¿Un país con delirios identitarios, un modelo económico ‘low cost’ y sin cajas de ahorros?

 

He pasado esta semana dos días enteros en Madrid. A veces sucede. Han sido dos jornadas intensas de reuniones con ejecutivos de la banca, periodistas, empresarios y hasta algún amigo. Las conversaciones han girado inevitablemente sobre la situación económica y el mundo de los medios de comunicación, y he podido palpar la preocupación creciente que anidaba en todos ellos.

He visto como hacía tiempo que no recordaba una profunda incertidumbre sobre la situación financiera a todos los niveles, desde las perspectivas macro hasta sus consecuencias micro, y un desconcierto sin parangón sobre el futuro inmediato de la economía del país y de sus particulares.

Ciertamente, mi visión ha sido limitada y no pretendo hacer de ello una teoría general económica. Tal vez si mis interlocutores hubieran sido personas del mundo del turismo, por ejemplo, que aún se relamen de los últimos datos publicados o de algún otro sector menos castigado o turbulento de lo que lo son en estos momentos la banca y los medios mi percepción hubiera sido distinta, pero no fue así.

Ni siquiera la expectativa de un vuelco político en el próximo mes de noviembre era para ellos una variable que pudiese inducirles al optimismo. Hubo en el conjunto de mis reuniones un acusado escepticismo: la sensación generalizada era que los problemas eran ya demasiado grandes para que limitadas alternativas locales pudiesen cambiar significativamente el rumbo de las cosas. Saldríamos de ésta, faltaría más, pero quizás en un nuevo escenario que hoy no sabíamos imaginar.

Volví a casa, en Barcelona, el miércoles demasiado tarde. Mi primer contacto con la actualidad y los medios de comunicación ya no fue hasta el día siguiente. Por la mañana, después de preparar algunas cosas, encendí la televisión y me puse a zappear por pura rutina para ver los temas que dominaban en los primeros informativos de la mañana. Nada especial, los temas previsibles, pensé mientras pasaba de una cadena a otra. Así… hasta TV3. La televisión nacional catalana tenía como encuesta del día más o menos la siguiente pregunta: ¿Cree usted que España combate la pluralidad lingüística?

Mi primera impresión fue que había habido un problema, un error. Me cercioré de que estaba viendo TV3 y no alguna cadena local a la búsqueda de audiencia más o menos fácil. Pero no, no había ningún error. ¿Cómo es posible, me pregunté una y otra vez, que la televisión pública catalana, con la que está cayendo, sitúe como tema del día una cuestión así y planteada de este manera? Desconozco lo que votaron los telespectadores, pero me lo puedo imaginar. Al fin y al cabo TV3 es el mejor reflejo de lo que una parte, sólo una parte, de la sociedad catalana piensa.

No pretendo abrir aquí y ahora un debate lingüístico, aunque si sirve de algo diré que soy pleno partidario de la inmersión. Pero, sinceramente, tuve la sensación de que estamos muy desenfocados. Catalunya tiene un objetivo de identidad, lo que resulta innegable, pero ese objetivo no puede alcanzarse a base de reafirmar continuamente nuestras diferencias y de situar en primer plano de nuestras preocupaciones debates estériles y en la mayoría de los casos voluntaristas.

Junto a la necesidad de defender el catalán, Catalunya necesita defender hoy su modelo social y su propuesta económica de futuro. Este país tiene, por delante de sus problemas lingüísticos, una grave situación financiera ante la que el ejecutivo que preside Artur Mas ha aplicado una política de recortes cuyas prioridades probablemente debería revisar, si no quiere por ejemplo correr el riesgo de que el en otros momentos envidiado sistema sanitario catalán se deshaga ante la indignación generalizada de sus profesionales y usuarios.

Este país necesita urgentemente definir un modelo económico de futuro que no puede pasar, contra lo que en algunos momentos pueda imaginarse, por el turismo low cost. Cacaolat o Yamaha, por citar dos casos muy inmediatos, deben ser prioridades ineludibles, pero también la posible situación en que podría quedar Gas Natural si uno de sus principales accionistas, Repsol, entra en turbulencias accionariales con la potente PEMEX mejicana en la sombra, un problema que no está al parecer en la agenda autonómica.

Si Catalunya no sitúa correctamente sus prioridades entonces sí correrá peligro su identidad y aunque todo es opinable me temo que ni el catalán ni los toros deberían estar hoy en el centro de nuestras preocupaciones. Las cajas y Spanair son dos ejemplos palmarios de los riesgos que se corren cuando los problemas se abordan con anteojeras identitarias en vez de con una visión de país de futuro.

Spanair está en una delicada situación de la que ED ha dado reiteradamente cuenta. En cuanto a las cajas, bastaría con recordar la obsesión de un conseller, Antoni Castells, que sin otro argumento que la bandera presionó por activa y por pasiva para que la reordenación se hiciera en clave exclusivamente catalana: la realidad le ha dibujado un mapa que no tiene nada que ver con sus pretensiones apriorísticas. Si hubiese actuado con otros criterios, si no hubiese enredado tanto para imponer soluciones imposibles, probablemente las entidades de ahorro catalanas habrían acabado teniendo un mayor protagonismo del que ahora disfrutan.