Un próspero año cooperativo
La víspera de los Santos Inocentes el Gobierno español ha hecho a todos los trabajadores la inocentada de congelar el salario mínimo en una cifra que significa la mitad de lo que establecerá Alemania y menos de la mitad de lo que ya tiene Francia.
Visto el panorama, se constata la nula capacidad del Gobierno del PP y de su alternativa, el PSOE, de generar una propuesta creíble de salida del modelo de bajo valor añadido que se instaló en España hace décadas. Sólo levanta pasiones la propuesta de mantener el territorio más productivo del Estado, Catalunya, bajo el imperio del colonialismo fiscal.
Los parados y quienes viven en una situación de precariedad económica catalanes deben plantearse seriamente si aceptan pasivamente el futuro que les espera: el de estos salarios válidos para la supervivencia, como ya denunciaba Marx. Porque si sólo para sobrevivir decenas de miles de trabajadores tienen que vender la fuerza del trabajo a alguien que es incapaz de buscar valor añadido en otros mecanismos (innovación , eficiencia , gestión, etc.) que no sean los salariales, mejor que se planteen convertirse dueños y responsables de su propia fuerza de trabajo. Y esto se logra decidiéndose a impulsar cooperativas o sociedades limitadas en régimen de gestión casi cooperativa. Los datos hablan por si solos.
En época de crisis, las cooperativas tienen estadísticamente más musculatura y resiliencia para aguantar y sobrevivir. Los dueños son los trabajadores, que juegan al todo o nada. A pesar de la publicidad enfermiza que la prensa da a los contados casos de crisis cooperativas desproporcionado a la cobertura que se ofrece de los fracasos de las empresas normales, el modelo nació cuando ni el Estado ni el mercado daban solución a los problemas de empleo y servicios de las clases populares.
Quizá hemos pasado demasiados años confiando nosotros que, ahora sí, uno y otro ya nos solucionaban los problemas. Pero la crisis nos ha vuelto a la cruda realidad. Con el agravante de que, por el camino, el Estado y el mercado de tendencia oligopólica ha pulido sectores económicos enteros de orientación social. El último, las cajas de ahorros.
Por lo tanto, sin problemas. Volvamos al punto de inicio. Ya sabemos lo que toca hacer: cooperativas de trabajo asociado para producciones industriales, para servicios ciudadanos que ocupen espacios donde el Estado se deberá retirar a la fuerza.
Veremos el nacimiento de cooperativas de científicos y tecnólogos, los que no quieran emigrar y estén dispuestos a correr el riesgo de capitalizar su valor en una empresa colectiva, antes de plantearse el trilema: o emigro, o me vendo barato a un dueño, o me voy al paro.
Estamos viendo la crecida de bancos de inspiración social y cooperativa, de entidades de financiación directa de pymes a través de inversiones de pequeños ahorradores. Vemos el surgimiento de cooperativas de consumo energético para hacer frente al expolio de los oligopolios. Y cooperativas de consumidores alimentarios que promueven la adquisición de productos de proximidad en relación con agricultores individuales o cooperativas campesinas. Vemos las posibilidades de las cooperativas de segundo grado, que agrupan microempresarios autónomos o pymes para mejorar las compras o la comercialización.
Y con este plantel creciente, vislumbramos una desmonetarización de las relaciones interpersonales y interempresariales. Es decir, el aumento del intercambio en especies. Por eso ya es necesario que el Estado, sea el viejo o el nuevo que tendremos, espabile en perseguir el fraude fiscal de las grandes fortunas y los evasores de capital porque los pequeños encontrarán circuitos alternativos al sistema de extracción de la oligarquía.
Pensaba en todo eso cuando asistí hace dos semanas como miembro de un jurado en la calificación de cinco proyectos cooperativos surgidos a raíz de un curso de cooperativismo impulsado desde el Ayuntamiento de Vallirana (Barcelona), iniciativa pionera en Catalunya.
El perfil era intergeneracional, multiprofesional y unía a todos los participantes la no resignación, la voluntad de superación y el espíritu cooperador. Es muy curioso detectar como casi todos ellos se movían en dos nichos de mercado reales:
- El mercado que se abre cuando la administración, por razones presupuestarias, se ve obligada a retirarse de la prestación directa de ciertos servicios y que ve un ahorro y una mejor eficiencia en la subrogación a empresas sociales.
- Otro mercado que es el de la prestación de servicios muy personalizados, que las grandes empresas o medianas son incapaces de ofrecer porque su modelo de gran volumen tiende a servicios estandarizados y muchas veces distantes del cliente.
También me hacía estas reflexiones en ver anunciado que el Govern de Catalunya está preparando una reforma de la ley de cooperativas para darles más opciones y mayor flexibilidad, en palabras del director general Xavier López. Y ver cómo el sector, en boca del Presidente de la Federación de Cooperativas de Trabajo, Perfecto Alfonso, pedía una puesta al día radical de la ley y una simplificación de trámites que no les haga ser poco competitivos junto a otras pequeñas empresas . Alfonso reclamaba también mejorar la captación de recursos ajenos. Y desde las cooperativas agrarias se reclamaba la creación del concepto de cooperativa rural, destinado a asentar empleo en zonas de poca densidad, más allá de la actividad estrictamente agrícola.
Lamentablemente, el peso del cooperativismo en el conjunto del mercado es ahora muy bajo en Catalunya, tras el retroceso de los años de vacas gordas. Pero como estos no volverán, es preferible que nos apuntamos a la nueva tendencia que marca un crecimiento del número de cooperativas en 2012 y 2013, y del número de puestos de trabajo creados.
Así pues, buen próspero año nuevo cooperativo.