papel del referéndum
El referéndum casi siempre surge en la cabeza de los gobernantes cuando la situación política se instala en una conflictividad permanente que, por otro lado, ellos mismos han creado y que no son capaces de superar ni de generar amplios consensos políticos ni sociales.
Muy probablemente, la lección de la exitosa manifestación de Londres contra el brexit los llevará a un nuevo referéndum que se convertirá en la mejor fórmula para decir basta a los referéndums. Dicha rectificación debería ayudar a moderar el entusiasmo por esta fórmula política que más que ser una “fiesta de la democracia” acaba siendo un simulacro de ésta.
Recordemos que se han realizado referéndums para ratificar la definitiva aprobación de todos los estatutos de autonomía, mientras que para convocar el referéndum del 1 de octubre no se ratificó ningún texto elaborado en el parlamento; tan sólo se impuso el deseo de romper con España para poner en marcha una república indocumentada, parcial y coja.
Incluso un referéndum necesita algo más que un pueblo dispuesto a votarlo.