Un debate falsario en el PSOE donde los oponentes son traidores 

«No es no» es un eslogan, no es un proyecto político. Es el atrincheramiento en una consigna sin salida en un altercado exento de matices. Como poco, la pregunta que se debiera hacer el PSOE es si prefieren un gobierno del PP amarrado por la oposición, que podría encabezar el propio partido socialista, para que Rajoy tuviera que negociar hasta las más pequeñas medidas de gobierno o, por el contrario, un Partido Popular con mayoría absoluta para gobernar España como lo ha hecho en la legislatura anterior.

Es una pregunta de fácil respuesta pero de difícil explicación. Exige una estrategia y hasta ahora no la ha habido.

Quienes afirman defender a la gente frente a la casta debieran explicar por qué prefieren un poder del Partido Popular con mayoría absoluta a uno atado y controlado. Mantener la pureza más absoluta en las acciones puede producir exactamente el resultado opuesto a los objetivos que afirmas perseguir.

«No es no» no es una consigna inocua. Tiene consecuencia políticas aunque no sea un pronunciamiento político. Las consignas son el instrumento político que utilizan quienes no quieren debatir porque les impediría generar adhesiones inquebrantables, no sustentadas en la razón. Simplismo puro.

La historia está llena de ejemplos, pero los carga el diablo. Una consigna anula el pensamiento crítico porque requiere que quien la acepta rechace profundizar en lo que significa y en las consecuencias que acarrea.

En el siglo pasado se preguntó a los alemanes si querían recuperar su orgullo y su grandeza. Nadie les advirtió de los peligros y las consecuencias de hacerlo a cualquier precio. Quien se oponía a aquella pregunta simplista era un traidor. Quien se opone a un gobierno condicionado del PP, es un traidor en el universo socialista de hoy.

También hace falta un enemigo irreconciliable. Con los enemigos perversos no hay negociación. Quien quiera matizar, buscando la forma más conveniente de combatirlo solo quiere camuflar un apoyo que no se atreve a confesar. Una vez formulado este eslogan tan simple, señalado un enemigo exterior, personalizado en Mariano Rajoy y en un PP con sumarios de corrupción en marcha, solo faltaba un líder al que seguir sin condiciones.

Ese era el proyecto que esgrimía Pedro Sánchez apoyado en la quimera de «un gobierno alternativo», pretendidamente formado por quienes no quieren formar parte de él. O lo que es peor, con unos socios secretos que son las fuerzas antidemocráticas que quieren propulsar la independencia vulnerando la ley.

No es fácil reconducir un eslogan formulado en términos tan primitivos, que además oculta las consecuencias: un gobierno más fuerte del enemigo que quieren combatir. Cuando los que se agarran a ese mantra, a esa ensoñación, no están dispuestos a un debate intelectualmente honesto, porque los que discrepan son fascistas y traidores, el debate está encaminado al fracaso.

La fuerza de coacción del grupo pretendidamente dominante impide que quienes quieren utilizar la razón tengan éxito. ¿Es fácil oponerse racionalmente cuando te llaman traidor antes de haber terminado la primera frase? No se les permite desarrollar sus tesis porque un traidor no se merece ser escuchado.

Dar la vuelta a una corriente dominante –aunque realmente no lo fuera- requiere tiempo, pedagogía y profundidad de pensamiento. El PSOE no tiene tiempo. Y la profundidad de pensamiento se diluye en los ciento cuarenta caracteres de un mensaje en Twitter.

La culminación de ese debate falsario es que se quiere sustituir por la reafirmación del líder como único instrumento posible. Unas elecciones primarias instantáneas en un universo en el que solo cuenta el eslogan.

¿Para qué discutir con los traidores? En un mundo civilizado no se ejecuta a los traidores. Se les silencia con la fuerza incontestable de la acusación de haberse vendido al IBEX 35 y a las oscuras fuerzas que apoyan al PP.

Pedro Sánchez no ha dimitido; aguarda en su escaño a la espera de que los traidores muevan ficha para confirmar sus tesis, aunque sean torticeras. Sigue dispuesto a ser el líder incontestable que salve al PSOE de quienes lo quieren secuestrar para ofrecérselo a Rajoy.

En política la simplicidad es una trampa blindada frente al pensamiento complejo. Se ofrece lo que es imposible para blindar el debate.

El asamblearismo es la forma más directa de controlar las masas. En las facultades, en otros tiempos, el más radical que formulaba los objetivos más inalcanzables conseguía mayoría. Ahora la moda es el referéndum permanente e instantáneo. Quien se opone a esos procedimientos quiere secuestrar la voluntad de «la gente». El populismo tiende a ser la estrella invitada.

Que les pregunten a los colombianos que quieren la paz o a los británicos que están horrorizados con la deriva xenófoba de su país que rompe con Europa. Ese es el dilema al que se tiene que enfrentar la gestora que encabeza Javier Fernández. Tiene la legitimidad que le ha dado la mayoría del Comité Federal. ¿Pero qué es eso frente a la legitimidad de los militantes? Qué hablen los militantes rápidamente y sin debate como instrumento para secuestrar el debate. ¡Magnífica lección de democracia!

El PSOE está abocado por una parte del partido, la que más grita, a llevar a España a unas terceras elecciones donde el PP se hará más fuerte y el socialismo saldrá aún más lesionado (el suelo electoral son arenas movedizas). Y no queda tiempo para revertir ese debate falsario.

Los que han perdido en el Comité Federal siguen dispuestos a sacrificarse en un nuevo liderazgo. No se han ido, se guardan los escaños para volver. Y con esos mimbres es difícil hacer un cesto sin agujeros.