¿Un Gobierno débil?

Análisis para discernir si el Gobierno de Mariano Rajoy débil

La frase pronunciada por un altísimo cargo del Ejército sobre la debilidad del Gobierno de Mariano Rajoy ha puesto el dedo en la llaga de una parte del debate político español de los últimos tiempos. El general no habla en concreto del Ejecutivo actual, sino que compara la situación con la vivida en 1898 con la pérdida de las últimas colonias españolas en un momento de flaqueza gubernamental.

¿Es el de Rajoy un Gobierno débil? ¿Debe pronunciarse el estamento militar sobre la cuestión territorial? Seguro que asistiremos a múltiples análisis sobre la cuestión, especialmente después del estrepitoso ridículo de la Fiscalía con el asunto del 9N catalán. Una situación, por cierto, que sólo pone de manifiesto no la debilidad de un gobierno, sino la profundidad de una crisis institucional que ha afectado a la justicia, la monarquía, la división territorial y al Estado en genérico.

El Ejército debe seguir callado y al servicio de la ley, consagrada en la Constitución. No hay más. Es igual que tengan alguna razón de fondo sobre la que sostener sus tesis, pero su papel político es nulo, cero. Por tanto, en boca cerrada no entran moscas. Dicho eso, que en ese estamento exista la percepción de que el país está regido por un Ejecutivo de perfil demasiado amable es un debate que sí resulta posible en otros ámbitos.

 

 

 
La corrupción y el soberanismo socaban los cimientos de la energía que Rajoy había recuperado con la mejora económica

Rajoy se ha convertido en un diletante. En Madrid cada vez más se tiene la certeza de que el principal problema español está en Cataluña. Y, sin embargo, el líder de la política española tiene una actitud poco activa a ese respecto. Cada vez más se subraya la importancia de liderar una respuesta seria, de sentido común, al independentismo creciente que se manifestó el 9 de noviembre.

Ahí es donde se ve inseguro al Gobierno. Preocupado por la crisis, a la que fiaba todas sus posibilidades electorales futuras, la corrupción y el soberanismo catalán socaban los cimientos de la energía que Rajoy y los suyos habían recuperado con motivo de una ligera mejoría de las expectativas económicas y la sensación de haber formulado parte de las reformas necesarias.

El Gobierno, en respuesta al interrogante, sí es débil. Lo es porque su partido no ha conseguido encontrar un líder en Cataluña a la altura de los tiempos. También es frágil porque es incapaz de dar respuesta al hartazgo que la corrupción ha generado en la población de todo el país. Igualmente lo es porque sigue varado en la creencia de que una mejora de la economía conllevará una mejor percepción de su gestión. Es débil porque es lento de reflejos para solucionar problemas y generar alternativas y horizontes políticos ilusionantes incluso a sus votantes.

Y es débil, finalmente, porque su principal cabeza visible pretende hacernos creer que las felicitaciones recibidas en el G20 del pasado fin de semana son suficientes para mejorar las condiciones de vida de la ciudadanía y finiquitar los efectos que la corrupción ha extendido sobre la sociedad española. Eso es propaganda, en ningún caso fortaleza.