Un cuento político de Navidad
El 28 de junio de 1974 se reunieron en París representantes de Convergència Socialista de Catalunya (más tarde transformada en Partit Socialista de Catalunya-Congrés, PSC-C), del Partit Socialista del País Valencià (PSPV, que no debe ser confundido con el actual PSPV-PSOE), del Partit Socialista de les Illes (después transformado en Partit Socialista de Mallorca – Entesa Nacionalista y ahora integrado en la coalición MÉS), del Partido Socialista Galego (que tampoco se debe confundir con el PSG-PSOE), de Eusko Sozialistak, del Partido Socialista de Andalucía (que luego pasó a ser el Partido Andalucista), del Partido Autonomista Socialista de Canarias, del Partido Socialista de Aragón (que tampoco era el PSA-PSOE), de Convergencia Socialista de Madrid (CSM) y de otros grupos de menor importancia. En aquella reunión, dónde estuvo presente el PSOE, se constituyó la Conferencia Socialista Ibérica (CSI), embrión de la futura Federación de Partidos Socialistas, pero sin el PSOE.
Entre los dirigentes destacados de esa sopa de letras socialista estaban los catalanes Raimon Obiols, Ernest Lluch y Joan Reventós, los madrileños Enrique Barón y Joaquín Leguina, los andaluces Alejandro Rojas Marcos, Luis Uruñuela y Miguel Angel Arredonda, el aragonés Emilio Gastón, el gallego Xosé Manuel Beiras y los valencianos Joan y Vicent Garcés. Tenían la aureola de haber asesorado al chileno Salvador Allende, mito del socialismo de la década de los años setenta. Estaban a la izquierda del PSOE y por lo tanto cercanos a la línea política que defendía el Partido Socialista Popular (PSP), de Enrique Tierno Galván, el grupo político en el que se crió Miquel Iceta, pero su socialismo era de corte autogestionario y reclamaban una España federal, casi, casi confederal.
Algunos de esos partidos acudieron en solitario a las primeras elecciones democráticas de 1977 y otros lo hicieron en coalición con el PSP bajo la denominación de Unidad Socialista. Los malos resultados de dicha coalición y de aquellos partidos socialistas, que llegaron a acuerdos, como el PSC-C, comparados con los relativamente buenos del PSOE (118 diputados frente a 6), provocaron que los partidos más significativos de la Federación (PSC-C, PSPV, CSM) se planteasen su futuro. Entonces fue cuando empezó su absorción-integración en el PSOE, cada uno a su ritmo. Sin embargo, los socialistas gallegos y baleáricos se resistieron a morir en la playa del socialismo español jacobino que siempre fue el PSOE y se fueron transformando, incluso en la denominación, sin desistir de su definición nacional territorial. Los demás desaparecieron, aunque conservasen el nombre, para convertirse en federaciones del PSOE, lo fuesen realmente o no, como sería el caso del PSC (PSC-PSOE) después del congreso de unidad de 1978.
Xosé Manuel Beiras es el único de aquellos dirigentes socialistas que aún se mantiene en activo. Entró en política en 1963, fundando, precisamente, el PSG en la clandestinidad, y ya nunca se fue. En 1982 participó en la fundación del Bloque Nacionalista Galego (BNG), partido que aglutinó a todo tipo de facciones de izquierda, pero lo abandonó en 2012 para crear Anova-Irmandade Nacionalista, partido surgido a partir de Encontro Irmandiño, la facción a la que él pertenecía cuando estaba en el BNG. Ese mismo año se postuló (debería escribir, volvió a postularse) como candidato a la Xunta de Galicia once años después de sus últimas elecciones. Su puso al frente de Alternativa Galega de Esquerda (AGE), la coalición entre Anova e Izquierda Unida. Hoy Beiras es uno de los aliados de Podemos en lo que ellos llaman la «periferia» que pilota el cambio en España y que en Galicia tomó el nombre de A Marea. Suso del Toro, candidato de NÓS (coalición en la que estaba incluida el BNG) le llamó «tránsfuga» en un tuit publicado en campaña porque, a su modo de ver, con esa alianza Beiras contradecía su propia historia, de cuando se resistió a integrase en el PSOE para preservar una izquierda gallega soberanista y nacionalista, sin dependencias de ningún tipo de Madrid.
