Twitter, ni banal ni social
La tormenta desatada por la incontinencia tuitera de Guillermo Zapata y Pablo Soto ha evidenciado la ferocidad a la que puede llegar hoy en día la actividad pública.
Manuela Carmena pasó, sin solución de continuidad, de su primer baño de masas a su primera crisis en lo que se tardó en difundir el pasado on line de sus recién nombrados concejales.
El episodio ha servido para airear toda suerte de opiniones sobre las redes sociales. Desde las de quienes las consideran la síntesis de la inteligencia colectiva que emana de la conversación, a quienes creen que Twitter es la máxima expresión de la banalidad de nuestra era.
No he visto, sin embargo, un análisis puramente empresarial sobre Twitter, una compañía que, pese a estar en horas bajas, aún vale unos 30.000 millones de dólares, más que los hoteles Hilton y lo mismo que el gigante de la TV y el entretenimiento CBS.
Se trata de un examen oportuno. Mientras se desarrollaba el sainete madrileño, sucesos de calado en su sede de San Francisco confirmaban que la compañía del pajarito vive momentos complicados. Tanto, que le han costado el puesto a su CEO, Dick Costolo.
Los males de Twitter se resumen en una palabra: estancamiento. No crece y una empresa que no lo hace, se debilita y acaba por morir o ser adquirida. Su base de usuarios reales –los que tuitean con asiduidad– se mantiene en torno a los 300 millones. Y, peor aún, sus ingresos en el primer trimestre de este año (US$ 436M) han disminuido el 8,3% con relación al mismo período de 2014.
Dick Costolo llegó a Twitter en 2009 y transformó una start up de éxito incierto en una maquinaria eficaz que salió brillantemente a bolsa a finales de 2013. Pero desde entonces las cosas han ido cuesta abajo: caída progresiva de la cotización; rebaja de la calificación de los analistas…
En un sector donde no ganar dinero es, dentro de ciertos límites, aceptado, su crónica falta de rentabilidad fue admisible mientras aumentaban los usuarios. Pero al detenerse ese crecimiento, la paciencia de los inversores se agotó. Costolo anunció su dimisión en la mañana de 11 de junio. Una hora después, la cotización de Twitter había subido un 8%. Y, cosas de las tech, el CEO dimisionario, dueño de un sustancial paquete accionarial, era 14 millones de dólares más rico.
¿Qué le ocurre a la compañía fundada por Jack Dorsey –recuperado como CEO interino mientras se busca un sustituto para Costolo– en 2006 junto a otros tres socios? Los analistas examinan estos días su tecnología, su estrategia competitiva o su política de compras. Pero es necesario considerar, además, otros aspectos tan de vieja economía como el ciclo de vida de las empresas y sus productos.
Twitter ha entrado en su etapa de madurez, paralela a la que ha alcanzado la primera generación de tuiteros. Aquellos veinteañeros que tan rápidamente se engancharon a relatar cada hora de su día, a opinar sobre todo tipo de temas y a seguir a decenas de personas y personajes se han moderado con la edad.
Y gran número de quienes les han seguido, particularmente de los más jóvenes, prefieren la imagen y el video a lanzar una sucesión de mensajes escritos. Vine y otras mejoras no parecen haber tenido suficiente éxito a la hora de rejuvenecer y ampliar sustancialmente su comunidad frente a la competencia. Esta no es sólo Facebook, Instagram o Pinterest, sino nuevos players como la emergente Snapchat, que permite enviar fotos y videos cortos que, una vez vistos por el receptor, se borran.
Cuanto más avanza la edad del usuario, menos adhesión a Twitter. A partir de los 40, su curva de penetración cae de forma más pronunciada. Este grupo de edad perciben nítidamente la utilidad de LinkedIn y Facebook: facilitar, potenciar y ampliar, con un aceptable grado de control, su relación con las personas que les interesan en lo profesional y lo personal. Son redes claramente sociales. Twitter, sin embargo, no lo es.
Esencialmente, es un medio de difusión, cuyo valor principal es transmitir ideas sintéticamente expresadas mediante la palabra escrita. Su descripción original como plataforma de microblogging, en la que el énfasis radica en la emisión de opiniones, era precisa y exacta. Posicionarla como red social, que se fundamenta en compartir, ha acabado por ponerla en desventaja frente a sus competidores y debilitar su modelo de negocio.
La fuerza de Twitter radica en su viralidad y alcance; su capacidad de ser un mass media. Su impacto es enorme cuando se canaliza al servicio de una causa o un objetivo político o comercial, sea su protagonismo en los acontecimientos de la Plaza Tahrir o en las campañas electorales de Barack Obama en 2008 y 2012. Por lo mismo, en combinación con otras herramientas on y off-line, Twitter sigue siendo un medio eficaz para relacionar marcas con usuarios y clientes potenciales.
Los pronósticos, pues, sobre su eventual desaparición son, probablemente, prematuros. Pero quien eventualmente se ponga al frente de Twitter, va a tener que tomar decisiones rápidas sobre el lugar dónde quiere situar a la compañía en la constelación de plataformas, aplicaciones y servicios que cada día cubren más espacio digital. Y, muy posiblemente, tendrá que decidir si Twitter puede seguir su andadura sola o deberá acabar absorbida por algún mastodonte de la nueva economía como Google, cuyo interés en comerse al pajarito es un rumor recurrente.
En cualquier caso, lo que nos ha recordado el episodio de Madrid son los peligros y las limitaciones de Twitter y las redes sociales. ¿Contexto, qué contexto? ¿Olvido? Ninguno: lo que se sube, sea fruto del entusiasmo, de la indignación o, simplemente, de la torpeza, permanece ad aeternum en el ciberespacio.
Y allí, entre bytes y líneas de código-fuente, se esconden matones y acosadores necesitados de compensar su inferioridad con el insulto y la maledicencia. Y si uno tiene una mínima notoriedad pública, le esp-eran auténticos mercenarios digitales dispuestos a dañar una carrera política o erosionar el caché de un artista a cambio de unos honorarios.
Twitter en contra de lo que simplistamente dicen sus detractores, no es un medio banal. Su banalidad o grandeza, su compasión o maldad, la aportamos las personas. Como ocurre con la espada, la pluma, la cruz o la media luna, el peligro no es ni el instrumento ni el medio; es siempre la mano que lo blande.
*Socio Fundador Conduit Market Engineers