Un espía que muere y deja sus papeles lo hace con alguna intención
La Transición española pudo llevarse a cabo gracias a personas que tuvieron 'razón de Estado' y que estuvieron dispuestas a "arrugarse el traje"
Una de las lecciones que nos ha dejado la historia y la politología es que no hay Estado sin razón de Estado.
Conservar el dominio
Esa razón de Estado es la que tomó cuerpo –dejando a un lado el precedente del poder sin moral ni doctrina de Maquiavelo- con el trabajo de Giovanni Botero titulado Della Ragion di Stato (1589). Para el polifacético pensador italiano, la razón de Estado está conformada por aquellos “medios aptos para fundar, conservar y ampliar un dominio”. Y cuidado con los ministros a los cuales, “por grandes que sean”, no hay que permitirles “el arbitrio y la facultad absoluta de hacer razón, sino que los someta lo máximo posible a la prescripción de las leyes, reservando el arbitrio para sí mismo”. Para el Duque de Saboya, en este caso.
(Del libro de Giovanni Botero existe una edición en la Biblioteca Virtual de Polígrafos que remite a un volumen de la Dirección de Estudios y Documentación, Departamento de Publicaciones, Secretaría General del Senado y otra publicada por Enrique Suárez Figueredo publicada por Lemir número 20, 2016.
El trabajo de Giovanni Botero –basado en su experiencia de estadista: un sacerdote jesuita con poder en el ducado de Saboya- fue una moneda de circulación corriente entre los príncipes y reyes de la Europa del XVI y XVII. Tan es así, que Felipe II -conocido como el Prudente- mandó traducirlo al castellano pocos años después de la edición original.
Mantener un Estado sano y robusto
Posteriormente, la idea de razón de Estado se perfecciona con el ensayo La idea de la Razón de Estado en la Edad Moderna (1924, edición castellana en 1983 y 2014) del historiador Friedrich Meinecke. Para el autor, la razón de Estado “es la máxima del obrar político, la ley motora del Estado”. Añade: “La razón de Estado dice al político lo que tiene que hacer, a fin de mantener al Estado sano y robusto”. Para ello, se necesita “soberanía”, “capacidad de autodefensa”, “dominarse a sí mismo”, “reprimir afectos, inclinaciones o repugnancias personales”, “formas de poder equilibradas”, “mecanismos de equilibrio y control”, “inteligencia” y “fuerza”.
Todo ello “para entregarse plenamente al objetivo del bien del Estado”. Concluye: “Vivir libre e independientemente no significa otra cosa para el Estado que seguir la Ley que le dicta su razón de Estado”. Una cuestión que el mismo autor responde: “si se pregunta, empero, qué empresa es mayor, la de aumentar o la de conservar un Estado, habrá que responder que esta última”.
Los papeles de Manglano
Juan Fernández-Miranda y Javier Chicote, en su reciente libro El jefe de los espías (2021), un excelente trabajo de clasificación, a partir del archivo secreto del general Emilio Alonso Manglano -director del Centro Superior de Información de la Defensa (CESID) desde el 23-F a la caída del felipismo-, al que han tenido acceso, nos presentan un libro que admite lecturas diversas.
El trabajo habla –además de quien refundó, modernizó e internacionalizó el servicio de inteligencia español- de la historia en B de la Transición, del golpe de Estado del 23-F, de la lucha antiterrorista, los GAL, de la implosión de UCD, de la entrada en la OTAN, de la cooperación con Marruecos y Oriente Próximo, de RUMASA, de la educación del príncipe Felipe, del llamado Sindicato del Crimen periodístico, de las amenazas de algún grupo de comunicación y banquero que podían llevar sus intereses a un extremo destructivo, del uso de los fondos reservados y un largo etcétera que confieren relevancia al libro.
Vale decir –volviendo a Giovanni Botero y Friedrich Meinecke- que El jefe de los espías relata, porque de un relato se trata, la historia de la razón de Estado en la España de la Transición. Esas acciones cuyo objeto –Giovanni Botero y Friedrich Meinecke de nuevo- no es otro que el “conservar el dominio” (lean el territorio) y el “mantener un Estado sano [lean seguro] y robusto”. En definitiva, la permanencia del Estado. Para ello, no todo vale. Pero, casi. Y si, como declaran los periodistas, un espía que muere y deja sus papeles lo hace por algo, Emilio Alonso Manglano dejó sus papeles para que se supiera lo que ocurrió. Las operaciones inconfesables, incluidas. De ahí, la novedad e importancia del libro.
Operaciones inconfesables
Entre otras muchas acciones, la Transición –relatan los autores- se consolidó –es decir, el Estado democrático se asentó- gracias a los 36 millones de dólares que el rey saudí entregó a Juan Carlos I para iniciar el proceso democrático, a los 50 millones de dólares que se entregaron al gobierno de UCD para que fueran repartidos entre los partidos, los sindicatos y la Casa Real.
A ello, hay que añadir el millón de dólares que Juan Carlos I entregó a Adolfo Suárez para que, terminado su mandato, con la intención de afianzar el bipartidismo estabilizador del Estado, no se presentará a las elecciones con otro partido. Adolfo Suárez no cumplió e implementó el CDS.
La Transición también se consolidó gracias a las relaciones fluidas con la CIA y las advertencias de Henry Kissinger, a las observaciones hechas a Juan Carlos I para que volviera a ocuparse de sus labores en el jefatura del Estado en detrimento de su obstinada amistad con M, o a los 600 millones de pesetas –sumen un contrato con TVE- que recibió Bárbara Rey por no hacer público su archivo personal.
Con el traje arrugado
En la arena de la Transición, Emilio Alonso Manglano protegió al Estado cuando estuvo a punto de colapsar. Para ello, como afirman los autores, no le quedó otro remedio que “arrugarse el traje” para obtener informaciones, neutralizar ataques o anular chantajes. ¿Y la ética?, dirán algunos. Difícil lo ponen cuando se habla de la razón de Estado. Por un lado, el amoral Maquiavelo. Por otro, el moral Giovanni Botero. Por cierto, el moral Giovanni Botero solía comportarse a la manera del amoral Maquiavelo. Cosas de la razón de Estado.
En cualquier caso, el comportamiento de Emilio Alonso Manglano valida la afirmación del Aristóteles que, en la Ética a Nicómaco, afirma que la ética tiene ver con el arte del carpintero y no con el del geómetra. La ética tiene que ver con la lealtad, la prudencia, la responsabilidad o la obligación de buscar el bien individual y colectivo. Es el caso de Emilio Alonso Manglano.