Podemos está urdiendo una OPA hostil contra la izquierda nacionalista «periférica» y está vez Beiras no ha presentado batalla, al contrario, como también ha ocurrido con los valencianos de Compromís, quienes de la mano de Mònica Oltra, que procede del mundo de Izquierda Unida, se ha sumado a la huestes de Pablo Iglesias con la promesa de tener un grupo parlamentario propio. No está nada claro que sea posible, pues el reglamento del Congreso de los diputados es muy restrictivo, y por lo tanto puede ocurrir que después de tantos años, Beiras pierda la voz propia que le había convertido en el patriarca del nacionalismo gallego de izquierdas y que eso mismo les ocurra a Compromís y En Comú Podem.
La izquierda nacionalista y soberanista gallega, vasca o baleárica —BNG, Bildu y MÉS— que el pasado 20D se presentó en solitario a las elecciones, se vio superada por Podemos. Tiempo habrá para analizar el por qué. De momento, digamos que sólo ERC ha podido aguantar el vendaval que está dejando sin referentes a la izquierda independentista de otros tiempos. El secreto de la victoria de En Comú Podem en Cataluña ha sido el mismo que ha dejado en pañales a Bildu o al BNG: la ilusión de echar a Mariano Rajoy e iniciar un proceso constituyente que incluya un referéndum para Cataluña o la excarceración de los presos vascos, aunque esto último no la hayan ni tan siquiera verbalizado. Si ERC ha podido aguantar el embate es porque en Cataluña el movimiento independentista es fuerte después de tantos años de movilización.
La historia nunca se repite y si lo hace es en forma de farsa, según el comentario de Marx o lo dicho por Hegel. La absorción de los partidos socialistas y su sumisión ante las sandeces españolistas de Alfonso Guerra y compañía, que las supieron esconder bajo ese patriotismo moderno que todo lo cura, fue el presagio de que en España el federalismo era una teoría política y poco más. Veremos en lo que queda el hecho de que los 69 diputados que obtuvo Podemos el pasado 20D, 36 sean de Cataluña, Valencia, Baleares, Galicia y el País Vasco, que suman algo más que los 33 diputados que obtuvo en otros territorios. Esa es la ventaja respeto a lo que ocurrió en 1977 con los partidos socialistas, aunque ahora Iceta quiera reeditar aquella situación pidiendo al PSOE que explore una alianza con Podemos si estos renuncian al referéndum.
Que exista en España un partido federal de verdad sería una novedad. Que les vaya bonito, deberían decirles los soberanistas catalanes, vascos, gallegos o de donde sea, porque Podemos es el caballo de Troya, como saben muy bien los viejos de la CUP, en el que confían los que combaten la independencia de Cataluña desde la derecha. Son los «rivales de riesgo del independentismo», dicen los de Poble Lliure (CUP), y no les falta razón, porque la llamada «unidad popular» en España bien puede requerir el sacrificio de esa promesa electoral sobre referéndum en Cataluña. «París bien vale una misa», es la frase cínica que se atribuye a Enrique de Borbón o de Navarra, el pretendiente hugonote al reino de Francia, que eligió convertirse al catolicismo para poder reinar. «Echar a Rajoy» puede ser la misa a la que acuda Pablo Iglesias para justificar su renuncia al referéndum. El problema lo tendría, en todo caso, En Comú Podem, como también los tuvieron los socialistas de los años ochenta. Pero eso les trae sin cuidado a los gerifaltes de la Villa y Corte. Siempre ha sido así y no existe ninguna prueba que demuestre lo contrario.