Un debate estéril en pos de una idea que no existe
Aunque no lo parezca, aunque seguramente usted no haya notado nada excepcional, ya ha arrancado la batalla por el Parlamento europeo, la que dará por primera vez en la historia la presidencia de la Comisión a una persona que represente a la mayoría de la Cámara transnacional.
¿La batalla? Perdonen, ciertamente el término es una grave exageración. Porque batalla, lo que se dice batalla, en realidad hay poca y, la que hay, nada o casi nada tiene que ver con el teórico objeto del supuesto enfrentamiento electoral: Europa.
Seamos claros de una vez: Europa no existe. O, para ser más precisos, no existe en la cabeza de nuestros candidatos. No creo que puedan ustedes deducir una sola idea de Europa de los discursos o folletos de los partidos en liza. Como mucho, conseguirán entender sus preocupaciones actuales en clave puramente local.
Se arrojan el tema de la austeridad en los programas o mítines (puro circo, apenas más útiles que el jarrón florero de cualquier recibidor) como se lo echarían en cara en el Congreso de los Diputados o en una pelea con un pleno municipal de fondo, o se sofocan reclamando el derecho a decidir como lo harían en un acto pre Diada. No tienen más temas, salvo aquellos que la rutina diaria les empuja a repetir como loros para su supervivencia política diaria.
Nada, por ejemplo, sobre las trabas reales o el retroceso que está sufriendo la libre circulación de personas, nada sobre el difícil arranque de una política fiscal comunitaria, nada sobre la política exterior aunque las noticias sobre Ucrania y la inmigración que llega desde África inunden cada día la actualidad; nada sobre la política agraria que se lleva la parte de león del presupuesto europeo… Nada de nada, ni mucho ni poco, como en una canción.
Así las cosas, Europa no deja de ser una excusa instrumentalizada. Con un buen rédito, eso sí: 400 eurodiputados pagados a precio de oro cuya actividad nadie fiscaliza, ni lo hará, a quién nadie pedirá cuentas como no sean de nuevo en clave puramente partidista.
¿Europa, para qué? No hay una respuesta. ¿Europa, cómo? Más allá de vaguedades infinitas como eso de ”la Europa de los ciudadanos”, les emplazo a que sepan encontrar una sola propuesta con sentido, una idea con la que se hayan comprometido y nos expliquen de qué manera realizarla.
¿A quién puede interesar, pues, esta farsa? Los sondeos vienen indicando que se abstendrá casi el 60 por ciento del electorado. ¿Extrañados? No creo. Léanse, por favor, el último Barómetro publicado por el Centre d’Estudis d’Opinió de la Generalitat de Catalunya, que ya mencionábamos la semana pasada.
Apenas un 7,8% de los ciudadanos entrevistados afirma que irá a votar influido por temas relacionados con la UE y el Parlamento europeo y un 66 % acepta que estos temas le interesan poco o nada. Y, la verdad, tiene todo el sentido del mundo.
No porque Europa no sea hoy ya una realidad tangible en temas de competencias, legislación y poder, sino porque nuestros políticos carecen de cualquier interés y peor aún, de ideas que trasladarnos a los posibles votantes para que se despierte en nosotros una mínima inquietud por participar en ese proyecto.
Pasemos entonces de la mejor manera posible esta casi inexistente campaña electoral a que estamos obligados; asistamos de nuevos a esos debates –si los hay– estériles, insulsos, en los que contra toda lógica los candidatos dictan a los periodistas las normas y los contenidos y vayamos –o no, aunque prefiero que sí– a votar el domingo 25 de mayo. Algún día podremos sentarnos a tratar lo trascendente: la reforma política que necesitamos como agua de mayo y que nos dote de un sistema de representación más actual, eficaz y válido.