Un filósofo en el Senado

El presidente del Senado, Manuel Cruz, es un filósofo instalado en la polis y obstinado en la tarea de pensar lo cotidiano

Durante su historia, el Senado –el Estamento de Próceres o Cámara Alta, por utilizar los términos del Estatuto Real de 1834 que alumbró su existencia– ha tenido presidentes de condición diversa. Así, nos encontramos con duques, marqueses, condes, diplomáticos, militares, arzobispos, filólogos, juristas, ingenieros, arquitectos o economistas.

Y en eso que el filósofo Manuel Cruz asume la presidencia del Senado. Según dijo acertadamente la prensa en su día, se trata de un filósofo que “actualmente sirve como presidente del Senado” o que “ejerce” como presidente. Hay quien habla de “hacer política en voz baja” y de una “nueva filosofía para el Senado”.

Quizá el ciudadano se pregunte en qué puede consistir –“actualmente”: noten la transitoriedad del empeño– ese “servir” o “ejercer” en “voz baja”. ¿Cuál puede ser la “nueva filosofía” que impregne –si es que eso se consigue– el Senado?

Cierto es que la presidencia del Senado tiene sus funciones acotadas por el Reglamento. Entre otras, ser el Portavoz de la Cámara, convocar y presidir el Pleno y las Comisiones, anunciar el orden del día, aplicar la disciplina o interpretar el Reglamento. Un margen de maniobra estrecho para que un filósofo ejerza como tal en el Senado.

En verdad, el margen resulta estrecho. Pero, existe. El Reglamento habla también de “mantener el orden de las discusiones”, “dirigir los debates” y “velar por la observancia de la cortesía y de los usos parlamentarios”. Ahí está el resquicio a través del cual el filósofo puede introducir su impronta.

Además de reflexiones sobre la filosofía contemporánea, la historia y la memoria, la modernidad, la política, la naturaleza humana, el sujeto, el progreso, la ética, la identidad, el amor, la responsabilidad, el discurso emancipatorio o la dificultad de ser contemporáneos del presente; además de esas reflexiones, Manuel Cruz es un filósofo instalado en la polis y obstinado en la tarea de pensar lo cotidiano.

Cruz no está dispuesto a renunciar a la política en beneficio de los expertos

Vale decir –al respecto– que nuestro autor se ha reconocido como un “filósofo de guardia” –prensa escrita y digital, radio y televisión– que piensa sobre el mundo y la vida, sobre lo que nos va pasando, sobre el dar (se) cuenta. Y piensa en voz alta. Y pregunta y vuelve a preguntar –con impertinencia, receloso, desconfiado y desinhibido, si se tercia– una vez recibida la respuesta.

Y ese pensar en voz alta, dándo(se) cuenta de lo ocurrido, lo que ocurre y puede ocurrir, sería el eje de la impronta que el presidente filósofo podría implementar –con la debida cortesía parlamentaria– en las discusiones y debates del Senado.

Si en sus reflexiones mundanas –todas lo son– Manuel Cruz no está dispuesto a renunciar a la política en beneficio de los expertos, si recomienda a los políticos el empecinamiento autorreflexivo de los filósofos, ¿por qué no promover que los senadores –a la manera de nuestro filósofo– discutan y debatan sin complejos con la intención de “dar que pensar”, “hacer pensar” y “buscar las vueltas a las cosas”.

Todo eso y algo más si tenemos en cuenta que Manuel Cruz –de la teoría a la práctica– cree que hay que comprometerse a “intervenir sobre lo percibido” una vez constatadas “las grietas o inconsistencias de lo real” con el objetivo de actuar sobre lo que se presenta como “perfectamente natural” e “ineludible cuando no lo es” (Dar (se) cuenta, 2019).

A fin de cuentas, ¿acaso el Senado –lo mismo puede decirse del Congreso– es incompatible con la reflexión? Quizá lo contrario sea cierto. Quizá la reflexión ayude a “determinar la jerarquía de los acontecimientos, el orden de los valores, así como las zonas de sombra, los límites que en cada momento la humanidad ha ido percibiendo, no siempre con acierto, como infranqueables” (Menú degustación. La ocupación del filósofo, 2010).

Y ello para que no se nos escapen “definitivamente de las manos las riendas de nuestro destino” como si de una “condena inapelable” se tratara. Y algo más: para que no se consume la “derrota del futuro” por “incomparecencia de ningún sujeto dispuesto a hacerse cargo de ellas [las posibilidades del futuro] para materializarlas en una dirección satisfactoria para todos” (La flecha (sin blanco) de la historia, 2017).

«La ciudad nace (…) por darse la circunstancia de que ninguno de nosotros se basta a sí mismo»

Si bien se mira, Manuel Cruz recuerda/nos recuerda el mensaje socrático/platónico que afirma que “la ciudad nace, en mi opinión, por darse la circunstancia de que ninguno de nosotros se basta a sí mismo, sino que necesita de muchas cosas. ¿O crees otra la razón por la cual se fundan las ciudades?” (La República).

Colaborar en la reconstrucción de la polis, una hermosa tarea para el Senado.