Un muro en Colorado

Para combatir esa ola populista hay que empezar por comprenderla y no limitarse a condenarla

En 2019, el entonces presidente Donald Trump pronunció un discurso en el que afirmaba estar construyendo un muro entre México y Colorado. Todo dentro de lo esperado sino fuera porque Colorado no comparte frontera con México. Ante las mofas, Trump se defendió alegando que era una broma. ¿Boma, provocación o desconocimiento?

Poco importa en el fondo, ese absurdo desató las iras de tantas personas razonables que no podían comprender cómo los fieles de Trump no sólo no afeaban, sino que festejaban la ocurrencia del presidente. Sea como fuere, es un caso paradigmático del enconamiento de las sociedades y del desprecio por los hechos, en favor de narrativas que apenas se sostienen, y que Giuliano da Empoli explica en su libro Los Ingenieros del Caos:

“Tras el aparente absurdo de las fake news y las teorías de la conspiración se esconde una lógica sólida. Desde el punto de vista de los líderes populistas, las verdades alternativas no son una mera herramienta de propaganda. Al contrario que la información real, son un gran vehículo de cohesión. En muchos sentidos, las tonterías son una herramienta organizativa más eficaz que la verdad”, escribió el bloguero estadounidense de derecha alternativa Mencius Moldbug. Cualquiera puede creer en la verdad, mientras que creer en el absurdo es una auténtica demostración de lealtad. Y quien tiene un uniforme, tiene un ejército”.

El libro del periodista italiano hace un interesante recorrido por los responsables detrás del triunfo de algunos lideres populistas de los últimos años y cómo éstos emplearon las nuevas tecnologías para promoverlos a la cima del poder. Estos asesores, los ingenieros del caos al que hace referencia el título, son personas que entendieron el profundo impacto de Internet en las dinámicas políticas. Sin una línea ideológica definida, exportaron el modelo al diseño político, aplicando la ley del algoritmo de las grandes plataformas para lograr la participación del público.

Así, su único criterio es la elaboración de contenidos que enganchen a sus seguidores para que se mantengan en las plataformas el mayor tiempo posible y reaccionen a sus estímulos. Independientemente de la verdad o la mentira, sólo importa lo que funciona para inflamar las pasiones que los fidelizan a sus líderes. Y hallaron el filón del resentimiento y la rabia.

Donald Trump | EFE.

En el ensayo Ira y Tiempo, que Empoli cita en su libro, el filósofo alemán Peter Sloterdijk analiza la historia política occidental a través del prisma de la ira como factor político-psicológico en Occidente y habla de los movimientos que se erigen como “bancos de la ira”. Sloterdijk explica cómo históricamente, la Iglesia católica habría sido la primera institución en centrarse en los grupos de quienes se sentían excluidos y canalizar su rabia para dejar su lugar a los partidos políticos de izquierda, quienes tomaron el relevo en medio de la revolución industrial. Hoy en día, según Sloterdijk, son los populismos quienes habrían heredado el papel.

Por eso en el programa central de estos populismos, las cuestiones económicas y pragmáticas son secundarias, la esencia es la humillación de aquellos a los que perciben como élites poderosas o prestigiosas. La “casta” de Gianroberto Casaleggio, asesor de Beppo Grillo, retomada años después por Podemos en España.

En consecuencia, como la base electoral política y social es el odio y la rabia, la mentira ha perdido su componente reprobable que busca ocultarse para convertirse en un atributo a ser abrazado y paseado a la luz del día como una herramienta más. Porque la mentira enfurece y humilla al que está siendo mentido, y en un mundo de búnkeres ideológicos, la verdad es secundaria y la burla y el desprecio cotizan al alza. Así, los líderes del neo populismo captan los miedos y aspiraciones de una parte creciente del electorado y cambian de discurso y traicionan promesas con total impunidad, enloqueciendo a aquellos que apelan a una aburrida coherencia, y jaleados por sus acólitos, que disfrutan del carnavalesco mundo al revés del que habla da Empoli en su libro:

«La vida no es sólo cuestión de derechos y deberes, de números que hay que respetar y formularios que hay que rellenar. El nuevo Carnaval no encaja con el sentido común, pero tiene su propia lógica, más cercana a la del teatro que a la del aula, más ávida de cuerpos e imágenes que de textos e ideas, más centrada en la intensidad narrativa que en la exactitud de los hechos. Una razón ciertamente alejada de las abstracciones cartesianas, pero no exenta tampoco de una coherencia inesperada, sobre todo en su forma sistemática de trastocar normas consolidadas para afirmar otras de signo contrario”.

Para combatir esa ola populista, dice el autor, hay que empezar por comprenderla y no limitarse a condenarla. La rabia que sienten las poblaciones está justificada por las desigualdades sociales y económicas. Si a esto le sumamos que estamos sumergidos en una época de narcisismo extremo en la que las nuevas tecnologías nos dirigen con la zanahoria de la satisfacción inmediata, urge encontrar herramientas que permitan escuchar a los que se creen desheredados e incorporarlos al juego democrático institucional, revalorizando todo aquello que nos une y no ahondando en supuestos muros de Colorado, que a pesar de ser inexistentes, indefectiblemente nos colocan a un lado u otro de la valla.