Un paseo por el Km 0

He estado unos días en Madrid. Y sigo experimentando el mismo choque: el de un organismo surgido en un ecosistema burgués e industrial que se encuentra desplazado de golpe a uno aristocrático y burocrático. Si tienes la vida asegurada por unas oposiciones de nivel, o trabajas en alguna de las esferas de influencia de la oligarquía, o simplemente te puedes permitir el diletantismo –como practiqué en mis largos meses de mili en la capital–, Madrid es una ciudad encantadora.

Numerosa oferta de exposiciones y espectáculos; agenda llena de contactos y actos para hacer pasillos. Y un bar de tapas o restaurante cada cinco metros, más barato y con cocinas más caseras de las que se pueden encontrar en Barcelona donde predomina –detrás de la estela de los grandes chefs– una multitud de mediocridades en restauración que se pretende moderna y simplemente es fast food.

Ahora bien, sólo hay que subir a la torre de Correos, ahora municipal, para contemplar el skyline madrileño. Se descubre una proporción marginal de edificios históricos, los pocos de la época de los Austrias. Algunos más de la etapa borbónica y la gran mayoría correspondiente a la contemporaneidad.

Primera impresión: el montaje es de cuatro días. Falta pedigree a diferencia de Toledo, donde el peso de la historia de cuando Castilla era tolerante y comerciante, es enorme: Sinagogas, mezquitas e iglesias de gótico flamígero edificadas con el dinero de la burguesía comercial de la ciudad, como las de Segovia, Burgos o Ávila, cuando a esta burguesía no se la había comido la aristocracia de palacio y los negociantes suministradores del incipiente estado jacobino.

La ciudad de Madrid está repleta de monumentos patrióticos a sus reyes, nobles y militares. Y del pueblo sólo se acuerda cuando se alzó en armas contra el francés. No cuando lo hizo contra la oligarquía. Allí, dan lecciones de no nacionalismo quienes mantienen en los museos de los diversos ejércitos todos los símbolos de las victorias militares y los que han hecho de la calle Huertas un paseo de homenaje a los literatos castellanos. No a los españoles, porque no se encuentra ningún catalán, vasco o gallego.

Estos días, coincidí con una manifestación estatal contra la LOMCE que llenó de plaza España en la Cibeles. Pero las teles españolas no dijeron nada. Ser de izquierdas y demócrata radical en estos territorios es una heroicidad. La hegemonía estructural ideológica y social es conservadora y de matriz falangista.

El PSOE no levanta cabeza porque hace años que hizo de tonto útil de la «derechona» posfranquista , limpiando el españolismo del pecado dictatorial. Y ahora la bandera ya no la dejará nunca más la derecha mayoritaria que es una excepción en Europa. Porque no ha tenido que pasar ni por un tribunal de la verdad, como lo tuvieron que hacer los seguidores de la dictadura sudafricana. Recordemoslo ahora que se ha muerto Mandela.

Esta hegemonía social e ideológica tiene una base económica clara. El ejército de reserva no son los parados dispuestos a hacer de esquiroles contra los trabajadores obreros. Aquí son las inmensas conexiones familiares con expectativas las que unen a los cientos de miles de funcionarios del Estado. A los que ahora mismo les están garantizando el futuro de sus hijos gracias a la liquidación de hecho del estado autonómico. Las decenas de miles de trabajadores mejor pagados de cuello blanco que trabajan en las ciudades directivas de las grandes empresas telefónicas, eléctricas o financieras, los servicios de restauración, personales y de ocio que viven de estos cientos de miles de clientes en nómina del Estado y de las empresas del cártel del palco del Bernabéu.

Escuchaba el otro día el elegante cinismo del ex ministro Martín Villa en la entrevista de Mónica Terribas y veía condensado en él las esencias ideológicas, sociales, económicas y políticas de la mayoría hegemónica de los mesetarios, tal como él mismo se calificaba.

He visto a Martín Villa defender a ultranza el libre mercado sin despeinarse en unas jornadas económicas de la extinta Caja de Manresa. Él, que nació con el coche oficial desde la etapa del sindicato falangista SEU, en la etapa de gobernador civil de Barcelona, que aprovechó para hacer quemar todos los papeles comprometedores de los gobiernos civiles como aportación a la amnesia histórica. El que dirigió un ministerio del interior cuando junto a la violencia terrorista de ETA, el Estado abonaba actuaciones policiales y parapoliciales delictivas a golpes de bomba y tortura.

Y finalmente, el que presidió una empresa estatizada y centralizada a costa de catalanes y andaluces, como Endesa, y después siguió presidiéndola cuando se privatizó. También fue dirigente de su fundación cuando pasó a ser italiana después del episodio: «antes alemana que catalana». Villa reivindicaba en Catalunya Radio, la «conllevancia » de Ortega, la inviabilidad del derecho democrático a la autodeterminación y defendía la ocultación de los crímenes franquistas en nombre de la reconciliación.

Es la destilación de la España unida de matriz castellana. La misma de hace cuatro siglos. Vayan sino a ver el Palacio Real, la exposición De El Bosco a Tiziano. Arte y maravilla en El Escorial. Se darán cuenta de las motivaciones que movían a Felipe II para hacer un panteón como el Escorial y por inventar una capital como Madrid. Un frankenstein político para alejarse de cualquier contrapoder civil urbano o comercial.

Se darán cuenta de su oscurantismo religioso con la manía recolectora de reliquias. Su ruptura con el modelo de imperio de reinos y principados de Carlos V para pasar al de Imperio español; su antijudaísmo; su impulso a la cooperación alusión entre represión política, ideológica y religiosa de la mano del Santo Oficio. Con sus Autos de fe con asistencia masiva de espectadores y ceremonias solemnes en medio de un ambiente festivo. Un auténtico espectáculo barroco bien representado en el cuadro de Francesco Rizzi (1680) – de la época de Carlos II- que se puede ver en El Prado.

A estas alturas del artículo alguien me puede decir por qué no hablo del informe PISA, de la caída de España al nivel de Cabo Verde en el ranking de corrupción, del progreso de las requisitorias contra personajes del tardofranquismo por responsabilidades en crímenes políticos o de la noticia de la brutal subida de la electricidad que tendremos que pagar a los particulares a primeros de año. Perdónenme: todo esto y más es morralla coyuntural ante la deformación genética estructural del Estado español. ¿Ha salido España del Barroco?