Ucrania no está en el centro del tablero conflictivo
El flujo principal de la economía ha dejado de ser nacional, de modo que resulta imposible, entre los medianos y los grandes, herir de gravedad a un enemigo o rival sin que la propia sangre mane conjuntamente y con parecida abundancia
Ante todo sorprende a cualquiera que eche una cotidiana ojeada a los periódicos más importantes de Europa y América, que la amenaza de Rusia sobre Ucrania figure día sí día también en numerosas portadas estadounidenses como principal motivo de alarma mientras escasea en los europeos, y encima es tratada con bastante menor preocupación.
Alexander Soljenitsin, el Nobel anticomunista que anticipó la descomposición del imperio soviético, defendía que, una vez los países sometidos a la bota del Kremlin recuperaran la libertad el núcleo duro formado por Rusia, Bielorrusia y Ucrania debía permanecer estrechamente unido por razones históricas y afinidad identitaria.
La caída del Muro de Berlín en 1989 convirtió en realidad los deseos de Soljenitsin. El telón de acero dejó de existir. Rusia no tuvo otro remedio que admitir la tremenda derrota de la Guerra Fría y sufrir la humillación de ver como la OTAN se ampliaba hasta sus puertas, pero respetando la influencia rusa sobre los dos satélites Bielorrusia y Ucrania.
Sin embargo, con el paso primero de los años y luego de los decenios saltó a la vista que el nivel de vida, el bienestar, las oportunidades, la seguridad ante la ley de los países que se habían incorporado al bloque euro atlántico iba en vertiginosos aumento.
De modo que numerosos ucranianos, incluso rusófonos y hasta entonces rusófilos o incluso considerándose rusos o casi, empezaron a creer que lo mejor para ellos y su país consistía en escapar de la pobreza y la corrupción galopante mediante la única puerta de salida, la incorporación al mundo del desarrollo y la riqueza.
Una vez decantado el país hacia Occidente gracias a la inquebrantable persistencia del Euromaidan, Rusia no tuvo otro remedio que ceder, si bien recuperó por la brava la península de Crimea y libró incluso una guerra para quedarse con una porción fronteriza del país.
Tras los sucesos del 2013 y 2014, la situación se estabilizó, pero a pesar de los deseos de Kiev, la OTAN no se ha atrevido a extender su paraguas protector sobre las ricas estepas de Ucrania (claves ya en la Guerra del Peloponeso), el inmenso granero de este país, en buena parte propiedad de grandes compañías norteamericanas de cereales. La razón, no cruzar lo que para Moscú es una auténtica línea roja.
Ahora que Rusia vuele a la carga acumulando tropas en las inmediaciones de Ucrania, se encienden las alarmas. El gendarme yanqui advierte de serias sanciones si Putin se atreve a invadir el granero, las relaciones entre Centroeuropa y Rusia vuelven a enrarecerse.
¿Habrá invasión? Lo más probable es que Putin se conforme manteniendo la tensión e incluso escalando con algún amago. Si ordena una invasión Europa temblará pero Rusia puede verse muy seriamente perjudicada en sus relaciones comerciales y el rublo proscrito de todos los países de la reciente cumbre de países democráticos convocada recientemente por Biden.
Por comparación, el problema de Ucrania es mucho menor que el de Formosa. Formosa es China, Ucrania no es Rusia. China es la gran potencia emergente, Rusia el gigante caído que levanta su orgullo pero no su economía o su poder. China está rodeada de países que prefieren aliarse con los Estados Unidos pero no pueden dejar de propiciar la extensión del área china de influencia comercial.
En resumidas cuentas, que el conflicto de Ucrania es poco más que local mientras una explosión en el Mar de la China revestiría proporciones trágicas globales. Occidente, capitaneado sin duda por la inteligencia estratégica y el coraje norteamericanos, responde con firmeza y cautela, de manera proporcionada y con finalidad disuasoria en ambos casos.
Nadie puede descartar una guerra, o dos a la vez, pero Rusia no puede permitirse un enfrentamiento del calibre de la invasión sin horadar su ya maltrecha economía. Lo más probable es que China siga presionando pero se abstenga por el momento y durante un largo tiempo de reunificar la país por la vía militar.
Rusia no puede permitirse un enfrentamiento del calibre de la invasión sin horadar su ya maltrecha economía
La diferencia entre el mundo que libró las dos grandes guerras del siglo pasado y el nuestro se llama globalización, y no hay mayor garantía que la interdependencia para la preservación de la paz o la seria limitación de los conflictos bélicos.
El flujo principal de la economía ha dejado de ser nacional, de modo que resulta imposible, entre los medianos y los grandes, herir de gravedad a un enemigo o rival sin que la propia sangre mane conjuntamente y con parecida abundancia.
Si la pandemia ha ocasionado tantos perjuicios a la economía mundial y estamos ante una cierta falta de suministros, imaginen las consecuencias verdaderamente catastróficas, mucho peores que las de la otrora tan temida guerra nuclear, de una interrupción del tráfico marítimo comercial aparejada a una nueva guerra entre potencias.
Si apenas hay guerra en el mundo, no es porque la humanidad de haya vuelto virtuosa sino porque ya viajamos todos en el mismo barco y si lo hundimos el final sucederá con mucha mayor probabilidad por causas medioambientales que por una escalada bélica de proporciones incontrolables.