Un pueblo, una nación, ¿un líder?
La Diada fue sencillamente impresionante. Una puesta en escena casi perfecta; ausencia de incidentes y entusiasmo, mucho entusiasmo. Faltó el líder en la representación estética de un pueblo en marcha hacia la independencia. El líder está oculto, agazapado en el numero cuatro de la lista electoral.
El pueblo, da igual que fueran el millón cuatrocientos mil que dice la Guardia Urbana o los dos millones que afirman los promotores. Orden, disciplina envuelta en colores y una escenificación visualmente perfecta. Los componentes básicos de una nación con pensamiento único y estéticamente uniformada con los colores de la bandera.
A todo esto es a lo que se enfrenta el estado español el próxima día 27 de septiembre. Tengan cuidado, porque cuando los pueblos se uniformizan en la idea de la patria, el autoritarismo inherente a todo pensamiento único tiene difícil marcha atrás.
Es verdad que hay trampas. Los promotores de la separación quieren que se computen escaños y no votos. Al mismo tiempo reclaman el carácter plebiscitario de la consulta, pero los plebiscitos cuentan votos, no su traslación en representación parlamentaria.
En Madrid se está obligado a poner paños calientes a lo que va a suceder antes de que suceda. En primer lugar, la contabilidad. Una Cataluña independiente sería un fiasco económico. En segundo lugar, la salida de la Unión Europea; a la que un Artur Mas desafiante dice: «¡Que nos echen! Y, en tercer lugar, la división acorazada del Tribunal Constitucional, ahora en fase de rearme por la vía de urgencia de la mayoría absoluta (le queda un cuarto de hora) del PP en el Congreso.
Mi impresión personal, a falta de saber si Artur Mas saldrá de su escondite en la lista electoral y podrá convertirse en el líder que todo pueblo uniformado en una sola idea de patria necesita, es que la potencia de este sentimiento independentista militante es muy difícil de parar solo con las amenazas de utilizar la ley.
¿Qué hay enfrente de la inmensa marea que representa la Diada? Poca cosa. Frente a tanto uniformismo militante, lo que podríamos llamar las fuerzas constitucionales no tienen mucho. Están lastrados en primer lugar por los intereses electorales de las inminentes elecciones generales. Ni un solo gesto que reste votos.
En estas condiciones, si los que hasta ahora eran partidos mayoritarios, PP y PSOE, no han sido capaces de concertar un pacto para hacer frente en común al desafío independentista, ¿cómo lo van a hacer en periodo electoral, jugándose como se juega cada uno de los grandes partidos acomodo en el nuevo sistema más pluripartidista que se avecina?
Por encima de la tragedia que supondría la escisión de Cataluña, al PP y al PSOE les interesa controlar el próximo gobierno de España. Esa es la prioridad. Se confía en la fuerza coercitiva de la ley para frenar la pulsión independentista.
Hubo un instante en que Mariano Rajoy anunció su interés por reformar la Constitución. Fue un globo sonda que duró cinco minutos. Inmediatamente, con los estudios demoscópicos en la mano, el presidente de Gobierno volvió al redil de una línea dura. Vieja teoría de origen norteamericano. No mencionar el elefante. La Reforma Constitucional es marca PSOE. Y, por lo tanto está estigmatizada como instrumento para aglutinar el voto duro del PP.
Ya se ha escenificado una mala conciencia frente al incumplimiento de derogación de la ley de interrupción del embarazo apadrinada por el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Solo cuatro votos rebeldes del PP en el trámite del Senado que les quitaba la libertad de aborto sin consentimiento paterno a las menores de dieciséis años. Un guiño tardío al viejo PP de Alberto Ruiz Gallardón.
Mariano Rajoy está optimista con el plebiscito catalán. Lo ha manifestado solemnemente: «confío en el sentido común de los catalanes». A falta de proyectos, a falta de acuerdos entre los partidos constitucionalistas, a falta de liderazgo, a falta de un núcleo sólido de ciudadanos catalanes organizados, lo mejor es tener la esperanza de que en este desierto político de líderes y proyectos, por lo menos los ciudadanos tendrán sentido común.