Juan Rosell sorprende. Puede hacer un discurso desestructurado, pero aún así es categórico en sus afirmaciones. Se ha acabado la barra libre en España, hay que acabar con tantas embajadas, es necesario que haya menos políticos pero mejor pagados, los reguladores financieros han fallado, etcétera, etcétera son algunas de las frases que ha pronunciado en Briefing Digital.
Sus opiniones han sorprendido al auditorio. No son usuales, y sobre todo causan más sensación si se comparan con los mensajes emitidos en los últimos años por sus antecesores en la CEOE. Rosell es tan liberal como el que más, tan poco nacionalista como Cuevas o Díaz Ferrán, pero promueve su discurso con una sorprendente naturalidad que acaba seduciendo, incluso, a sus antagonistas sindicales.
Es el principal activo de Juan Rosell. Y es también un arma de doble filo. Él que conoce bien la corte madrileña desde hace años, debe observar en su estancia en esa institución todas las cautelas que sean posibles. Algunos de esos empresarios de colmillo afilado que le llaman “el catalán” o “ese chico de Barcelona” no dudarán en tomarle la medida desde posiciones extremas y ultraderechistas. Si Rosell quiere ser la CEOE moderna debe cuidarse del fuego amigo tanto como del enemigo. Los grandes lobbys que habitan en Diego de León son tan peligrosos para su misión como la crisis económica o cualquier otra amenaza.
Por eso, cuando se pasea por Barcelona, donde el ambiente parece más espontáneo y favorable incluso en los ámbitos en los que el empresariado causa algún sarpullido, está menos encorsetado y dice cosas como las que ha dicho en el foro de debate. No son provocaciones, son su verdadero y auténtico discurso político. Y vale la pena escucharlo porque, como él mismo propone para el resto de la sociedad y el Estado, Rosell rompe algunos canones decimonónicos y el anquilosado statu quo empresarial.